El primer escondite de Neruda en Valparaíso
<P>En el subterráneo de una casona en el cerro Lecheros, en Valparaíso, Pablo Neruda se ocultó de la persecución política de 1948. Aquel rincón, ignorado por las autoridades, inspiró fragmentos del <I>Canto general</I> y fue el único descrito a pulso en sus memorias. Allí, el afamado poeta volvió a ser Neftalí Reyes: un hombre pensativo, temeroso y nostálgico. </P>
Fue Galo González, el secretario general del Partido Comunista, quien le dijo a Neruda que se ocultara en Valparaíso, que allí estaría a salvo. Corría áspero el año 1948, y el poeta, ex diplomático y senador de izquierda, corría peligro por la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, promulgada ese mismo 3 de septiembre.
Para entonces, Neftalí Reyes Basoalto, de 44 años, y quien había ganado el Premio Nacional de Literatura en 1945, se había vuelto una amenaza, un insolente y una voz que el Presidente Gabriel González Videla quería callar. Sin más, Neruda pasó de representar a Chile como un agente cultural, a personificar la persecución política y a vivir en la clandestinidad, sorteando la vida como fugitivo.
Sin embargo, fue su paso por Valparaíso quizá el más relevante. Esto quedaría en evidencia años más tarde, cuando el poeta reconociera que varios versos de Canto general -considerado la parte central de su producción artística y publicado en México en 1950- surgieron en el rincón más oscuro de una antigua casona ubicada en el número 14 de la calle Cervantes, donde vivió en el silencio y el más estricto anonimato.
Allí estaría a salvo, le insistió González. Después de que Neruda defendiera a los mineros en huelga de la represión de González Videla, de que lo llamara "rata" y fuera desaforado del Senado, al poeta se le habían acabado las opciones.
Fue una noche fría de 1948, acompañado de su esposa, Delia del Carril -a quien apodaba la "Hormiguita"-, cuando golpeó la puerta de la casona. "La vivienda era de propiedad de una familia de marinos izquierdistas de apellido Keinkert", dicen algunos vecinos, como recitando una historia de memoria.
"El poeta se quedaría solo algunos días allí y luego partiría a Ecuador, aunque no se sabe muy bien cuánto tiempo estuvo", cuenta uno de ellos. "Lo cierto es que no tiene que haber sido tan poco, porque alcanzó a escribir importantes versos de Canto general mientras vivió en el subterráneo de la casa, que al parecer tenía vista a la bahía", detalla otro.
Fue Neruda quien, años después, publicó en el capítulo 8 de sus memorias, Confieso que he vivido, un apartado dedicado a su estancia en aquel subterráneo. Lo tituló "El cuerpo repartido": "Entre los sitios conmovedores que me albergaron, recuerdo una casa de dos habitaciones, perdida entre los cerros pobres de Valparaíso. Yo estaba circunscrito a un pedazo de habitación y a un rinconcito de ventana desde donde observaba la vida del puerto. Desde aquella ínfima atalaya mi mirada abarcaba un fragmento de la calle", detalló, describiendo lo que hoy corresponde al pasaje Quillota, a un costado de un supermercado frente a la autopista rumbo a Viña del Mar y a un trozo de la bahía.
Desde aquella ventana, el poeta escribió parte del grueso publicado en 1950, el que contiene en el Canto X, titulado "El fugitivo", por razones obvias: "¡Ventana de los cerros! Valparaíso, estaño / frío, / ¡roto en un grito y otro de piedras populares! / Mira conmigo desde mi escondite / el puerto gris tachonado de barcas, / agua lunar apenas movediza, / inmóviles depósitos del hierro. / En otra hora lejana, / poblado estuvo tu mar, Valparaíso, / por los delgados barcos del orgullo".
En la novela histórica Neruda clandestino, el también premio nacional de Literatura José Miguel Varas desentrañó la historia de ese primer refugio del poeta en Valparaíso. Explica, además, que su paso por el puerto antecede a su "Oda a Valparaíso" de 1954, e incluso a la compra de La Sebastiana, reconocida como la única casa de Neruda en Valparaíso, y que adquirió a fines del 59, para recién inaugurarla dos años más tarde.
Si en algo concuerdan todos los vecinos de Lecheros y la historiadora Sara Vial, es en que el aferro del premio Nobel de 1970 provino del silencio público que lo mantuvo por lo menos seis meses viviendo en el subterráneo de la calle Cervantes.
No es casual que tras su regreso a Chile, en 1952, y ya separado de Delia del Carril y pronto a casarse con Matilde Urrutia en Isla Negra, se empecinara en comprar una casa en el puerto que lo acogió en secreto.
En Lecheros, una desolada subida que debe hacerse a pie tras el incendio de su ascensor, la gente se saluda por el nombre y apellido, y casi todos conocen la historia. La recuerdan cada vez que pasan frente a la casona amarilla de dos pisos y ven las dos placas conmemorativas con versos del poeta en la entrada. La saben, además, porque a pesar de que ocurrió hace casi 70 años, su actual dueña, María Teresa Aguilera, intentó lograr que el silencioso escondite de Neruda tuviera el reconocimiento histórico que merece.
Hoy, al tocar la puerta de la casona, su dueña no quiere hablar. "Para qué", dice, "es perder el tiempo". Son sus vecinos quienes se convierten en protectores y portavoces de esta historia. María, una de las locatarias mayores, rescata uno de los recuerdos más preciados por Aguilera:
"Cuando ella tenía seis años, en 1970, golpearon la puerta en la tarde-noche. Cuando abrieron, estaba el mismísimo poeta, y dijo: 'Hola, soy Pablo Neruda, ¿puedo pasar?'", cuenta la mujer, mientras sus nietos la escuchan asombrados, como a quien narra una historia de gigantes.
Veintidós años después de su paso por la casona, Neruda regresó junto al cineasta Hugo Arévalo y algunos invitados, incluido el poeta Raúl Zurita. La visita tuvo relación con sus años de clandestinidad, pues todos ellos se instalaron a filmar la casa y el oscuro subterráneo. El registro dio vida al documental Historia y geografía de Neruda, en el que Arévalo puso énfasis, por primera vez, en recoger los años de fugitivo del poeta.
Lo mismo hizo hace un par de años el cineasta chileno Manuel Basoalto. En su película Neruda fugitivo, protagonizada por José Secall, el director repasa una de las etapas más complejas en la vida del poeta. Para la filmación recurrieron a la propia María Teresa Aguilera, para captar el verdadero lugar donde ocurrieron los hechos.
La propia vecina de Aguilera cuenta que con esta segunda visita, Neruda vivió allí algunos meses. "Ella lo recuerda muy amable, recorriendo pacientemente cada rincón, medio nostálgico", cuenta. "Dice que le gustaba mucho sentarse a ver el mar y el puerto", agrega.
Un año después, Neruda recibió el Premio Nobel de Literatura.
Tras su repentina muerte, en 1973, la casona de Cervantes quedó en el olvido. "Durante la dictadura, el Partido Comunista y todo lo que tenía que ver con el poeta quedaron a un lado", cuenta Héctor, un hombre mayor que vive en Lecheros desde los dos años. "Los Aguilera, sobre todo María Teresa, siguieron viviendo allí, cuidando el tesoro que significa haber tenido refugiado a uno de los chilenos más influyentes de su historia", afirma.
Lo mismo ocurrió años después. Con el retorno de la democracia, cuando la figura del poeta recobró fuerza e importancia, la Fundación Neruda -encargada de administrar y decidir sobre el legado del poeta- no puso los ojos sobre los refugios de sus años como fugitivo. "Al parecer había un estrecho vínculo con los administradores de La Sebastiana, quienes querían ayudar a María Teresa a crear un circuito entre los dos puntos en el puerto", cuenta Héctor.
Lo cierto es que, con el paso del tiempo, las tres casas oficiales del poeta, la de Isla Negra, La Chascona y La Sebastiana, se convirtieron en museos, mientras que el refugio y la comunidad del cerro Lecheros tuvieron que conformarse con su propio anonimato. "María Teresa nunca quiso hacer de su casa un museo, sí un punto de reconocimiento histórico", afirma María.
Para la conmemoración de los 50 años del Canto general, en el año 2000, el gobierno regional, la Municipalidad de Valparaíso y la Fundación Neruda lograron que se colocara una placa en la entrada. Y luego, en enero de 2011, con motivo del Festival de las Artes, el Consejo Nacional de la Cultura, impulsado por La Sebastiana, restauró la placa del Canto general.
Del incipiente centro cultural, en cambio, nunca más se habló, y el proyecto duerme en redes de apoyo como Corfo e instituciones municipales a las que Aguilera postuló. El proyecto costaría unos $ 20 millones. En Lecheros, entre los cerros Barón y Larraín, sueñan con ver reconocida parte de su historia y la del poeta que, alguna vez, fue más Neftalí que el célebre Pablo.
Hasta hoy, la Casa del Fugitivo, como nombraron el proyecto, permanece silenciosa, como en aquellos años en los que se tejió la más célebre de sus historias.
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