El otro Valdés
<P>Enrique Bravo-Valdés (50) llegó al hogar familiar de Gabriel Valdés antes de cumplir dos años. Su madre era la empleada puertas adentro. Los dueños de casa se encariñaron con él y se encargaron de su educación. En Santiago y en Nueva York. Lo criaron como a un hijo más. En 2009 lo adoptaron. Cuando se cumple justo un año de la muerte del político DC, su hijo más desconocido se anima a contar toda la historia. </P>
El 7 de septiembre de 2011 sonó el teléfono en La Haya, Holanda. Enrique Bravo- Valdés Gaona (50) dictaba una clase en la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas. Estaba en su oficina -dirige el departamento de Operaciones, Infraestructura y Soporte Técnico del organismo- y tenía el celular en silencio. Pero no podía dejar de mirar, desde su escritorio, cómo el teléfono se encendía y apagaba de manera persistente, como advirtiendo malas noticias. De pronto, llegó un mensaje de texto: "El tata se murió, vente inmediatamente". No se lo esperaba. Minutos antes, en Chile, había fallecido una de las personas más importantes de su vida, Gabriel Valdés. Que para Enrique tiene un solo nombre: el papá Gabriel.
Tomó entonces el teléfono y escuchó un mensaje de voz tristísimo de la viuda, Sylvia Soublette. La mamá Sylvia, como le dice, le confirmaba la muerte. Como pudo, terminó la hora de clase que quedaba. Fue luego a hablar con su jefe. Debía partir de La Haya a Santiago lo antes posible.
En 1964, Rosa Gaona dejó de trabajar en la casa de Paulina Voillier, quien después sería esposa de Carlos Altamirano. Ella misma la recomendó como nana puertas adentro en la casa de los Valdés Soublette, pues sabía que esa familia no pondría trabas, porque la mujer -que ya rondaba los 40- llegara a trabajar con una guagua de año y medio a cuestas. El niño se llamaba Enrique.
Juan Gabriel Valdés, el hijo mayor del matrimonio, recuerda: "Mi padre exigió muy pronto que Enrique participara en la vida de toda la casa, que su mundo no quedara limitado a los espacios del servicio. A los tres años, Enrique ya era un niño curioso, reflexivo. Había llegado a la casa precedido de la fama de haber lanzado un gato desde un noveno piso, lo que nos había producido a mi hermano Max y a mí crueles carcajadas y lo había envuelto a él en un halo de simpatía y curiosidad. Circulaba por la casa, escuchaba lo que pasaba y hablaba poco. Poco a poco fue el hermano chico".
No era la primera vez que la familia recibía a un niño de bajos recursos. María Gracia Valdés cuenta: "Mucho antes de Enrique vivió una niñita, la Maruca, hija del jardinero. Era muy pobre, su mamá estaba enferma. Mi mamá la llevó a vivir con nosotros, la puso a dormir en el sector de los niños. Cuando mi papá viajaba, nos traía vestidos a las dos. Pero con Enrique fue distinto". Sí, porque la familia no sólo quiso darle casa y cariño, sino que asumieron "el deber de educarlo. Es que Enrique era tan inteligente, todo le interesaba, y mis papás querían sacarle todo el partido que este niño tenía", dice María Gracia.
El día en que Gabriel Valdés cumplió 90 años, el 3 de julio de 2009, ya habían pasado casi cinco décadas desde la llegada de Enrique a su vida. Fue entonces que el ex senador DC le pidió que llevara su apellido. Se lo había propuesto por primera vez muchos años antes, sin éxito. María Gracia Valdés cree que su padre presentía que le quedaba poco y para él era necesario cerrar este ciclo, incorporándolo como un hijo más: "El ya era de la familia, pero llevar el apellido significaba un hito". Esa vez aceptó.
Cuando dos años después viajó a Santiago para darle el último adiós a su padre, llegó apurado, tomó un taxi, se puso traje y su hermana María Gracia se preocupó de que junto a sus hermanos y su mamá Sylvia estuviera en la primera fila de la Catedral. Juntos también firmaron su obituario. Ese día, el mundo público se enteró que existía Enrique Bravo- Valdés. Esta es su historia, contada en primera persona desde Holanda.
"Nací en Santiago, en un lugar llamado Barrancas (Pudahuel). Viví allí hasta como el año y medio. Mi mamá Rosa Gaona y mi papá Enrique Bravo vivían juntos y se separaron. Nunca más tuvimos contacto con él. Mi mamá se fue de la casa y empezó a trabajar puertas adentro.
Llegué donde la familia Valdés antes de los dos años, en 1964. Me contaron que cuando me presentaron con papá Gabriel, me abrazó, colocó un disco y se puso a bailar conmigo.
Vivíamos en una casa enorme en Lo Barnechea. Mi dormitorio estaba en el sector de los niños. Estaba el dormitorio de la María Gracia, el que compartían Max y Juan Gabriel y después la pieza mía. En otro sector dormía mi papá Gabriel con la mamá Sylvia -desde que tengo memoria los llamo así-, y en la otra ala de la casa vivían mi mamá Rosa, la señora Carmen, el mayordomo Rubén y el jardinero con su señora.
Cuando llegué a la casa, el papá Gabriel había sido recién nombrado ministro de Relaciones Exteriores. Una de las cosas más entretenidas era recibirlo de sus viajes. No hablaba de la espectacularidad de la política o las relaciones internacionales. El se fijaba en lo cotidiano. Una vez el avión tuvo un problema y el piloto tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en Groenlandia. Estaba lleno de nieve y tuvieron que lanzarse por toboganes. Le pasaban cosas impresionantes. Una vez lo trajeron hasta la casa en helicóptero, aterrizó en el jardín y el perro no paró de ladrar.
El papá Gabriel no era guaguatero. Pero conmigo fue siempre muy afectuoso. Mis hermanos adoptivos dicen que a mí me tocó más suave. A ellos les tocó más serio y estricto; a mí me regaloneaba más. La que me sigue en edad es María Gracia, que es 10 años mayor; Max, 12; y Juan Gabriel, unos 15.
Mi mamá biológica y mis padres adoptivos hicieron casi un pacto de amor, donde se tomó la decisión de educarme y hacer de mí lo mejor que pudieran hacer. Me dieron una oportunidad, y otra y otra y todas las que he tenido en mi vida. Cuando me matricularon en el Nido de Aguilas, la mamá Sylvia y el papá Gabriel fueron mis apoderados, pero no es que la mamá Rosa fuera a decir 'pucha, se va a este colegio donde sólo va gente de elite'. No. Fue 'echémosle p´adelante todos juntos'".
Enrique Bravo-Valdés fue el único que asistió al Nido de Aguilas. Sus hermanos estuvieron en los Padres Franceses y el Grange; mientras que María Gracia fue a la Alianza Francesa. Juan Gabriel Valdés cuenta: "La idea era que Enrique tuviera la mejor educación en un colegio donde el carácter democrático y extranjero permitiera que nadie le abusara porque no venía de un hogar de ricos. Mi padre tenía demasiada consciencia del carácter clasista y racista que aflige hasta hoy a ciertos sectores de la sociedad chilena, algo que repudió toda su vida".
Su hermana María Gracia agrega: "Cuando niño, Enrique fue muy apegado a su madre. Dormía con ella, comía con ella, hasta que empezó a apegarse más al lado nuestro. Cuando falleció mi abuela Blanca, él pasó a ocupar su pieza. Era un niño muy vivo. Pero tuvo que pasar muchas pruebas en un país clasista y racista. En un momento, cuando estaba en el Nido de Aguilas, dijo 'quiero tener pelo amarillito'".
Continúa Bravo-Valdés:
"El papá Gabriel me dijo: 'Tú aprendes inglés y es lo mismo que tener una profesión'. Siempre me empujaba a estudiar. Fue un visionario, porque si sabes inglés, te puedes mover por todos lados.
Al principio, cuando todavía vivíamos en Chile, mi papá Gabriel no me hablaba de política. El era ministro, tenía reuniones con embajadores, recibía gente. A la casa de Lo Barnechea fue la Reina Isabel II, Golda Meir… Yo viví todo eso, me metía entre la gente.
Entre 1971 y 1973 el papá estuvo en Naciones Unidas, en Nueva York. Como los 'niños' ya se habían ido de la casa, nos fuimos a vivir a un departamento frente al Parque Forestal. Nos fuimos mi mamá Rosa, mamá Sylvia y yo. Mi mamá Sylvia era muy informada y nos contaba lo que pasaba en Chile. Ella se estaba preparando para que nos fuéramos a Nueva York cuando vino el golpe militar. Nos atrincheramos los tres en los dormitorios del interior. Al día siguiente vino el mayordomo del edificio a poner una bandera en la terraza, y la mamá Silvia no lo dejó. 'Ha muerto el Presidente de Chile, no hay nada que celebrar', le dijo.
Finalmente nos fuimos los tres a Nueva York. Fue la primera vez que yo viajaba en avión.
Cuando llegué a Nueva York estaba feliz. Tenía una ventaja comparativa respecto a mi mamá Rosa y muchos otros: como me había educado en el Nido de Aguilas, podía hablar inglés de tú a tú con cualquier americano.
A los 11 años me enteraba de Chile oyendo las conversaciones de los grandes. Por nuestra casa pasaban personas que venían de Chile perseguidas y apremiadas. Los informes de derechos humanos se comentaban en voz alta. A medida que crecía, más me percataba de la crueldad en nuestro país.
Después nos separamos con mi mamá Rosa. Yo me quedé en Estados Unidos con mi papá Gabriel y mamá Sylvia. Ella se volvió en 1975, no entendía inglés. Antes de llegar a Chile se fue donde María Gracia en Venezuela y la ayudó a criar a los niños, que la adoran. Todavía la van a ver al hogar de ancianos. Ella está viejita, tiene 90 años. Le queda algo de memoria, pero dice cosas que nadie sabe por qué las dice.
Desde los 11 hasta los 15 años no vi a mi mamá Rosa. Mi papá Gabriel decía que en EE.UU. me estaba poniendo muy americano y no escribía bien en español. Un día, para estimularme, me trajo un montón de libros, entre ellos El Quijote. Me dijo 'léelos, te va a hacer bien'. Después organizó una movida para mandarme a Venezuela. Me dijo, 'Enrique, te vas con María Gracia a recuperar tu idioma'. Pasar por Venezuela dos años me curó un poco, fue la dosis latina".
"Volví a Chile a los 18. Había terminado la secundaria en el Colegio Internacional de las Naciones Unidas en Nueva York. Allí estudié español, francés, inglés. Después aprendí italiano; luego holandés. Generalmente sueño en inglés o español.
En EE.UU. mis papás siempre me exigieron igual que al resto. Si los niños repartían diarios, yo también; si los niños americanos sacaban la nieve de las casas, yo también. Cuando mis padres me preguntaron si me quedaba a estudiar en EE.UU. o volvía a Chile, decidí volver. Mi mamá Rosa ya estaba de vuelta, vivía en una casa que se había comprado. La veía todas las semanas, pero me fui a vivir con el papá Gabriel y mamá Sylvia, que también habían regresado.
La cosa estaba radicalizada en Chile, se empezaba a organizar el movimiento para el retorno a la democracia, donde el papá Gabriel fue de los protagonistas armando alianzas. El decía que para salir de esto debían estar todos juntos. El hablaba de ingeniería política, que había que rehacer la base como un ingeniero. Yo creo que lo decía porque su papá era ingeniero.
Yo también participaba en movilizaciones. Cuando el papá Gabriel era dirigente político, lo acompañé a recorrer Chile en auto. Sabíamos que nos seguían, que los teléfonos estaban intervenidos, que lo iban a tomar preso. Una vez sabíamos que lo iban a detener, así que se fue a alojar a la casa de una prima. Lo llevé de noche, bien camuflado. Finalmente lo llevaron preso. Nunca pensé que no podía volver tras la detención. Le teníamos esa confianza, él podía hacerlo todo.
Recuerdo haberlo visto en la Plaza Italia, escapando de las lacrimógenas. Vi en primera persona su valentía. Tenía más de 60 años. Cuando llegó el guanaco, lo reconocieron y le mandaron el chorrito enterito, y él, como boy scout, ahí parado sin miedo. Yo, parado al lado de él, tampoco lo tenía.
Un día me tomaron preso en una protesta que no era más que cantar el Himno Nacional y llevar una velita a la Catedral. A una periodista le tiraron un pastor alemán encima. Vi todo negro, y me fui a defender a la periodista. Le dije al carabinero cuánto garabato sabía. Me cayeron como 25 carabineros encima, me subieron al bus, estuve allí varias horas. Nos llevaron al gimnasio de la Primera Comisaría, éramos más de un centenar de muchachos. De pronto apareció un señor de civil y me llamó. Me hacía preguntas de la familia y él mismo se respondía. Sabía todo de mí, de mi relación con el papá Gabriel. En la noche él me fue a buscar y me soltaron, por suerte.
Cuando ganó el No, mi papá Gabriel estaba feliz, era la coronación del trabajo arduo, de arriesgar la vida cotidianamente, y terminaba en un acto pacífico y de alegría".
El 24 de octubre de 1988 se celebraron primarias internas en la DC, donde saldría electo el presidente del partido, que sería el más seguro candidato presidencial del año siguiente. Los postulantes fueron Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Gabriel Valdés. Ganó el primero. Un mes después, se conoció una serie de irregularidades que favorecieron ese triunfo. Siguieron largas negociaciones entre las partes, un intento de acuerdo de renuncia de los candidatos, la negativa de Aylwin a hacerlo. Gabriel Valdés, finalmente, lo reconoció como vencedor. El episodio, conocido como Carmengate, sepultó sus propias aspiraciones presidenciales.
El fue siempre cuidadoso para referirse al tema. Pero sus hijos saben que no salió inmune. María Gracia Valdés dice: "Supe del Carmengate porque llegó gente a mi casa que supo de eso, entre ellos Mariano Fernández. Pero mi papá era muy privado. Para él, la lealtad y los momentos históricos eran mucho más importantes que su persona. Pero al final me di cuenta lo que lo había afectado. Poco antes de morir habló de esto. Nunca con dolor, sino como algo que jamás debió haber sucedido. Eso demuestra su lealtad y generosidad con otras personas". Enrique es más cauto: "Sobre el Carmengate, no tengo más que decir que lo que él relata, con la fineza que lo caracterizaba, en sus memorias".
Enrique Bravo-Valdés recuerda:
"Cuando iba a cumplir 18 años, en mi familia adoptiva, muy solemnemente, me preguntaron si quería llevar el apellido Valdés. Acabábamos de volver de Estados Unidos. Estábamos con mis padres en el living del departamento frente al Parque Forestal. Mi respuesta fue casi inmediata: dije que no, que siempre me había llamado Bravo, que es el apellido de mi familia.
Nunca tuve relación con mi familia biológica paterna. No conocí a mi papá ni a mis abuelos. No sé por qué quise conservar el apellido de él, nunca lo he analizado. Pero dije mi opinión y se respetó. No reflexioné como sí lo hice años después.
Ocurrió para el cumpleaños 90 de papá Gabriel. Fue un cumpleaños lindo, de relaciones familiares, fue el lanzamiento de su libro. Cuando estábamos en su casa de Cantagua, me llevó a su despacho. Allí me lo planteó de nuevo: 'Enrique, quiero que lleves mi nombre'. Yo me emocioné, porque no habíamos vuelto a hablar del tema. Estaba la mamá Silvia y me decía: 'Sería muy bonito, es como cerrar el círculo con nosotros'. Les dije que les contestaría al día siguiente.
Esa noche no pegué un pestañazo. Empecé a pensar en toda mi vida. Pensé en Juan Gabriel, la María Gracia y Max. Quería que todos estuvieran de acuerdo, no que fuera algo entre el papá Gabriel y yo. El me había dicho: 'No sea leso, si todos queremos lo mismo". Al día siguiente le dije que aceptaba. Mi sobrina Gracia Tomic, que es abogado, hizo el cambio de apellido con un poder total que me pidió. Mi hermana Gracia y mi mamá Sylvia fueron a declarar. Hoy estoy cambiando mis documentos al nuevo nombre.
No sé si mi mamá Rosa entendió algo de que yo pasara a ser Valdés. Ya estaba muy enferma (tiene demencia senil). Me gustaría creer que entendió todo… Ella ya había hecho su pacto de amor muchos años antes, estoy seguro de que estaría de acuerdo.
Con la familia de ella, los Gaona, mantengo relación con primos. Los Gaona son de Rengo así que voy a visitarlos cuando viajo, o vienen a verme a Santiago. Mi mamá Rosa, cuando volvió a Chile, se fue a vivir a su casita en Colon Oriente, que se compró con su trabajo de toda la vida. Juntó plata en una cooperativa. Mientras estaba en Venezuela, les prestó la casa a los Gaona, fue un lugar de acogida para los familiares que no tenían dónde quedarse. Le quiso devolver la mano a la vida".
"Una de las personas que me ha aconsejado mucho es Juan Gabriel. A él le pregunté qué estudiar cuando iba a entrar a la universidad. El me dijo que si tuviera que volver a estudiar elegiría Periodismo, y me dijo que unos amigos habían empezado una universidad nueva en Chile, el Arcis. Eso hice. El papá Gabriel estaba feliz con esta universidad alternativa. No sólo le gustaba, sino que también la pagaba.
Cuando me gradué, hice un posgrado de Sociología en Medios de Comunicación en la Universidad de Roma. Simultáneamente trabajaba en la agencia Inter Press Service, para el área de telecomunicaciones. Me fue bien y me mandaron a Holanda para hacerme cargo de las telecomunicaciones de toda Europa. Hace 15 años vivo y trabajo en La Haya.
En Holanda nacieron mis hijos, Nicolás y Valentina. El papá Gabriel viajó a conocerlos. Ellos le decían tata. Cuando él se enfermó, yo casi no me di cuenta de lo grave que estaba, pues no lo vi durante varios meses. Y su caída fue rápida: pocos años antes estaba activo en Roma, vivimos juntos, fue embajador, tenía mucha fuerza.
El último verano que estuve con él, el 2010, lo acompañé a comprar plantas cerca de Cachagua. Cuando llegamos a la casa, las plantamos. El elegía cada lugar. Ese fue su nivel de actividad antes de morir.
Del papá Gabriel me gustaría pensar que tengo lo serio y a la vez la capacidad de disfrutar los momentos y personas que conocemos. También la responsabilidad y su sentido ético. Siempre cuando estoy frente a una situación difícil, me pregunto qué haría mi padre. Cuando él murió, escribí: 'Su ejemplo nos guiará siempre'.
No me puedo plantear que habría sido de mi historia si mi mamá, en vez de haber llegado donde los Valdés, se hubiese ido a trabajar a otra parte… Yo sería otra persona".
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