El moái que el tsunami de Japón no pudo botar




Por un entramado de calles vacías que rodean manzanas donde antes hubo casas y hoy son terrenos baldíos, Tohiyoki Sasaki conduce un taxi azul oscuro. "Con el tsunami del 11 de marzo perdí a mi suegro, desapareció, no quedó nada de él. No teníamos cómo velarlo, pero encontramos uno de sus sombreros y velamos eso", relata, taciturno, sin desviar su mirada de la vía que transcurre paralela a la costa de Minamisanriku, un pueblo de 17 mil habitantes, ubicado a 466 kilómetros al norte de Tokio, en Japón, que resultó duramente golpeado por la tragedia que esta semana cumple cuatro años. "Un amigo perdió a su esposa y su casa, por lo que no tenía nada para velarla. Finalmente, lo hizo utilizando algunas cenizas y algas", añade Sasaki.

Ese día, una enorme ola de 20 metros de altura desbordó los tres ríos del pueblo y arrasó con casi todo los inmuebles. Uno de ellos, el Centro de Prevención de Desastres, se trasformó en el símbolo de la tragedia: 50 personas se refugiaron ahí y sólo siete, entre ellas el alcalde, sobrevivieron en la azotea del edificio aferradas a una antena. En total, más de 1.200 habitantes fallecieron. El 62% de Minamisanriku fue destruido.

Entre los hitos urbanos que desaparecieron se incluye una plaza donde sobresalía la réplica de un moái de Isla de Pascua. Ese lugar, conocido popularmente como la "plaza Chile", es el resumen de la fuerte conexión que Minamisanriku posee con el país, que comenzó en 1960, cuando el terremoto de Valdivia provocó un tsunami en Japón, que en ese pueblo dejó 40 muertos. Hasta marzo de 2011, ese era el peor desastre natural de la zona.

"Treinta años después de ese tsunami, celebramos el aniversario y le pedimos a la gente de Chile si era posible que mandaran algún monumento. Nos enviaron un moái y un cóndor", dice el alcalde de Minamisanriku, Jin Sato. "Durante el terremoto del año 2011, la plaza fue totalmente destruida. El cóndor fue arrastrado por el mar y se perdió, mientras que el moái se partió por la mitad. Al año siguiente, el Presidente Sebastián Piñera visitó Japón y nos obsequió un nuevo moái", amplía, sentado en su oficina, donde una bandera chilena destaca en su decoración.

Actualmente, esa nueva estatua se encuentra ubicada en un barrio provisional de Minamisanriku donde funciona el comercio. Se trata de un conjunto de contenedores emplazados lejos de la costa, donde existen restaurantes y tiendas. En esos pocos negocios es posible comprar poleras, chapitas y figuras con la imagen pascuense. "El plan es que cuando se reconstruya la plaza, el nuevo moái sea ubicado con GPS, mirando hacia Isla de Pascua", detalla el embajador de Chile en Japón, Patricio Torres.

El diplomático cuenta que en 2011, considerando la amistad con Minamisanriku, la representación diplomática acudió con ayuda. "Fuimos a ayudar, llevando primero agua, luego arroz y fruta. Luego, implementos para el colegio". Torres agrega que "la embajada tiene instaurado un premio para que el mejor alumno de uno de los colegios viaje a Chile".

Uno de los impulsores de la entrega de un segundo moái fue Roberto de Andraca, presidente de Grupo CAP. Junto a la Cancillería y otros empresarios ligados a Japón, creó el Comité Esperanza, con el objetivo de ayudar a la localidad. "Para que el pueblo recuperara su fuerza (…), el comité decidió ir a verlos y les propusimos mandar a 12 alumnos de Minamisanriku a conocer Chile, y que vieran cómo nos habíamos recuperado nosotros del terremoto, pero, al mismo tiempo, gestionar que en la Isla de Pascua se esculpiera un monumento. Ambas cosas se hicieron, los estudiantes vinieron y conocieron Chile, estuvieron en las partes principales del terremoto de 1960, además, conocieron gran parte de Chile, lo que creó un enorme interés por nuestro país", explica De Andraca.

Actualmente, la ciudad vive un proceso de reconstrucción que, según los habitantes de la localidad, avanza lento: cientos de personas aún residen en viviendas temporales a la espera de que concluya la relocalización de los barrios residenciales, los cuales están siendo trasladados a las partes altas del pueblo. Además, decenas de máquinas retroexcavadoras han pasado los últimos cuatro años retirando los escombros y removiendo la tierra para elevar el nivel de suelo de la zona costera, aunque ya se decidió que no se volverá a permitir que se construyan casas ahí, sólo locales comerciales e industrias.

El día de la catástrofe, Kazuma Goto (67), ex empleado de un banco y hoy jubilado, participaba en una reunión comunitaria en el colegio secundario del pueblo. Dado que el edificio estaba en una pequeña colina, se quedó ahí después del terremoto y pudo ver cómo las olas destruían gran parte de las viviendas, incluida la suya. "El agua llegó hasta cerca del colegio (…). Un estudiante que trataba de organizar fue tragado por el mar y gente que estaba en autos también fue arrastrada. Finalmente, estuvimos dos días refugiados en esa escuela (…), no teníamos una manta, ni agua, ni comida. Recibimos la primera ayuda de las personas que vivían en sectores más altos, en los cerros", cuenta.

Hoy, a un costado del recinto escolar están instaladas 60 viviendas de emergencia, donde viven unas 180 personas. "En esta zona rural de Japón las casas son más grandes, por lo que me costó acostumbrarme a mi casa temporal, que es pequeña, pero estoy agradecida", cuenta Yasuyo Sato, una anciana de 92 años.

Kazuma Goto se ha trasformado en un líder comunitario e incluso viajó a Chile, invitado por el Comité Esperanza, para compartir su experiencia con damnificados del 27/F. "Japón es un país lluvioso, las viviendas temporales han soportado cuatro años, pero no sé si aguantarán un año más", describe.

En algunos casos, el gobierno de la Prefectura de Miyagi, donde se ubica Minamisanriku, compró los terrenos donde se emplazaban las casas dañadas para que con ese dinero las víctimas pudieran reconstruir en las zonas altas. En otros, se han facilitado préstamos bancarios, en los cuales el interés es pagado por el Estado. Según Goto, no es suficiente. "Fui a Chile hace dos años y vi que el gobierno de allá había proporcionado tierra y casas para las víctimas. Así que me dije a mí mismo, yo debería haber nacido en Chile", afirma Goto.

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