El motemei sólo vende tortillas
<P>Carlos Martínez es el último de varias generaciones dedicadas a cocinar el mote de maíz, en Valparaíso. </P>
Es la calle más empinada de todas, la última en lo alto del cerro Mariposa. Tan arriba está que en su esplendor se ve la Cordillera de la Costa, el cerro Maucó y la silueta de la bahía porteña, con sus coloridas curvas. "La Ruda" se llama y hay que tener resistencia para subirla y bajarla a diario, como desde los 14 años lo hacía el último motemei porteño: Carlos Martínez Becerra (60).
Cargando hasta 10 kilos de mote en su canasto, que del brazo colgaba para vender por las calles, hoy la misma ruta la repite, pero para vender tortillas de rescoldo -ayudado con un carrito-, que prepara en el horno de barro en un pequeño taller en el patio de su humilde casa de madera, donde el piso es de tierra y el cielo se filtra por los techos.
El oficio original, que fue declarado Patrimonio Intangible de la Ciudad Patrimonio, está casi extinto. Casi, porque Carlos Martínez lo reflota cada vez que puede o cuando lo invitan a un evento típico. En esas contadas ocasiones se encarga de revivir al popular personaje, oficio que por cinco generaciones perduró en su familia y que ahora intenta preservar, aunque sea sólo para el espectáculo, escasos minutos en una cinta de cine o en una serie de televisión.
"Desde los ocho años que recorrí con mi abuelo las calles y por 45 años mantuve esta tradición (...). Soy un amante de esto, me gusta, y aunque no me ha dejado plata, es una tradición que quiero que no muera", asegura, mientras se prepara para hacer unas presentaciones en Olmué y Valparaíso.
De hacer chistes rápidos y hablar bien pronunciado es el último motemei. Menos de 10 minutos le toma cambiarse el jeans y la polera por el personaje de ojotas de caucho, pantalón de tela, leñadora, sombrero y una manta de hace dos siglos, que heredó de su bisabuelo, dice él.
Mayor de ocho hermanos, a los ocho años llegó de Gran Avenida a Valparaíso, donde vivía su abuelo Manuel José María Becerra, de quien aprendió este oficio. "Era vendedor de motemei de aquella época. Me crió hasta los 14. El viejo muere y me deja la herencia del motemei. Yo era su eco: él gritaba '¡motemei, pelao el medio, calentito, el meii!' y atrás yo le hacía el eco al tata. Y me acostumbré".
Repitiendo el grito que da nombre al oficio, dice que "mei" viene de maíz y así lo llamaban los huasos. "De ahí que se comía el mote de mei", explica. Carlos se apura en aclarar que no es lo mismo que con huesillos, porque ese mote viene del trigo: "El mote original es el motemei, el otro llegó de costumbres españolas".
Siguiendo por más de 40 años el mismo recorrido que su abuelo le enseñó, los lunes salía a Playa Ancha, los martes a Placeres, miércoles a Cerro Alegre y Concepción, jueves a Recreo y Viña del Mar, y el viernes las partes bajas de cada sector, hasta el domingo en el plan. Una ruta que heredó junto con la receta. Un trabajo arduo, que partía el lunes temprano con la recolección de leña, cenizas y la compra del maíz en los antiguos graneros del barrio El Almendral.
Unos quintales de maíz mantón o diente de buey cargaba su abuelo a lomo de burro hasta llegar a lo alto del cerro, donde en un improvisado taller en el patio comenzaba la preparación de las cenizas con agua hirviendo para dar forma a la lejía, con la cual se hacía el pelado de los cinco a 10 kilos de maíz. "Pelábamos el maíz como seis horas, entre hervirlo, lavarlo y dejarlo impecable hasta que botaba el potito el maíz. Ahí estaba listo para ir al estanque del agua y refregar". Una vez pelado, iba a remoje hasta el otro día y sólo a la mañana siguiente, después de un mate y un pan, empezaban nuevamente una cocción en un tarro de latón, que podía tomar seis horas, revolviendo y recargando con agua.
"Cocido el mote, queda como garbanzo, blandito, y ya son las seis de la tarde cuando el motemei salía a vender. Siempre se vendía a esa hora, de noche y, por eso, el farolito con la vela que carga el motero. En invierno era cuando más se vendía", recuerda
Causeo, ajíaco y caldo o con miel para los niños era parte del menú de quien por taza compraba el producto. Dieta que con los años se fue perdiendo con la clientela.
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