El nieto surrealista
<P>La caída del Muro de Berlín desarmó la vida de Roberto Yáñez Honecker. A los 15 años debió dejar Alemania y aterrizó en Chile, el país de su padre. Tres años después, vio morir aquí a su abuelo Erich. Hoy, a los 37, dice que la poesía le permitió rearmarse. Aquí cuenta, por última vez, su historia.</P>
-¿Has escuchado esto?- me pregunta mientras apunta al sol que cae sobre el Parque Intercomunal de La Reina esta tarde de martes, y comienza a declamar: "No diga nunca sol, diga astro rey; diga Pronunciamiento Militar…"
-Es de Parra, de Nicanor- continúa él mismo, mientras el fotógrafo captura su metro 90 de estatura que contiene un cuerpo voluminoso y se mueve con andar pausado.
Su pelo bien rubio y que ahora lleva corto no lo ayuda a mimetizarse con los transeúntes del parque, o con quienes en una tarde de invierno caminaban por Jorge Washington o en una de verano por Avenida Apoquindo, lugares donde nos reunimos antes a conversar. Su hablar tiene acento y modismos chilenos, pero también se le escapan sonidos apretados que delatan que sus primeras palabras no las aprendió en Chile. Roberto Yáñez (37) es uno de esos personajes que por un azar genético nació con historia. Porque el segundo apellido que lleva, el que no pone en los currículum que hay de él en internet, es Honecker. Es el nieto de Erich Honecker, quien llegó a Santiago en marzo de 1990, con apenas 15 años, a pocos meses de que el Muro de Berlín -y con ello, las certezas de su vida- fuera derrumbado.
Para los hijos de héroes o de tiranos , así como para los nietos de ellos, resolver en sus vidas lo que sus progenitores hicieron no es tarea fácil; menos cuando sus antepasados ocupan un casillero negro en la historia. Con los años, los descendientes interesados en buscar respuestas -pues hay también quienes optan por ser indiferentes a la historia- tratan de alcanzar una mirada objetiva de lo obrado por sus abuelos, de mirar la historia con distancia. Sin embargo, en ellos convive el recuerdo afectivo de quien los mimó cuando niños.
Roberto trata de mantener el anonimato respecto de ese aspecto involuntario de su vida, el de llevar el apellido Honecker. Hace un año habló para una revista alemana, a la que prohibió traspasar derechos de su entrevista, y hace siete apareció en una chilena. El resto de sus apariciones en la web tiene que ver con su quehacer como poeta y pintor, seguidor del surrealismo. Esta tarde, además de declamar a Parra -de quien ya nos había contado una anécdota memorable-, Roberto carga uno de sus óleos. Lo que no hizo fue cantar, pues también compone. En YouTube se le puede ver guitarreando sus trovas.
Por varios meses, Roberto se resistió a contar su biografía. Pedía tiempo, varias conversaciones informales y condiciones. A su familia, compuesta por su padre chileno, su madre y su hermana, tampoco le gusta salir en los diarios. Su abuela, Margot, otrora poderosa ministra de Educación en la RDA, también ha cultivado un perfil silencioso en Chile. Las pocas veces que hace apariciones -como hace unas semanas, cuando asistió al aniversario 100 del PC chileno-, suele despertar polémicas pasajeras.
"Uno acumula cierta paranoia viviendo en este tipo de familias", dice él cuando la paciencia para sacar adelante la entrevista está al borde de quebrarse. Roberto Yáñez Honecker desconfía y, pese a lo alto y grande que se ve, a ratos parece un niño vulnerable.
"Me costó convertirme en adulto", responde luego de un set de preguntas sobre cómo fue su aterrizaje en Santiago en 1990 y cómo lo afectó el fin de la RDA. "La poesía me armó, claro que primero me desarmó", explica cuando le preguntamos cómo logró rearmar su identidad. Para él no fue fácil reconstruirse tras la caída del Muro.
Esta es la historia que Roberto acepta contar de su vida, y que este martes 17, cuando enciende su octavo cigarrillo L&M en menos de una hora, asegura no volverá a contar.
En su infancia, Roberto vivió en un departamento en un piso 12 en Berlín Oriental, cuyo balcón daba al lado occidental de la ciudad. Su colegio estaba cerca del Muro, que su abuelo ordenó levantar en agosto de 1961. "Para los que no conocen la historia -cuenta él-, el Muro era un resultado de la Segunda Guerra Mundial y las restantes zonas de ocupación después de la derrota de Hitler. Más allá, en el plano personal, daba una imagen subjetiva. Era inamovible, incriticable. No era permitido criticar el Muro, el Muro era una bendición; lamentablemente, fue un Muro de los lamentos".
"Se decide levantar el Muro para terminar con los actos que intentaban desangrar la economía de la URSS y sus aliados. Sin embargo, con los años, el Muro pasó a representar restricciones, limitante de libertades individuales. Fue siempre, después, justificado por el oficialismo. No existía una libertad individual de desplazarse adonde uno quisiera. Representa una época, un país y la guerra fría, también representa odio y desesperación, muerte y extrañamiento".
A los pocos días de la caída del Muro, Roberto cruzó al lado occidental. A la revista Die Zeit le contó que en esa aventura en Berlín conoció una chica a la que no le reveló su identidad, bebió cerveza con un dramaturgo y asistió a una representación. Ahora, en Santiago, cuando a Roberto se le pregunta qué experimentó en el lado occidental, responde: "Cuando creces en la familia de un político conocido, tienes varias opciones para perfilarte. Yo tomaba la distancia que me era permitido tomar. Ahora, si llevas años viviendo al lado de un 'muro bendito', lo lógico es que vas a ver lo 'maldito' que hay detrás. Es lógico que uno va a mirar lo que en 14 años no ha visto".
En el departamento de los Yáñez Honecker, en la Leipziger Strabe, el ambiente a partir de la noche del 9 de noviembre de 1989, cuando aparecieron los primeros agujeros en la fortificación, era más que tenso. "Fue un ambiente trágico, extremadamente trágico. Ver cómo detienen a tu propio abuelo es fuerte. La caída del Muro fue un objetivo perseguido por mucho tiempo por el mundo anticomunista. Claro que no querían libertad para la gente, sino que perseguían -y persiguen- más poder, y lo consiguieron".
"A veces explico cosas que aquí no me creen. En la RDA no existían poblaciones marginales, ni gente que vivía en las calles, ni el desastroso sistema de salud que tenemos aún aquí, en este Chile súper desarrollado. Entonces, yo caminaba como perico de los palotes por donde me daba la gana, excepto al otro lado del Muro. Para todos igual: haga lo que quiera mientras no diga nada contra el Partido o el Muro".
Cuando era niño, su abuelo Erich solía enviarlo a buscar los fines de semana para que estuviera con él en su residencia en Wandlitz.
-¿Cómo eran esos fines de semana?
- Eran, pienso, normales. No teníamos un zoológico privado como Michael Jackson. (Lo que hoy no quiere contar y que le dijo a Qué Pasa en 2004, es que en esos fines de semana su abuelo le pedía acompañarlo en unos de sus hobbies: cazar ciervos, lo que a él como niño le causaba pavor).
-¿Tus compañeros de colegio sabían que eras el nieto de Honecker? ¿Complicó eso la infancia?
- Mis amigos me querían. Otros, no. Normal.
- Si hubieras podido elegir haber sido nieto de un ciudadano anónimo de la RDA, ¿lo hubieras hecho?
- Lo más probable es que sí.
- ¿Alguna vez cuando niño te rebelaste ante tu abuelo por lo que pasaba en tu país?
-Conscientemente no.
Los Yáñez Honecker viajaron hasta Santiago en marzo de 1990. Una vez acá, Roberto fue matriculado en el Colegio Alemán. "Hablaba castellano, pero con las pifias de un alemán. Causaba risas. Los compañeros del Colegio Alemán me miraban con cierta curiosidad. Pero, extrañamente, me integré rápido al colegio y los profes, en general, me daban buen trato. Hasta el director del colegio, el señor Rudek, que había huido poco antes de la construcción del Muro hacia Occidente y que hacía clases de biología, me trataba bien y con respeto".
El aterrizaje, sin embargo, no fue fácil. Pues cuando le pregunto cómo interpreta hoy los efectos que tuvo la caída del Muro en él, Roberto responde: "Se me produjo cierta locura inexplicable, desarraigo, desde luego. Pero había dos muros nuevos que vi en Chile: la pobreza y la Cordillera de los Andes. Vi un escenario invertido: la izquierda masacrada con justificaciones sin duda sorprendentes de parte de los salvadores de Chile, y el padre Hasbún, que me entretiene bastante. Los asesinatos selectivos de otra dictablanda (…). Cuando llegué me dejé llevar más por el paisaje. No entendía muy bien la manera de relacionarse de los chilenos, ni tampoco me situaba en lo que debía ser útil para mi persona; al contrario, los defectos de mi carácter me alejaban de un camino sano y sin riesgos. Se puede decir que no encontré el camino correcto".
Una vez en Chile accedió a más información sobre lo que había sido el régimen de su abuelo. Como él recuerda, "la información que se nos daba allá era bonita, pero no real". Tras esas lecturas, la conclusión a la que llegó es que lo de la RDA fue "una dictablanda. La información era difusa, pero después caché que era una dictablanda. No me quiero comparar los números (de muertos), es de mal gusto. El enemigo declarado era encarcelado o mandado para afuera, los intelectuales rumiaban constantemente sobre las restricciones en la libertad de expresión, todos los diarios decían lo mismo: qué fantástico es el socialismo, qué malo es el capitalismo, el pueblo está alegre y feliz. Alguien se encargaba de desvirtuar las cosas, de darles un enfoque revolucionario internacionalista, donde el capitalismo quedaba sin chance. Y en 1989 se cae todo, no tenía simiente, se esfuma, se termina".
Cuando llevaba tres años en Chile, llegó su abuelo. El gobierno de Aylwin le dio asilo por razones humanitarias. Enfermo de un cáncer hepático, Honecker murió en mayo de 1994.
Tras salir del colegio, Roberto comenzó una etapa de búsqueda que lo llevó a ingresar, en 1996, a Diseño en la Universidad Diego Portales, donde sólo estuvo un semestre. "No me gustó, poh", dice. Ya antes de eso, en 1993, participó en un taller de poesía de Mauricio Redolés, actividad que repitió al año siguiente en otro taller. Su interés en ser poeta no tuvo apoyo familiar. "A todo artista le pasa lo mismo", responde sobre este punto. ¿Y qué opina tu abuela de tus cuadros?, ¿ella aprecia la poesía y el arte?, le pregunto. "No tiene mucha paciencia con la poesía, los cuadros sí le gustan", responde.
Pese a ello, Roberto ha publicado tres libros de poesía. Poemas encontrados en San Pedro de Atacama (1999), Espejo Ultrasombra (2001) y El Objeto del Vértigo (2004). Este último acaba de ser publicado en Alemania. Se nota que eso lo enorgullece. A ese país no ha regresado desde que lo dejó, hace 22 años. Pretende volver en tres años más, "organizar una gran exposición internacional del surrealismo en Berlín".
En su camino por la poesía y la pintura, el nieto optó por el surrealismo. Aquí se integró al grupo Derrame, donde están Enrique de Santiago, Miguel Angel Huerta, Braulio Leiva, Aldo Alcota, Carlos Sedille, Rodrigo Hernández Piceros, Rodrigo Verdugo y Magdalena Benavente. ¿Por qué el surrealismo? "(André) Bretón enfoca el surrealismo a partir de una crisis general de nuestra sociedad. Es lógico pensar que una crisis colectiva se compone de crisis personales (…). No siempre se sobrevive a una crisis, pero lo que sobrevive se sirve del fenómeno surrealista , que es un fenómeno pesadillesco, fragmentado, fantasmagórico, pero que empuja hacia la luz al ente en crisis".
¿Y se puede vivir de la poesía? Roberto teoriza: "Irremediablemente, el artista vive de su arte, aunque viva en el camino al cementerio". En lo concreto, él hace otros trabajos para vivir como traducciones.
La pintura en su vida fue otra historia. Entre 2000 y 2002 estudió Artes Plásticas en la Academia San Alejandro, en La Habana. "Fue impresionante. Cuba es el paraíso. Está llena de magia negra, blanca, en fin, no se puede ir a Cuba sin volverse loco", recuerda. El artículo de Qué Pasa dice que allá fue también para recibir tratamiento siquiátrico. Al preguntarle qué patología lo aquejaba, él ironiza y juega con las palabras: "Me convertí en pato".
Le gusta Nicanor Parra. Recuerda que "a Nicanor lo he visitado algunas veces en los 90. Siempre me ha parecido un personaje interesante, inteligente, analítico. Resulta que me bautizó como 'Inocencio Conchalí' (…). Yo estaba una vez con un grupo de la universidad en Las Cruces y en la noche dije voy a ir a ver a Nicanor Parra. Como la casa queda arriba en una loma, hay que subir un sendero. Había allí un joven mapuche con el cual me puse a charlar. Y pasó una persona y resulta que este joven mapuche lo amenaza y le roba el reloj delante de mí. Bueno, dejo al cogotero y subo la loma y llego a la entrada de la casa de Parra, y su vecino sale con un revólver y me grita: '¡Así que andái cogoteando!'. Yo le digo que no tengo nada que ver, Nicanor sale de su casa y tranquiliza a su vecino. Más tarde leí un artefacto de Nicanor que rezaba: 'Economía Mapuche de Subsistencia'. Nicanor no es comprendido, aunque pareciera".
Cuando Roberto ya ha fumado más de la mitad de su cajetilla, el sol se pone sobre el parque.S
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