El niño de la risa permanente

<P>Manuel Gutiérrez soñaba con ser el primer profesional de su familia y ser el orgullo de su madre, pero el 25 de agosto, en la pasarela de Américo Vespucio con Amanda Labarca, una bala en el tórax terminó con sus sueños. </P>




Un pasaje estrecho con piso irregular de cemento y tierra, muros con grafitis gastados y su casa como recién pintada era el punto intermedio del recorrido diario del estudiante de tercero medio Manuel Gutiérrez (16), entre el colegio y la iglesia evangélica a la que él asistía.

"No se veía mucho en la calle. No era un niño pelusón ni nada. Era súper amoroso y cuando salía a comprar siempre saludaba", relata una pareja de vecinos tras un portón de lata negra.

Hace 10 días, durante la segunda jornada de protestas convocadas por la CUT, Manuel Gutiérrez Reinoso salió a pasear con su hermano Gerson, quien se traslada en silla de ruedas por un tumor en la columna. A seis cuadras del lugar, en la pasarela de Américo Vespucio con Amanda Labarca, en Macul, y en medio de barricadas, una bala disparada por un carabinero llegó a su pecho. "Esa noche estuvimos mi mamá y yo comentando con un vecino lo grande que estaba Manuelito y lo mucho que se estaba pareciendo a mi papá. Como a las 11.20 de la noche apareció diciendo que iría a dar una vuelta con Gerson. A los pocos minutos llegaron unas personas gritando a decirnos que Manuel estaba herido, pero que estaba bien, nunca pensamos que ocurriría lo peor", relata Jacqueline, su hermana mayor.

En la casa vivía con su madre, Mireya Reinoso; Lidia, su abuela materna, sus tres hermanos, Jacqueline (25), Gerson (22) e Isaac (21), y su sobrino Martín (3). Sus padres se separaron hace cinco años y formó una relación muy especial con su hermano Gerson. "Tenían una relación casi como de padre e hijo", cuenta Jacqueline Gutiérrez.

Regodeón para comer y enemigo de los mariscos, Manuel tenía como su plato favorito el charquicán. "Decía que era capaz de comerse una olla completa del charquicán de su abuelita Lidia, pero en la semana prefería que se atrasaran con el almuerzo, porque cuando tenía que ir al colegio y no estaba listo, comía pollo asado con papas fritas", recuerda la familia.

La abuela, impulsora de su fe evangélica, es no vidente y su nieto menor era como su lazarillo. Santiago Downing, pastor y encargado de la Clase Simón Bolívar -una sede dependiente de la Catedral Evangélica a la que asistía- recuerda que siempre llegaba con su abuelita a la congregación y "aunque iba al colegio en la tarde, se las arreglaba para llegar, aunque fuera en medio de la reunión". Eso pasaba durante la semana en que su jornada escolar era de 2 de la tarde a 19.45, pero los fines de semana estaba todo el día, sobre todo, porque Manuel trabajaba en secretaría dando aviso de las actividades de la iglesia y ayudaba con el audio. Y no sólo participaba en el templo que estaba cerca de su casa, sino que también trabajaba en el departamento de protocolo de la Catedral, organizando, por ejemplo, conferencias, visitas del Presidente de la República o el tedeum. Además de participar en el Coro Proyección, con el que se presentó en plazas públicas de diferentes regiones del país.

Llevaba dos meses pololeando con Cynthia, una compañera del Colegio Saint Lawrence. En el tercero C, era el número 13 de la lista y desde primero medio estaba en la especialidad de electrónica, con el objetivo de salir como técnico y optar a una ingeniería. "Siempre dijo que quería ser el primer profesional de la familia. Los hermanos más grandes no pudimos estudiar una carrera, entonces él quería ser el orgullo de su madre y trabajar para que ella no tuviera que hacerlo más. Además, quería tener un auto para llevar a su abuelita a la iglesia", dice la hermana.

La entrada al colegio es a través de una cancha de básquetbol y en su interior los corredores están mediados por gruesos pilares color verde agua tras los que Manuel se escondía después de gritar alguna broma a un profesor. No estaba interesado en el movimiento estudiantil y, por eso, no participó de ni una de las dos tomas que hubo en su colegio. Aunque no era el alumno con mejores notas del curso, se preocupaba de hacer todos los trabajos y tareas que se le encomendaran. Sus profesores destacan que siempre estaba impecablemente uniformado.

El semestre pasado sus mejores promedios fueron un 6,0 en Lenguaje y Matemáticas y un 6,1 en Inglés, ramo en el que su profesora, Marcela Núñez, confiesa haberle puesto un par de anotaciones negativas por bromista y juguetón, pero "nunca pasó los límites ni fue irrespetuoso, sólo que le encantaba alegrar a los demás", aclara. Diego Aranda, compañero de banco y confidente, dice: "Era imposible enojarse con Manuel. Era tan alegre que si él te decía algo, tú no podías ni siquiera retarlo; él te bromeaba."

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