"El realismo político de Maquiavelo está reñido con las utopías maximalistas de hoy"

<P> Entrevista a Diego Sazo, editor de un libro que rescata el legado del célebre politicólogo renacentista. </P>




Posiblemente fue culpa de la campaña presidencial, de los 40 años del Golpe o quizás el horno actual no estaba para estos bollos. Pero lo concreto es que los 500 años de El príncipe no movieron gran cosa las agujas de la ciencia política chilena. Dados los vientos que corren, Maquiavelo tiene mucho de aguafiestas. No sólo por este concepto el libro La revolución de Maquiavelo, editado por Diego Sazo y que salió el mes pasado al mercado bajo el sello Ril, iniciativa conjunta del Centro de Análisis e Investigación Política (CAIP) y la Escuela de Gobierno de la U. Adolfo Ibáñez, merece ser destacado. Se trata de un excelente rescate del legado intelectual y político de ese florentino excepcional que, nacido pobre y habiendo aprendido "antes a sufrir que a gozar", como él mismo escribió, terminó por conferirle un estatuto definitivo a eso que llamamos la actividad política.

Dividido en cinco capítulos que se refieren a los planteamientos de Maquiavelo sobre el poder, la ética, la religión y asuntos relativos a la mitología y la comedia, el libro ofrece diversas aproximaciones al legado intelectual del célebre politicólogo renacentista. "Hay quienes lo consideran -dice la carátula- un científico de la política, otros un promotor del republicanismo, algunos un defensor del pueblo o, por el contrario, simplemente un despreciable consejero de tiranos".

Diego Sazo, el editor, es cientista político formado en la PUC. Aparte de ser muy joven (1986) y creativo, aparte de ser investigador y director de publicaciones del CAIP, profesa la ciencia política con verdadera pasión como queda de manifiesto en sus respuestas.

Al margen de la conmemoración, ¿sigue teniendo Maquiavelo algo que decir en la política de hoy?

Maquiavelo identificó con magistral agudeza las reglas del quehacer político. Su análisis sobre cómo funciona el poder y cómo se comporta el ser humano nos permite comprender intemporalmente los procesos políticos. Su obra nos habla a través de los siglos y dice cosas que todavía tienen sentido. Su realismo político es un buen contrapunto a las expectativas desmedidas y los proyectos maximalistas que hoy campean en sectores de mi generación.

El príncipe es un libro que ha tenido mala prensa desde hace mucho. ¿Cuánto han cambiado las percepciones en los últimos años?

Bastante. Si por varios siglos predominó una lectura crítica que lo tildaba de inmoral e irreligioso, en las últimas décadas han tomado fuerza enfoques más benevolentes. Uno de ellos contextualiza la obra y la sitúa como soporte de la concepción republicana de la libertad. Otros han ido más lejos y han propuesto a Maquiavelo como un antielitista y defensor de los intereses del pueblo. Estas nuevas lecturas han contribuido a reconsiderar sus premisas y otorgarle un nuevo sentido a expresiones como maquiavélico y maquiavelismo. Estamos quizás presenciando el tránsito de la leyenda negra a la leyenda dorada de Maquiavelo.

¿Cómo se gestó este libro y cuán conforme quedaste?

La idea surgió en mis años universitarios. Me interesó profundizar en Maquiavelo y la conmemoración de los 500 años de El príncipe planteó una gran oportunidad. Invité a escribir a académicos de reconocida trayectoria y de múltiples sensibilidades, pues la intención era generar un debate abierto sobre su legado. El resultado fue muy satisfactorio. El libro es el más importante que se haya escrito en Chile sobre Maquiavelo, tanto por la variedad de temas como por el peso intelectual de los autores que participaron.

¿Cuáles son los ensayos más entusiastas y los más críticos que recoge el libro?

Maquiavelo no deja indiferente a nadie y eso se proyecta en los capítulos. Entre los primeros destacan los trabajos de Oscar Godoy, Leonidas Montes y Gonzalo Bustamante, que realizan una aproximación republicana a la obra del florentino. También Ernesto Rodríguez, que exalta su condición de dramaturgo, poeta y amante de la vida. Entre los más severos están Daniel Mansuy y Tomás Chuaqui, que cuestionan la naturaleza ética de sus preceptos. Miguel Saralegui enfatiza las contradicciones del propio autor. Novedoso es el capítulo dedicado a la relación entre religión y política, en el que se inscriben los aportes de Luis Oro, Miguel Vatter y Ely Orrego.

¿Hay espacio para el realismo político en un momento en que la política chilena pareciera haberse ideologizado?

Posiblemente no. El realismo político asume una postura escéptica ante las ideologías maximalistas. Toma distancia de los sueños utópicos y del romanticismo político, porque sabe cuáles son sus costos. Por eso incomoda tanto a los poderosos como al pueblo. Desenmascara las estrategias de los primeros y ofende las creencias de los segundos. En el contexto actual, con una ciudadanía apática y desencantada, son pocos los dispuestos a defender este impopular enfoque, por el alto costo electoral que supone.

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