El modisto chileno, Londres y la tercera edad
Las historias no han dejado de perseguir al chileno Gabriel Vielma y ahora son la base de sus colecciones.
A los ocho años, a pesar de ser malo para dibujar, diseñó la botella de su propio perfume, esbozó su primera tienda y también el logotipo de la marca que hoy comienza a dar la vuelta al mundo: VIELMA.
Una de sus abuelas -con la que de niño tenía una relación estrecha- se dedicaba a la joyería y a diversas artesanías. La mujer le transmitió su amor por los tejidos con perlas y cristales, emblema de fábrica de lo que diseña actualmente desde su centro de operaciones de Londres.
A los 17 se fue de su casa y se instaló por tres años en una casa del barrio Brasil, de propiedad del escultor Palolo Valdés. En ese sitio, Gabriel recuerda que compartía los pisos superiores con "un abogado loco, una anciana que leía las cartas, una pintora destemplada y una escritora en ciernes". Allí hacía música y fiestas clandestinas con amigos punks. Los lofts de los pisos superiores tenían siempre algo especial. Uno: el piso transparente, desde donde se podía ver la casa museo de Valdés. Otro: un columpio en medio de la sala de estar. El suyo: un baño de cristal con vista a un sauce.
Gabriel, de 28 años, educado en el extinto Chilean College de Santiago Centro, reside hoy en el privilegiado barrio de Langham, en Londres. Vive sólo acompañado de Alexandra, su perra beagle.
Su éxito -acaba de presentar sus creaciones en la London Fashion Week y sus ropas se distribuyen en tres boutiques de la capital del Reino Unido- se debe, en gran parte, a su tercera colección.
Un día imaginó ocho vestidos para distintas etapas de la vida de una actriz de Hollywood, bella, anciana, de personalidad sofisticada, que había triunfado y fracasado una y otra vez en la vida, que se atrevía a utilizar cualquier ropa y que no le daba miedo lo que podían decir los demás. El último de los vestidos lo diseñó, atrevido, para el día de su funeral.
Para realizar su colección soñada, bautizada como Bello Fin de Mundo, Gabriel buscó a Jenni Rhodes, una de las tres modelos octogenarias más lindas del mercado. Era la musa perfecta, a sus 81. Actriz retirada de Hollywood, modelo top con mucha experiencia, que había probado los primeros bikinis y las minifaldas de los años sesenta, los vestidos sin cintura de los setenta y hasta las prendas con hombreras de los ochenta, estaba madura para aceptar con entusiasmo una idea original: modelar ropa para mujeres muy mayores, que se sienten lejos de las delgadas y veinteañeras de talla 38.
-Cuando ya tienes 60 años no puedes mentir sobre tu edad -confiesa Jenni-. No puedes usar faldas cortas porque ni tu piel ni tus rodillas se ven bien. Tu pelo es gris o blanco y si te lo tiñes, se nota.
Para ella, las colecciones de Gabriel son místicas. Vistiendo su ropa, dice, le parece estar dentro de un bosque encantado.
A sus padres -él empleado de una empresa minera, ella enfermera y dueña de casa- no les dijo de inmediato que quería ser diseñador de moda, porque ni él mismo sabía lo que quería.
Después de los años en la casona del barrio Brasil, a los 20 partió a viajar por el mundo. En Madrid entró a estudiar en el Instituto Europeo de Diseño, especializándose en la ideación de muebles. Pronto se dio cuenta de que la creación de ropa era lo que lo ponía a mil y que era la única manera de encauzar el torrente creativo de cortes y formas que inundaban su cabeza. Pronto se fue a París a estudiar diseño y fabricación de sombreros en Chateau Dumas.
Las escuelas más prestigiosas de Europa, sin embargo, lo llamaban desde Londres. Se inscribió en la Central Saint Martins de la Universidad de las Artes, una de las mejores, y a partir de entonces se le abrieron las puertas de Inglaterra.
Después de graduarse, trabajó un tiempo como aprendiz en Marre Moerel, Charlie le Mindu y Hugo Boss. Pronto se dio cuenta de que si quería destacar tenía que arriesgar y jugársela, porque la competencia era muy grande. O abría su propia empresa o se quedaría atascado para siempre en una ajena. Decidido, buscó amigos que le ayudaron a crear un plan de negocios y una estrategia de mercado. Alquiló un estudio, comenzó a dibujar, contrató gente para que le ayudara y, en 2012, sacó su primera colección.
La compañía es aun sencilla y, según los especialistas, basada principalmente en el genio artístico de su dueño. VIELMA es una marca que no tiene miedo de patear fuerte, dicen. Lo refrendan las telas dibujadas e impresas por él mismo, que crean movimientos fluidos y aerodinámicos del cuerpo. Sus vestidos llenos de transparencias, cueros pesados esculpidos por él a mano, collares claveteados, bordados de cerámica y plumas, crean una identidad individual y exclusiva.
Gabriel, el chico manos de tijera, por estos días se prepara para exhibiciones en París y Dubai.S
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