El peligro de vivir en paz
<P>Después de la muerte de Eduardo Frazier, por el volcamiento de un camión minero sobre su auto, y del alud del último fin de semana, que aisló a 27 personas, el camino a Farellones es más que una útil ruta que sirve para subir a la nieve. En esta vía de 11 kilómetros, entre La Ermita y el cruce con Avenida Las Condes, hay familias que decidieron alejarse de la ciudad. Pero viven con el riesgo vivo de los accidentes.</P>
El lugar se llama La Ermita. Un letrero pequeño, minúsculo, al borde del pavimento, dice que este es el kilómetro 11. Es en la ruta G-21. El descenso por el camino a Farellones.
Hay un paradero rojo a la derecha, más abajo. Está ahí porque de lunes a viernes, tres veces al día, un bus gratuito de la municipalidad parte desde el pueblo de Lo Barnechea, buscando niños que van a la escuela del pueblo de Farellones: una localidad a 36 kilómetros de Santiago donde se cuentan unas 220 viviendas y una posta. Hay otro bus que pasa los miércoles y que lleva a personas del camino hasta la Vega Central.
En un viraje hacia la izquierda, después del kilómetro 10, se ve la primera casa. Hay reja, pero sin timbre. Hay perros ladrando. Y hay, después de algunos segundos de gritos, una persona que sale, que pregunta "¿qué se le ofrece?".
Se llama Rosa Morales. Antes de explicar que cumplió 54, dice que tiene 18. Pero entonces Guillermo Silva, que es su marido y tiene 71, le dice que ni aquí, en el camino, tiene eso. Que en esta casa blanca y celeste que armaron ya llevan 25 años. La historia es simple. Rosa era de Traiguén. Llegó a Santiago a trabajar puertas adentro, como asesora del hogar en Las Condes. Guillermo trabajaba en el fundo de Andrés Maira, a la altura del kilómetro 6 del camino. Y tenía una citroneta.
Una vez, en el camino, se topó con Rosa que hacía dedo. El se detuvo. Ella subió. Todo lo que sucedió después derivó en que terminaran juntos en la casa que Rosa muestra desde la reja, que obtiene agua desde una vertiente y que como baño usa un pozo negro. Guillermo la construyó con sus manos y las de un amigo, sobre un terreno que le dio su patrón sobre un terreno aislado, donde el único vecino posible es el cerro. A Rosa le gustaba, porque el lugar le recordaba a Traiguén. Al silencio, la tranquilidad.
Ahí se quedaron y la vida se volvió rutina. Crecieron, envejecieron. Nació su hijo, que se casó y vive con ellos. Pero algo inquieta a Rosa. Dice: "Ya se han volcado dos camiones de la minera. Aquí mismo, en esta curva". Guillermo ya entró. A Rosa sólo la acompañan los perros. Antes de acompañarlo, cuenta que a veces piensa en Traiguén.
Que si tuviera la posibilidad de volver al campo, lo haría.
En la Municipalidad de Lo Barnechea manejan cifras de 211 propiedades construidas en el camino a Farellones. Un vecino, especulando, dirá que son entre 400 y 500 personas. Aún así, el lugar ha sido recordado en las últimas semanas. Primero, el 4 de junio, por el accidente en el kilómetro 5, donde Eduardo Frazier, de 29 años, murió después de que un camión de una empresa contratista de Anglo American, que llevaba 27 toneladas de cal, se volcara sobre el auto que Frazier manejaba. Y después, hace una semana, por el alud a la altura del kilómetro 4, que dejó a 27 personas aisladas. Hubo uno peor, en 2009, donde murieron una madre y su hija.
El camino a Farellones, ese lugar adonde la gente arrancaba de la ciudad para no estar tan lejos de la ciudad, perdía su calma habitual; la posibilidad de una vida retirada, de un mundo puertas adentro.
Macarena García dice llevar aquí tres años y medio. Que escapó con su pareja hasta acá, desde Las Condes, porque aquí había conexión con la naturaleza y conectividad con la ciudad. Macarena es abogada, tiene una oficina en Santiago y hace clases en una universidad. Arrienda una cabaña a un escultor a la altura del kilómetro 8,6 del camino a Farellones.
Cree que para vivir en medio de la naturaleza hay que estar dispuesta a lo que entrega el azar. Como los inviernos duros, los pedazos de piedra que a veces suelta el cerro y los aludes que empantanan vidas y proyectos, con una rapidez de minutos. En el camino a Farellones, de hecho, los aluviones son fatalidades con las que hay que aceptar convivir: "Ya es un riesgo elegir este tipo de vida -dice-. Pero si podemos prevenir los otros riesgos, mejor".
Macarena habla sobre los riesgos de convivir con los 50 camiones diarios, según cifras de Anglo American, que acceden a Los Bronces y los buses naranjos que todos los días transportan personas a la mina. Pide que les pongan un horario. Que pasen por otro camino. Porque "cada vez que hay un accidente se corta el camino y llega la Onemi, porque tienen que limpiar los químicos peligrosos. Entonces no puedes llegar a tu casa o a la pega porque tienen el camino cortado. Y eso puede durar horas".
En el km 8 hay otra vecina, pero no quiere dar su nombre. Cuenta que es dirigenta de la junta de vecinos, que lleva aquí 22 años. Dice, también, que vive con su hijo y que llegó aquí "de ermitaña". En esos días por aquí no había nadie. Y así, con nadie de testigo, construyó dos piezas, un baño y empezó una vida sin luz, sacando agua de la vertiente.
-No es fácil vivir acá -repite.
Desde su pieza vio cómo el camino crecía. Cómo comenzó a poblarse. Dice que "la gente más antigua es gente muy sencilla. Después llegó gente como yo, andinistas que aman la montaña. Y ese tipo de gente no comparte mucho. Cuando llegas, te reciben. Pero después no hay mucha vida en común. Yo tengo una consultora, soy independiente. Varios aquí somos así".
Su consumo giró por muchos años alrededor de los almacenes de Plaza San Enrique, donde podía comprar comida y, además, circulan colectivos que hacen ruta por el cerro a $ 2.600. La ciudad creció. Apareció el Canta Gallo, el mall de La Dehesa. La estación de Metro en Los Dominicos que, saliendo antes de las 7, puede estar a 25 minutos de todo. Pero eso no es lo que le importa a ella.
Lo que la tiene atenta son los camiones que caen. El primero fue hace seis años -dice-, cuando uno grande, que transportaba cal viva, cayó al patio de su casa, justo en un rincón solitario donde su hijo jugaba fútbol. La minera respondió, limpió los escombros. Y el rincón quedó ahí, desierto, como una advertencia. Este año, cuando esta vecina pensaba que era tiempo de recuperar ese espacio, otro camión rodó. Fue un 28 de marzo.
Ella dice: "No se veía nada. Era una nube gigantesca. Me acerqué al lugar. El chofer salió, no le pasó nada. Empezó a derramarse combustible. Pensé, 'esto puede explotar'. Ahí llego la gente de emergencia de Anglo American. Hicieron diques. Llegó la Onemi. Estuvieron como 10 días".
Anglo American, a través de su departamento de Comunicaciones, explica que tiene a disposición cuatro vehículos que, de manera constante, monitorean la ruta para controlar la velocidad y registrar malas prácticas de conducción. Que en el corto plazo contribuirán con la implementación de tecnologías para controlar el flujo vehicular en la zona. Que, junto a miembros de la comunidad, planean diseñar mecanismos de comunicación para responder en caso de accidentes y emergencias, como ocurrió el domingo 17 de junio, con el último alud, donde ellos despejaron el camino del barro y las piedras.
Cristián Galindo está de acuerdo. Galindo, que tiene 31 años, que trabaja en la mantención de jardines, que es nacido y criado en el pueblo de Lo Barnechea, pero que lleva nueve años viviendo en un terreno de su suegro, en el km 6, dice que "la gente de Anglo es la que se encarga de la mantención del camino. Porque nosotros, para la municipalidad somos nada. Si sacan a los camiones de Anglo, olvídate cómo va a estar el camino después. Porque cuando pasan cosas como el alud, son ellos los que limpian".
Galindo llegó acá por su hijo. No quería que creciera en poblaciones, porque quería que hablara bien. Sin garabatos. Por el camino se mueve en su auto y trata de llevar a vecinos cuando los ve a un costado del camino, pidiendo un aventón. Hace una distinción entre los vecinos: dice que hay diferencia entre los que nacieron aquí, como su suegro, que él llama 'los históricos', y los que llegaron aquí. "Es cosa de ir y preguntarles a los históricos si están en contra de que saquen los camiones. Porque te van a decir que no. Quieren que se queden. Porque les han dado trabajo, han arreglado el camino, son tipos que te llevan arriba si les pides un aventón. Los que han llegado ahora no te llevan".
Cristián Galindo describe un pasado contado por su suegro, antes de que llegara la gente de la ciudad, donde las personas que nacían en el camino, vivían aceptando una vida que, antes de las micros y los autos, los obligaba a caminar cinco horas hasta la Vega Central. No como ahora.
-La gente nueva compró sabiendo que hay una mina más arriba. Aun así alegan -dice.
Armando Aldunate está acá desde 1985, cuando vino a ver un terreno con su esposa, con la que vivía en Pirque, y se enamoraron de una cabaña cerca del kilómetro 6, que fue golpeada por el fango en el aluvión de 2009. Aunque después, gracias a amigos, la logró recuperar.
Pero hoy, en su calidad de vocero de la agrupación 'Salvemos el camino a Farellones', Armando Aldunate quiere lo mismo que Laura Silva, que vive en una casa moderna en el km 5: que accidentes como el que mató a Eduardo Frazier no vuelvan a repetirse.
Silva lleva tres años aquí, con su marido e hijo. Todos los días -dice- ve pasar camiones "más anchos que el tamaño de la calzada de la pista, andando a exceso de velocidad. Entonces, cuando te topas con uno de frente, no te queda otra que salirte un poco del camino. Eso es peligroso, porque aquí no tenemos berma y el camino colapsa. Piensa que por aquí también pasan ciclistas y sube la gente a la nieve". La apertura de los centros de esquí también significa una mayor cantidad de vehículos en el camino. Según cifras de la Municipalidad de Lo Barnechea, durante la temporada alta invernal, el flujo del camino a Farellones aumenta un 300%.
A lo lejos pasa un bus naranja. Laura lo apunta. Dice que esos son trabajadores que vienen de Los Bronces. Que aquí "todos hemos sido chocados por camiones de Anglo American".
El camino termina más abajo, en el km 0, al lado de una bencinera en reparaciones, donde la ruta a Farellones se funde con el ritmo y el volumen de Avenida Las Condes. Es martes. El cielo se nubla. Más tarde el pronóstico del tiempo dirá que en el camino que ahora está a nuestras espaldas, un temporal comenzará a caer.
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