El reino de Gangnam
<p>La culpa fue de una canción. "Gangnam Style", del rapero surcoreano PSY, es entonada e imitada en todo el mundo y su video es el más visto en la historia de YouTube, con más de 810 millones de visitas. Ante tal furor, muchos se preguntan de qué habla esta pegajosa canción. La respuesta está en un exclusivo distrito cool de Seúl, llamado justamente Gangnam, el cual recorrimos en esta crónica. </p>
Dos surcoreanas que apenas sobrepasan los 20 años entran en una peluquería a la vuelta del diminuto apartamento que comparten cerca de la Avenida Teherán, al suroriente de Seúl. Tres horas después salen resplandecientes. Han pasado por lavado, corte, tintura, peinado, manicure, pedicure, maquillaje. Quizás un masaje facial para resistir la larga noche que se aproxima. Un hombre las recoge en un BMW, marca que todavía significa extralujo en Corea del Sur, un país con una industria automotriz propia tan fuerte que poco a poco les roba clientes a empresas como Toyota y Honda. El conductor lleva a las mujeres a un “rumsarong” de la zona, donde cinco hombres con canas ocultas con espeso tinte negro las esperan con una botella de Ballantine’s 18 años. Han pagado 700 dólares por el whisky.
En el Kraze Burguer, un restaurante de comida rápida en el barrio de Apgujeong, siete adolescentes hablan en inglés frente a dos porciones de chili french fries. Nacieron en Corea del Sur, pero prefieren soltar palabras salidas de cualquier serie norteamericana: awesome, amazing, awkward, annoying...
En el piso -1 de Galleria, tienda por departamentos con una fachada de miles de cristales que en la noche cambian de color, una señora no se decide entre una docena de macarrones (bollos de estilo francés a cinco dólares la pieza) o cupcakes de té verde. No quiere perder tiempo. Compra ambos.
Quince compañeros de oficina han sido citados por su jefe en un restaurante especializado en sashimi de atún en la zona de Samseoung, el distrito financiero de Seúl. Pasarán la noche comiendo y bebiendo botellas caras de soju, el aguardiente local, que en un supermercado no pasan de los tres dólares.
Unas cuadras más allá, una pareja de recién casados hace fila para entrar al cine en Coex-Mall, el centro comercial subterráneo más grande de Asia. Son las 3 de la mañana, el horario preferido de muchas estrellas coreanas para ir a ver una película en una ciudad que funciona las 24 horas del día. Así evitan el asedio de sus fans. La pareja comparte fila con un actor de televisión y una cantante.
En las calles cercanas a la estación de Sinsa, un tipo de mediana edad hace lo que se conoce como select shop en distintas tiendas. Los dueños de estos locales importan objetos de lujo de pequeñas marcas europeas, como Il Bisonte, sólo reconocidas por especialistas.
Todos ellos, las prostitutas de lujo, los empresarios, los estudiantes, la esposa de uno de los miembros de la junta directiva de Lotte, los oficinistas, la pareja de abogados, el modelo, viven en el reino de Gangnam, donde -por supuesto- se oye en todos lados, a todo volumen, la famosa Gangnam Style.
Un mix propio
De no estar atravesada por el río Han, Seúl sería una ciudad más que gris. El período colonial en el que Japón se anexó la península a principios del siglo XX, la guerra de hace 60 años que partió al país por la mitad y la locura inmobiliaria que empezó en la década de los 70 arrasaron con casi todas las construcciones tradicionales. De día, la ciudad es una gran mancha color cemento, pero al atardecer cobra una vida inusitada gracias a la vista nocturna sobre el río y a lugares como Gangnam, un distrito al suroriente de la capital, donde se concentra el 7% del Producto Interno Bruto de una de las economías más prósperas del mundo.
En Estados Unidos, cuando la canción Gangnam Style, del rapero surcoreano PSY, empezó a reproducirse como un cultivo de hongos hace cuatro meses, los presentadores de los noticieros y los columnistas de prensa trataron de explicarle a su público qué diablos significaba este lugar de apenas 20 kilómetros cuadrados. Tome un buen pedazo de Beverly Hills, añada grandes trozos del Manhattan más poderoso, condimente con la ávida lujuria de Wall Street y cubra con la frivolidad de Miami, fue la receta que repartieron. Otros quisieron ser más precisos: en aquel extraño lugar queda el Silicon Valley coreano, conocido en el país como el Teheran Valley, en referencia a una de las principales avenidas de la zona que fue nombrada en honor a la capital de Irán cuando Gangnam era una planicie semidesierta y todavía no acampaban los grandes conglomerados como Samsung, LG y Hyundai, que apenas tenían el rango de empresas medianas nacionales y estaban lejos de ser los animales de mil tentáculos que son hoy.
Ahí, en ese extraño acuario que es todo eso, pero también muchas otras cosas, conviven varios ecosistemas: las torres financieras y empresariales donde se amasan a diario las fortunas de las familias más ricas del país, los concesionarios de automóviles como Maserati y Ferrari, las clínicas de cirugía plástica, mejor conocidas como fábricas de belleza, los clubs que igualan en tamaño a los supermercados, los conjuntos de apartamentos como Tower Palace, donde viven los actores más cotizados del país, restaurantes con cartas de 50 platos y burdeles clandestinos. Además de una veintena de calles abarrotadas donde los surcoreanos -pero también los turistas chinos y japoneses- practican uno de sus deportes favoritos: comprar y pasear bolsas de tiendas reconocidas como si fueran sus perros.
Pero Gangnam, con su glamour y energía imparable, con su frenetismo contagioso, con su borrachera de oro, esconde zonas oscuras de las que precisamente se burla la canción de PSY. Detrás del baile del caballo y las imágenes hilarantes, que por fin le pusieron cara a Corea del Sur en las pantallas del mundo, hay una crítica velada a esa burbuja en la que muchos viven, a la ostentación sobre la que miles de jóvenes surcoreanos han construido sus vidas, muchos de ellos empujados por sus propios padres.
"Mi madre, que se sintió toda una triunfadora cuando llegamos a Banpo, parecía estar particularmente exaltada en aquellos primeros días de nuestra mudanza a Gangnam. Como una loca pasó todo un día barriendo y limpiando el viejo apartamento, construido hacía 15 años. Creía que estábamos en el Palacio de Versalles. Un departamento de 89 m2 de la Corporación Nacional de Viviendas, cuya superficie de uso era de apenas 64,5 m2 y que contaba con tres habitaciones, además de un salón, no podía ser menos que una ratonera", dice Yuri, la protagonista de Sociedad y amor romántico, una novela de la escritora Ihyun Jeong publicada en 2003. Yuri es una joven de clase media que crece atrapada entre el sueño de la riqueza surcoreana y sus pesadillas más sórdidas. Sus padres, como tantos otros, hicieron todo lo posible por mudarse a Gangnam para que su hija pudiera asistir al colegio del barrio de Banpo. Los surcoreanos, literalmente, dejan el pellejo por meter a sus hijos en uno de los colegios de Gangnam a la espera de que entren en una de las tres mejores universidades del país. El 41% de los estudiantes que pasan el examen de admisión de la Universidad Nacional de Seúl, Yonsei o Corea provienen del distrito de Gangnam. Muchos ponen las esperanzas aún más lejos, a kilómetros de distancia. Quieren que sus hijos lleguen a Harvard. Un sueño con algo de sustento. En las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos los estudiantes surcoreanos parecen en el patio de recreo de su escuela primaria. La mayoría se conoce, se han visto en Gangnam, ese sitio del que todo habitante del país asiático ha oído hablar desde hace unos años y que ahora, gracias a la pegajosa canción, está en boca de millones de extranjeros, algunos famosos como Madonna. O anónimos como los cientos de filipinos que en una cárcel de Cebu hicieron su propia coreografía del tema, vestidos con sus uniformes de presos.
Tan lejos, tan cerca
Tres mujeres ocupan una de las mesas del ruidoso Coffee Smith, quizás el lugar más popular de Garosugil o calle de los diseñadores, en Seúl. Están sentadas en la terraza que da a la acera. No les importa el viento invernal. Han venido caminando hasta aquí en minifalda y tacones. Son asombrosamente parecidas. Sus coloridas y lujosas carteras están a la vista, son su carta de presentación. Puede que no sean originales, pero no les da vergüenza mostrarlas. Quizás son lo que se conoce como una imitación verdadera. En la mayoría de los países asiáticos existen tres clases de productos de lujo: los falsos, las imitaciones verdaderas y los originales. Un cartera Prada está disponible en las tres versiones. Sólo el ojo más entrenado puede distinguir una imitación verdadera de un original.
Una de las mujeres tiene el pelo recogido y casi no puede hablar. Su nariz está cubierta por cinta quirúrgica color piel. A pesar de que tiene la mirada algo extraviada a consecuencia de la cirugía plástica que reformó su nariz, no se aguantó las ganas de empezar a mostrar su nuevo perfil. No hay mejor sitio para hacerlo que esta calle, justo en el corazón del reino de Gangnam. Las tres jóvenes charlan atropelladamente, revisan cada dos minutos sus celulares, miran a la puerta siempre que alguien entra -quizás vean a un presentador famoso- y a veces, sólo a veces, beben un sorbo de café. Se demoran eternidades en acabarlo. Tienen que rendirlo hasta la última gota. En la zona donde se encuentran, una simple taza de café negro puede costar siete dólares. Algunas de estas chicas que pasan los días, tardes y noches como maniquíes humanos en los cafés de Gangnam se les conoce como Doenjang Girls, término que hace referencia a la sopa de miso, un plato barato y muy común en Corea. Las Doenjang Girls prefieren gastar dos dólares en una de estas sopas en cualquier restaurante alejado de Gangnam y pagar por un café tres veces más caro en un sitio de moda. Una de las líneas de la canción de PSY se refiere a ellas: “Una mujer con estilo sabe cómo disfrutar una taza de café”.
Estas tres mujeres quizás son un perfecto ejemplo de lo que el sociólogo y economista Thorstein Veblen definió como consumidor conspicuo, ese tipo de comprador que adquiere objetos de lujo para poder presumir de ellos en público con el fin de obtener un prestigio económico del que carece o que se le relacione con cierto estatus social al que no pertenece. Tan simple como alardear de lo que no se tiene. Las Doenjang Girls, por supuesto, compran a crédito, algo común para la mayoría de los surcoreanos. Gracias a su fuerte economía, la capacidad de endeudarse de sus habitantes es altísima. Muchos tienen hasta cinco tarjetas de crédito y no sólo las usan para comprar zapatos de mil dólares o bolsas de golf, uno de los deportes más populares del país. Con una tarjeta de crédito se puede ordenar una nueva quijada, unos nuevos muslos o unos nuevos ojos. El reino de Gangnam también es el paraíso de las cirugías plásticas. Según una tabla publicada por la revista The Economist en abril de 2012, Corea del Sur registra la mayor cantidad de operaciones cosméticas del mundo por habitante. Al parecer, una de cada cinco mujeres surcoreanas ha pasado por el bisturí o por lo menos se ha inyectado bótox. La mayoría sólo se opera la cara. En Corea del Sur no son tan comunes los implantes de senos o las liposucciones como en Brasil, Italia o Colombia. Es tal la fama de las clínicas de Gangnam, que desde hace un tiempo reciben pacientes de Japón, China, Taiwán e incluso Rusia. No es nada raro que agencias de viajes de esos países ofrezcan paquetes turísticos para visitar un quirófano surcoreano y después darse una vuelta por Shinsegae para ejercer “la cultura de las compras a gran escala”. Esta tienda por departamentos tiene el récord de ventas de todo el país.
Las tazas de las jóvenes están vacías desde hace una hora. Es tiempo de pararse. Las tres chicas caminan despacio, como queriendo prolongar la llegada a casa en una ciudad de 11 millones de almas o el doble si se cuentan los suburbios. Gran parte de la masa que conforma la fauna de Gangnam vive lejos de la zona y tiene que tomar el bus o el metro en la estación Apgujeong, repleta de carteles de clínicas con caras de mujeres antes y después de ser operadas (las que aceptan salir en los avisos no pagan nada).
Los verdaderos habitantes de Gangnam regresan a sus apartamentos con recepciones como las de un hotel cinco estrellas o a las pequeñas ratoneras como en la que vive la protagonista del libro de Jeong. Mañana todos se volverán a mezclar y en las calles sonará Gangnam Style.
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