El renacer de los salineros de Cáhuil
<P>Después del terremoto del año pasado, el destino de los tradicionales agricultores de la sal de Cáhuil parecía sellado. Sin embargo, lograron volver a cultivar y cosechar el mineral, y fueron reconocidos por el Consejo de la Cultura. Ahora se preparan para dar un salto mayor, con la maquinaria que les permitirá fabricar sal gourmet y medicinal. </P>
Juan Moraga empuña una vieja pala y la entierra con precisión en el légamo que queda bajo sus cosechas de sal. Lo hace rápido, como si sus manos conocieran el gesto de memoria. Toma aire. Levanta una palada de barro, ladea los brazos, los cimbra y bota la espesa carga en una carretilla. La lleva unos metros más allá y vuelve, sin aflojar la sonrisa. Este hombre, de piel curtida y arrugada, repite el acto una y otra vez. Desde las siete de la mañana hasta entrada la noche. Desde los ocho años, cuando imitaba los gestos de su padre -también salinero-, hasta los 50 que hoy carga. Desde las primeras "horneadas" de sol en septiembre hasta marzo. Desde que la sal es sólo un grupo de partículas disueltas en un charco de agua de mar hasta que se convierte en un montículo fino, similar a la nieve.
Juan sólo paró una vez y fue el año pasado, cuando el terremoto estremeció el poblado de Cáhuil y el tsunami irrumpió, desarmando sus cuadrillas de sal y toda la cosecha de la temporada. "Perdí como dos mil sacos, el mar entraba y debajito yo veía la sal brillando", recuerda. Tuvo que colgar su pala y trabajar en una empresa maderera.
Como él, otras 80 familias repitieron el gesto y, lo que es peor, cerca de 30 dejaron el oficio en forma definitiva. Por un año, Cáhuil fue un pueblo sin sazón, y los hijos de Juan y otros salineros se aferraron a la idea de emigrar a la ciudad para estudiar. La tradición de los salineros comenzaba así un irreversible proceso de extinción.
Pero el destino de estos "mineros de agua" experimentó un giro afortunado este año. Con máquinas retroexcavadoras a cuestas, la Gobernación de Cardenal Caro logró desnivelar la boca del río Nilahue y, con ello, el mar volvió a entrar al estuario que forma las salinas de Cáhuil.
El renacer del pequeño pueblo, ubicado a 15 kilómetros al sur de Pichilemu, vino, además, con un nuevo impulso: el Consejo de la Cultura y las Artes reconoció la actividad como un Tesoro Humano Vivo. La nominación les dio la suficiente notoriedad para obtener recursos del gobierno y la empresa privada. Con ello comenzaron a dar forma al auge de Cáhuil.
"La extracción tradicional de sal ha sido vital en la historia de Chile, incluso desde antes de la llegada de los españoles, por considerarse un bien necesario para la conservación de alimentos, entre otros miles de usos que tiene. Es por eso que uno de los objetivos del programa Tesoros Humanos Vivos, que en Chile implementa el Consejo de Cultura, es mantener y potenciar esta práctica, otorgándole visibilidad, para asegurar la salvaguarda de esta tradición", explica el ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke.
Tras el reconocimiento, del Ministerio de Minería recibieron cerca de $ 100 millones para construir una procesadora y una yodadora, que les permitirá tamizar y granular la sal. Además, podrán fabricar sal gourmet de exportación, con especias, merkén, pimentón, algas y una variedad de sal ahumada en salmón.
Según explica Alejandro Chaparro, gerente general de Sal de Mar y Turismo -que agrupa todas las cooperativas salineras de la zona-, "los nuevos productos permitirán impulsar a Cáhuil y terminar con el peligro de desaparición de los salineros de mar, un oficio de más de 400 años, que se ha transmitido de generación en generación, y que sólo se sigue practicando en España y Portugal", cuenta.
Además de la sal gourmet, con las nuevas tecnologías los salineros podrán comercializar el producto en tiendas orgánicas e impulsar sus usos medicinales, farmacéuticos y cosméticos.
También, desde el próximo año, tienen previsto lanzar un producto de fina selección, denominado "flor de sal", que consiste en la cosecha de pequeños cristales que quedan en la nata de cada "cuajo", donde se forma una sal altamente refinada y rica en proteínas.
Mientras el momento llega, Juan se seca el sudor con la mano, mira hacia el cielo y esboza una sonrisa, porque el sol arrecia con fuerza sobre Cáhuil. "Cuando el calor da fuerte, más luego llega la cosecha", dice, mientras da una nueva palada certera sobre el barro.
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