El pueblo con la peor sequía en el norte
<P>Diez mil habitantes casi sin agua potable. Praderas secas que no alimentan las cabras. Calor extremo y pronósticos sin lluvia. Ancianos cansados de la dureza del campo, jóvenes que se van y mujeres sin nada qué hacer. Así se vive la sequía en Combarbalá.</P>
LA tierra partida, totalmente seca, llena de surcos como los rostros de los ancianos que esperan por un fardo de alfalfa. Cansados se apoyan en una casa de adobe que los cubre un poco del sol que quema la piel y engruda la boca. Más allá una mujer junta agua en baldes. Un hombre recoge lo que cae de los fardos entregados por el gobierno para paliar la falta de alimentos del ganado caprino y le da un poco a un escuálido caballo. No hay agua para regar las hortalizas ni los frutales. No hay comida para los animales. Las cabras se están muriendo y los viejos ya no tienen fuerzas para profundizar los pozos de agua que tienen en sus casas.
"Tenía más de 200 cabras y se han muerto de hambre y de sed. Ahora me quedan 70", dice Nora Carvajal de 65 años, vecina de Puente Lana.
Ubicada en la provincia de Limarí, en la IV Región, Combarbalá es la comuna más afectada por la sequía que aflige al Norte Chico, de acuerdo con la gobernación: un 50% de la población, cerca de 10 mil habitantes, está aquejada por la falta de agua.
La situación se ha prolongado por más de siete años, pero éste ha sido el más complejo por las altas temperaturas que afectan a la región.
"Se decía que en algún minuto iba a a pasar esto, pero nunca pensamos que fuera así", afirma Gustavo Ortega (65). Junto a su esposa viven hace más de 30 años en la localidad de Potrerillos, al noroeste de Combarbalá.
El le hace señas para que sirva algo para "el diente". En cosa de minutos, y como por arte de magia, en la mesa aparecen tres platos rebosantes de tallarines con papas fritas, pan amasado con queso de cabra y mate.
A pesar de no tener agua y recorrer al menos 30 km para conseguir un paquete de fideos, la mujer sirve la comida sonriendo. Hasta que le hablan del agua.
"Antes plantaba porotos y tomates. Era una entretención. Ahora me da pena porque no puedo ni bañarme", afirma Medelis Talamilla. Y sigue: "El (su esposo) me invita a que nos vayamos, pero no quiero irme, no conozco otro mundo. Conseguiré un poquito de agua que sea". Gustavo la interrumpe: "Si no hay agua nos tenemos que ir".
Las proyecciones meteorológicas anuncian que en los meses más críticos para la actividad agropecuaria, como lo son marzo y abril -por las heladas-, serán secos; así la situación se profundizará y afectará al 70% de habitantes de la comuna.
La sequía es dinámica y cada día se van incorporando más poblados a esta situación. Las condiciones de vulnerabilidad de sus habitantes está dentro del quintil más pobre, por lo tanto, las herramientas para afrontar la sequía son las menores.
La población rural alcanza el 61,19% y son ellos los que en algunas localidades como Quilitapia, Copihue o El Huacho reciben sólo 20 minutos de agua potable al día.
Luego de que en noviembre el gobierno decretara la escasez hídrica para la zona (hoy hay zona de emergencia agrícola), camiones aljibes comenzaron a repartir entre 800 y 1.000 litros de agua una vez a la semana para cada familia. En Santiago, una sola persona gasta 170 litros de agua... al día.
Dentro de la población rural son más de seis mil crianceros caprinos afectados por la situación, quienes además se dedican en su mayoría a la agricultura frutal. Con la sequía, los cultivos no alcanzaron a desarrollarse. Un durazno que en esta fecha debiera estar listo para extraerse, hoy es sólo un poco más grande que una almendra con cáscara.
Las cabras proveen de leche, carne y queso para el consumo personal tanto como para la venta directa y también a distribuidores. Ellas se han convertido en el principal sustento de muchas familias, pero hoy están desnutridas: al no tener agua no pueden digerir el poco pasto que comen.
Pero la sequía no es lo único que asola a estos poblados. La simple posibilidad de tomar un vaso de agua helada en un lugar donde las temperaturas llegan a los 34 °C a la sombra, se hace imposible. Lugares aledaños a Combarbalá carecen de luz eléctrica para enfriarla o para mantener los alimentos.
Elsa Moya (56) no puede guardar su comida sin que se le descomponga y si quisiera comprarla diariamente tendría que caminar tres horas. Donde vive no hay locomoción colectiva y ella no tiene auto. Por eso, tener hortalizas, frutales y animales en casa, es un tema de subsistencia.
Muchos de estos lugareños crecieron en el campo con vergeles y riachuelos. Ahora no queda nada. Las cabras comiendo latas de comida entre rocas, hurgando para encontrar un poco de pasto o los caballos mordiendo un espino para tener algo que mascar, son el reflejo del cambio en el clima que ha sufrido el campo en la IV Región. En cuanto a lo demás, todo sigue igual que hace 50 años.
Elsa dice que desde que nació en El Divisadero "no ha variado nada: no hay luz, ni agua". Durante 10 años ha presentado varios proyectos para conseguir electricidad. No se cansa, dice. Vive con su madre enferma y $ 70 mil de pensión asistencial que le otorgan a sus 92 años. Ahora sin árboles ni muchos animales que cuidar, sólo quiere luz, aunque sea para "ver un poco de tele y no aburrirme".
"La mayoría de las municipalidades tienen muchos proyectos de electrificación, pero no han llegado a buen puerto, porque la factibilidad es muy poca, debido a que los usuarios a veces son sólo una familia que vive en el cerro. Entonces es una complicación económica para las municipalidades", afirma Susana Verdugo, gobernadora de la provincia de Limarí.
Ximena Segovia (52) creció en Litipampa, en pleno campo. En medio de su juventud trabajó cuidando niños en Palma de Mallorca, de Islas Baleares, España. Tanto amaba el campo que juntó dinero para poder comprar un terreno en donde había crecido. Lo consiguió. Junto a su esposo plantó paltos, duraznos, 120 manzanos, limones y hasta sandías. Llegó a tener 600 cabras que llevaba a pastar a Ramadilla (cerca de Copiapó) a la cordillera. Iba con sus hijos y su esposo en un trayecto que duraba 14 días. Acampaban, comían en el suelo y se bañaban en riachuelos. Todo para "educar a mis hijos". Los tres que tiene emigraron de Litipampa para estudiar carreras técnicas con el dinero que les dio el campo. Hoy, en medio de una sequía feroz, no tiene ni frutales ni hortalizas, pocas cabras y dos caballos a los que se les notan hasta los huesos. "Mi sueño es volver a tener árboles". Por eso, creó, con ayuda de Indap, un miniembalse en sus terrenos para poder recolectar agua.
Ximena mira el cielo casi anocheciendo con las enormes estrellas de Combarbalá y dice: "Ahora sólo estoy esperando que llueva".
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