El rescate de una adelantada

<P>Se han traducido sus primeras novelas, <I>Los encubridore</I>s y <I>Memento mori</I>, y a fin de año aparecerá otra, <I>Muy lejos de Kensington</I>. La escritora escocesa Muriel Spark, fallecida el 2006, también se revalora en su lengua: publican su biografía, reeditan sus memorias, es candidata al Booker póstumo, todos la celebran, como lo hicieron John Updike, Graham Greene, Tenessee Williams. Su prosa afilada, milagrosamente divertida e inteligente, no se puede dejar de leer. </P>




"Si se redescubre una obra de arte valiosa una vez que ya pasó de moda, es porque responde a una cierta compasión en quien la descubre". Esta frase, una más de las muchas que se dicen los diversos personajes de Memento mori, tiene la difícil y genial gracia de ser irónica tanto para el lector como para el libro que se está leyendo. La novela, señalada por David Lodge y Julian Barnes como la mejor de Muriel Spark y una de las grandes de las letras inglesas, habla del impresionante esfuerzo humano ante la muerte y es básicamente maligna: un grupo de ancianos comienza a recibir llamadas anónimas que sólo recitan "recuerde que debe morir", como señala el título. Seniles, paranoicos, ambiciosos o resignados, cada uno reacciona de manera muy diferente, en una disonancia divertidísima que llega a la alta comedia sin dar más lección que la escueta frase telefónica.

La extorsión múltiple es común en las tramas de Spark; frases como la citada, una de sus gentilezas al lector, a quien jamás perturba con situaciones y omniscencias sicológicas más complicadas que ésta: "La señora Anthony supo instintivamente que la señora Pettigrew era una buena mujer. Su instinto se equivocaba". Apenas describe a los personajes con lo que ellos mismos dicen y según aparecen a los demás, poniendo en marcha una narrativa veloz que llega a lo grotesco y a cuestionar la misma ficción sin que nada parezca inverosímil.

En eso Muriel Spark se parece a R.L. Stevenson, uno de los autores que admiraba y con quien coincide al menos en dos puntos biográficos: ambos nacieron en la oscura y fantasiosa Edimburgo, ambos torcieron el destino para ser escritores y llevar una vida digna de una de sus novelas.

Muriel nació en 1918, de padre judío llamado Camberg, profesión mecánico, y madre escocesa, profesora de música. A los 19 años se casó con un extraño profesor de matemáticas, Sydney Spark, mucho mayor que ella y pronto declarado enfermo siquiátrico. Con él se fue a Rhodesia, en Africa, donde tuvo a su único hijo y comenzó a escribir relatos sobre el caos en que vivía. Pronto volvió a Inglaterra y se instaló en Londres. Mandó al niño al cuidado de su madre y abandonó a Spark, pero se quedó con su nombre, que significa chispa. "Spark sonaba más vivo y divertido", dice en la biografía autorizada que Michael Stannard publicó en 2009.

Fueron años duros: vivía en cuartuchos, comía poco, trabajaba en cuatro partes; mal pagada, durante la guerra inventó noticias falsas para los nazis en el servicio secreto y fue secretaria de la precaria Poetry Society. Publicó sus poemas, bastante buenos, y estudios críticos sobre Mary Shelley (traducido por Lumen) o Emily Brontë, junto a un nuevo novio, Derek Stanford. A mediados de los años 50, y supuestamente a causa de las pastillas para adelgazar, sufrió un colapso nervioso, a raíz del cual se habría convertido al catolicismo: alucinaba que los poemas de T.S. Eliot, el católico más famoso de la poesía, contenían mensajes cifrados para ella. Entonces la ayudó económicamente Graham Greene, bajo la exigencia de jamás agradecérselo, y un cura le facilitó lugar en un convento para escribir.

En 1957, a los 39, publicó su primera novela, Los encubridores (el sello La Bestia Equilátera publica este mes la segunda edición), pronto Memento mori (LBE) -siguió dos décadas a ese ritmo, una novela al año-, y luego La plenitud de la señorita Brodie (Pre-Textos), el retrato de su profesora del colegio en Escocia que le dio fama eterna. Miss Brodie se volvió un personaje clásico de la tele, el cine y el teatro inglés, le aseguró bienestar monetario para siempre y la ubicó en el canon literario escocés.

Spark se convirtió en una celebridad en Nueva York y en Roma; usaba diamantes y compraba caballos de carrera. A comienzos de los 70 se retiró a la Toscana. Tal como se había demorado más de 20 años en retratar una parte de su juventud, en 1988 noveló sus años difíciles en Muy lejos de Kensington (LBE, aparece a fin de año), una "comedia de venganza" contra su pobreza y su ex. Sus novelas, aunque sean demenciales, suelen basarse en sus vivencias. "La realidad primero es alarmante y luego se vuelve interesante", dice uno de sus personajes.

En 1993 fue investida Dama del Imperio británico (tal como una de las más despreciables viejas de Memento mori). Políticamente, en todo caso, se declaró anarquista, y no siguió ninguna causa. Siempre fue distinta: nunca tuvo nada que ver con el realismo social de su tiempo, como señala David Lodge: "La velocidad y lo abrupto del cambio de punto de vista, manejado y comentado por un narrador impersonal pero impertinente, marca casi toda su ficción. No sólo viola las reglas estéticas de la novela neorrealista, sino también de la novela modernista de Henry James y Virginia Woolf. Spark era una escritora posmoderna antes de que el término existiera en la crítica literaria". John Updike, por su parte, celebró su rarísima "claridad pascaliana", que, "como la de Kafka, subraya irónicamente el misterio de aquello que está diciendo. En una novela de Spark siempre está presente la felicidad de la creación". Como toda obra de arte valiosa, una chispa realmente brillante.

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