El regreso del ojo mágico

<P>César Torres lleva 15 años instalándolos, para evitarles a los santiaguinos algunas sorpresas. </P>




"Toda visita inesperada o non grata se evita con el ojo mágico", explica entusiasmado César Torres, quien hace más de 15 años recorre de punta a cabo las diferentes comunas de Santiago, ejerciendo este antiguo oficio de instalar visores panorámicos, tan comunes en las puertas de departamentos hace décadas y que, aunque no cayeron en desuso, sí disminuyeron.

Pero César dice que los pedidos han empezado a aumentar. Explica que recibe entre uno y dos llamados al mes, pero hay momentos en que pueden entrar hasta dos llamadas al día. "Siempre he tenido espíritu de maestro chasquilla, entonces aprendí mirando. Pero con el tiempo perfeccioné la técnica e, incluso, inventé herramientas propias, que me permiten hacer mi trabajo con más rapidez y precisión", cuenta orgulloso.

De hecho, dice que tarda sólo 20 minutos en dejar una puerta con su visor operativo y que la mayor parte de su clientela son mujeres, "por un tema de seguridad".

Eso sí, las mirillas de cristal que pone hoy César no son las típicas que tenían las abuelas en sus casas, y que contaban con una pequeña tapa de bronce para impedir que un intruso tratara de husmear hacia adentro. "Esas se llamaban 'ojos de buey'. Eran unos visores grandes, que ya están obsoletos porque tienen muy mala visibilidad. También se usaban otros que eran más pequeños, pero que sólo se podía ver a través de ellos enfocado al centro y lejos. Eran malos; no tenían cobertura", aclara César. Hace 10 años que el aparato cambió y se convirtió en uno de visión panorámica, es decir, que abarca una visual de hasta seis metros de lado a lado. Fuera de eso, son sólo los habitantes de las viviendas los que pueden mirar. Desde afuera, no se ven más que capas y capas de lentes borrosos.

Pese a que no ha pasado mes en que no instale un ojo mágico, César se queja de que, pese a la efectividad de éstos, no son los preferidos por la gente a la hora de optar por un sistema de seguridad que evite robos. "Las alarmas y cámaras me han quitado espacio. Pero de donde más me llaman es de Santiago Centro, porque hay mucha concentración de departamentos. También voy esporádicamente al barrio alto, a Ñuñoa o Las Condes", cuenta.

El experto en este tipo de instalaciones señala que el oficio no da como para vivir, y es por eso que de lunes a viernes trabaja como junior, y es fuera del horario de oficina cuando se dedica a dar buena visibilidad a las puertas.

El precio de la instalación depende del sector de Santiago hacia donde se traslade, pero suele oscilar entre $ 8.500 y $ 10.000, una verdadera inversión desde el punto de vista de Torres: "Cuando a usted le golpean la puerta, la otra persona no tiene cómo saber quién está adentro, porque no ve nada. Si no quiere abrir, se van a aburrir tocando. Hasta conozco un par de casos en que se han evitado líos por patas negras", concluye riendo.

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