El placer de un garabato bien dicho
<P>Aunque a veces se repriman, decir garabatos es casi terapéutico: la catarsis que provoca un buen insulto sólo se compara con otra mala costumbre.</P>
Es lo primero que aprendimos que no se dice. Nunca. Y es lo primero que decimos cuando algo nos da rabia o nos frustra. Dos tercios de los garabatos gritados al viento o apenas murmurados son para expresar cualquiera de esos dos sentimientos. Y el tercio restante, se divide en genuinas ofensas o expresiones de confianza y, por paradójico que suene, cariño.
Timothy Jay, sicólogo y profesor de la Massachusetts College of Liberal Arts, se dedicó a estudiar la sicología de los garabatos. Que parece obvia y reducida, pero la categoría de tabú que tienen estas palabras -y la consecuente satisfacción que produce decirlas- va más allá del desahogo y alivio que puedan producir. Porque si hay algo que produce un garabato cuando se dice después de pegarse en el meñique del pie, es alivio.
"Se requiere energía para inhibir palabras tabús, y antes de romper las reglas, se produce cierta excitación", explica Jay a La Tercera. "Y entre mayor es la contención, mayor es la satisfacción después de decir el garabato". Según el sicólogo estadounidense, ahí es donde radica la satisfacción -como en todo lo prohibido-: en romper una regla. Por eso, a veces ni siquiera sería necesario decir un garabato para desahogarse como una situación -o un golpe- lo amerita: palabras como "chuta" o "pucha", en nuestra jerga, producirían el mismo placer que las versiones de mayor calibre, siempre y cuando uno esté acostumbrado a reemplazar los garabatos por sus versiones moderadas. "Si sueles usar los eufemismos, pueden ser igual de satisfactorios que los garabatos", explica Jay.
Pero el placer que provocan los insultos -los bien dichos, sin pensarlos mucho y sin moderar el volumen ni la entonación- no se limita a transgredir la barrera de lo socialmente mal visto. A veces es todo lo contrario: el garabato como símbolo de pertenencia. Acordarse de la madre de cualquiera -o de nadie en particular- en un estadio, durante un partido de fútbol, es tan socialmente correcto como olvidarse de ella en plena misa. Hay que saber cuándo soltarlo.
El garabato como paliativo es otro de sus múltiples usos y significados. En el paper que publicó Jay, La utilidad y ubicuidad de las palabras tabú, dice que, a veces, las personas usan garabatos -sean o no dirigidos hacia alguien en particular- reemplazando con ellos la violencia física. Y funciona por los mismos motivos por los que funciona quebrantar un tabú: provoca una sensación de alivio y catarsis. Tanto alivio que, según investigaciones realizadas en Inglaterra el año pasado, decir garabatos podía disminuir dolores crónicos.
Por eso los garabatos son tan difíciles de evitar. Y por eso, quizás, la estadística del sicólogo estadounidense parece baja: de las 15 mil palabras diarias que dice un hablante promedio, entre 80 y 90 son garabatos. La única explicación es que se compensen las que no se dicen con otro mal hábito. Porque, como afirma Jay, "decir garabatos es como tocar la bocina: también se usa para expresar distintas emociones, como rabia, frustración, alegría o sorpresa. Y a veces se hace de manera espontánea, y a veces premeditada".
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