El sheriff de la Plaza de Armas
<P><span style="text-transform:uppercase">[JAQUE MATE] </span>Con ínfulas de duro de <I>western</I>, Enrique Cáceres es el cabecilla del club de ajedrecistas de la principal plaza de Santiago. Alfil en mano, dispara a matar. </P>
El ajedrez es una guerra". Esa frase es lo primero que dice. Después guarda sepulcral silencio. Enrique Cáceres (62) está solo en el odeón de la Plaza de Armas, mirando un periódico con la vista esquiva. Aún no llegan jugadores a la plaza, un terreno tan salvaje como el Viejo Oeste. Son las 10 de la mañana y las calles del centro comienzan a ganar concurrencia. Sólo está él, junto a un tablero de ajedrez y unas cuantas mesas vacías.
Dice que pocos lo llaman Enrique y que todo el mundo -en aquel mundo del jaque mate- lo conoce. "Hace nueve años que no llevo carné de identidad. ¿Para qué?". Le dicen el "sheriff" y, aunque su apodo es anterior a su faceta de ajedrecista, los jugadores de la plaza lo llaman "el más rápido del Oeste".
Sus 24 años de experiencia lo convierten en el alguacil del Club de Ajedrez de la Plaza de Armas, vestido con su gorra beige y polera blanca. Antes solía usar unos bigotes al estilo tejano, pero hoy sólo se deja una barba sin cuidar.
Su primer campo de batalla fue en Lo Espejo, en la población José María Caro, cuando tenía unos 35 años. "Ahí jugué con los capadores, en la calle, apostando plata. Al principio me daban paliza, y te ganaban con jugadas fáciles como el jaque mate pastor. Con eso le ganas a cualquier principiante", dice. Sin embargo, el dolor de los bolsillos vacíos y la urgencia de recuperar algunos pesos lo incitaron a seguir practicando.
"Eso pasa con los principiantes, quieren puro jugar, jugar, jugar. Ahora que uno sabe, no hay nada que demostrar", dice.
La guerra es un concepto que viene y va en la vida y en la voz de Enrique. El ajedrez no ha sido su única batalla. A fines de los 60 y a comienzos de los 70 fue soldado del Regimiento Buin.
Sobre el título de sheriff, no quiere ahondar. Sólo cuenta que cuando joven solía andar cargado con dos revólveres bajo la camisa en las noches de juerga en el "Barrio Chino" -en el sector de Bandera con San Pablo- para defenderse en un lugar donde "sólo los 'guapos' salían enteros".
Para ganar, Enrique no muestra las garras ni los dientes. De estos últimos, pocos le quedan. Clava en el oponente sus ojos impávidos y negros, y se mantiene en silencio. "No hay que inmutarse, no hay que demostrar que uno tiene la jugada asegurada o que está a punto de perder". Así dice que le ganó el ruso Garry Kasparov a Vishy Anand en 1995, en la cumbre de una de las Torres Gemelas.
Si la mirada no es suficiente, recurre a muecas o comienza a gritarle frases burlonas al rival: "¡Ay, princesa!", "¡ay, qué miedo, rufián!". O los provoca violento, seco: "Ya po, ¡mueve el culo, muévelo si eres tan chorito!".
"Como es una guerra, el que sale campeón de ajedrez es el que no tiene miedo", cuenta, mientras se toma el último sorbo frío de su agüita de manzanilla.
Algunos jugadores comentan que se le ve más decaído. "Ando medio anémico, me cuesta pensar y tengo otras ideas en la cabeza", dice con un tono de voz molesto. Esas ideas no quiere compartirlas con el resto.
Es por eso que ha dejado dos de sus adicciones: el cigarro -solía fumar una cajetilla diaria- y las partidas apostadas de ajedrez. Sólo juega de vez en cuando, cuando tiene que aterrizar a alguno de los "gatos mojados" que andan paseando por el centro y se acercan a una de las mesas a jugar y probar suerte.
Luego continúa explicando sobre el miedo. "El duque de Wellington en la batalla de Waterloo le dijo a un soldado muerto de miedo que todos tenemos miedo, pero no hay que demostrarlo".
Camina unas 10 cuadras desde el odeón hasta su casa. Arrienda un departamento en San Pablo con Almirante Barroso -ambos personajes guerreros- y vive con su gato Juguetín. Ha vivido en distintos lugares del centro, pero siempre a una distancia caminable de la plaza, cuyos cambios ha notado a través del tiempo. "Antes era bonita, con pasto, y la pérgola donde jugábamos estaba frente al Fernández Concha, no acá (frente a la calle Phillips)".
En su casa se oye la música tango o reggaetón. Le gusta este último, porque el ritmo de los bajos se asemejan al tic tac del reloj soviético de competencia que golpea en sus partidas. Ha sido campeón senior de este deporte, pero no ha competido por su mal estado de salud. "Ya no tengo que probar nada", dice. Como buen soldado que toma distancia, servirá para otra guerra.
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