El sucesor
<P>Pablo Simonetti convenció hace un año a Luis Larraín para que fuera su reemplazante en la presidencia de la Fundación Iguales. La conversación fue en París, donde Larraín estudiaba Relaciones Internacionales. Después de aceptar, se preparó para asumir el cargo, que ocupa desde la semana pasada. Aquí cuenta cómo fue ese proceso, en el que también influyó lo que ha sido su historia personal. </P>
Lo que pasaba ahí parecía no tener mayor épica que la de la rutina y el protocolo. Luis Larraín Stieb, 32 años, ingeniero civil industrial de la UC y recientemente regresado desde Francia, donde sacó una maestría en Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos de París, asumía la presidencia, durante dos años, de la Fundación Iguales. Con una sonrisa levemente nerviosa, repasando el punteo que había escrito en el iPhone que sujetaba en su mano derecha. Eran las 15.00 del viernes 12 de julio y toda la gente allí quería escucharlo en ese, su primer consejo consultivo.
Casi siguiendo el libreto de los delanteros que llegan a clubes prometiendo goles, Larraín partió agradeciendo la confianza del directorio y de Pablo Simonetti, que hace un año, aprovechando la invitación a un congreso en París, se juntó con él para decirle lo que necesitaba escuchar para estar hoy aquí: que quería que lo sucediera, porque esa fundación, que crearon hace dos años y de la que ambos son directores desde el comienzo, necesitaba nuevos aires.
Hoy, Simonetti recuerda que en esa ocasión "hablamos harto de la fundación. Le conté que para mí estaba significando un sacrificio importante de tiempo, de trabajo. Había tenido que postergar la publicación de mi novela. Esto era un trabajo full time y a mí me parecía que él podía ser un muy buen presidente. En ese minuto, Lucho ya estaba teniendo conversaciones para ver qué iba a hacer a su regreso a Chile. Lo que le ofrecimos fue lo que más le gusto. Aceptó inmediatamente".
En ese viaje también aprovecharon de participar en la marcha del orgullo gay de París y de recorrer las afueras de la ciudad, como turistas, mientras seguían conversando sobre Iguales. Ninguno de los dos se acuerda con certeza cuándo fue que Simonetti le propuso el cargo. Larraín ni siquiera lo intuía.
Esa tarde de su primer consejo consultivo, probablemente, recordando que a Simonetti le había gustado su perfil joven, Larraín improvisó:
-Creo que por mi edad estoy más cerca de la mayoría de los voluntarios. Mal que mal, tengo 19 años de diferencia con Pablo.
Hubo una mirada a Simonetti, sentado al frente, y luego una tanda de risas cómplices a la primera broma del presidente. Aunque lo cierto es que la preparación de Larraín para ser presidente de Iguales no comenzó con risas. Después de aceptar la oferta de Simonetti, comenzó a reactivar sus contactos en el mundo político y a integrarse de forma más activa al intercambio de correos del equipo de la fundación, para estar al tanto de lo que sucedía. Eso significó recibir y contestar cerca de 50 e-mails diarios, con una diferencia horaria que producía situaciones como estas: que Larraín salía al anochecer a tomarse una cerveza con amigos y debía devolverse para contestar un correo, coordinar una entrevista, participar de un directorio por skype o leer algunos de los papers y estudios que Simonetti o alguna de las comisiones le recomendaban.
En los últimos meses en París, Luis dio su examen de grado sobre la influencia de la opinión pública en la política exterior, se graduó, viajó por Varsovia, Praga, Budapest, Bulgaria y Estocolmo. Cada vez que miraba su iPhone había algo que le hacía recordar el cargo que lo esperaba en Chile.
Después de aterrizar en Santiago, el 2 de julio, a las 7.00, seis días antes de reintegrarse oficialmente a la oficina de Iguales, de juntarse a desayunar con su familia, hacer trámites y mover muebles al departamento que compró en Merced antes de viajar a Francia, Luis dice que comenzó a sentir de verdad esa ansiedad que de a poco había crecido durante ese año de preparación y expectativa.
-¿Sentías miedo de no cumplir las expectativas, al fantasma de Pablo Simonetti?
-Sí, eso siempre influye. Pero en este tipo de trabajos, que son por causas, en general hay algo profundo, interno, que te motiva a estar acá. Creo que las personas que nos dedicamos a este tema lo hacemos porque sufrimos de niños y jóvenes, y queremos que menos personas lo sufran. ¿Por qué estoy acá y no trabajando en otro lugar, donde también tendría expectativas, metas, fantasmas? Porque acá siento que realmente tengo una fuerza interna grande y es por lo vivido. Por haber tenido una infancia y una adolescencia triste.
-¿Cómo fue?
-Estaba tan asustado de mostrarme tal cual era, que me reprimí completamente. No tenía personalidad. No tenía amigos. No tenía gustos ni intereses ni aficiones. Lo único que me hacía sentir seguro era sacarme buenas notas, y a eso me dedicaba. Eso me llevó incluso a estudiar una carrera que odiaba, porque no tenía idea de cuáles eran mis intereses. Les tenía miedo a mis compañeros hombres. Desde 1º básico iba al sicólogo porque no me integraba al curso. Pero la terapia en esa época no consistía en reafirmar mi identidad, sino en tratar de que me acomodara al resto. Así era el enfoque de la época. En vez de descubrir y potenciar las cosas que me gustaban y me hacían feliz, me obligaban a jugar fútbol y a otros juegos "masculinos". Recién cuando salí del clóset, a los 22, empecé a hacer cosas que me gustaban. El daño a nivel de autoestima es gigante. Siento que perdí demasiados años de mi vida por culpa de la ignorancia y el prejuicio. Eso es lo que me motiva a trabajar por un cambio social.
1.
La primera aparición pública de Luis Larraín Stieb fue política. En la franja de Sebastián Piñera, en 2009, él, hijo de Luis Larraín Arroyo, director ejecutivo de Libertad y Desarrollo, salió tomado de la mano de otro hombre, en el contexto de un candidato que prometía legislar sobre las uniones civiles de parejas homosexuales. Un año más tarde fundó Iguales, junto a Simonetti y al abogado Antonio Bascuñán. Pero fue la franja, esa imagen suya con un brazo sobre un Piñera sonriente, diciendo "será nuestra voz", la que tuvo una recordación que terminó enchapándolo como un "gay de derecha".
-Eso de andar catalogando a la gente entre izquierda y derecha me parece simplista -dice-. Yo nunca me he sentido parte de un voto duro. Tampoco he dicho que me sienta de derecha. Pero la gente me encasilla ahí. Yo soy alguien de centro, independiente.
-Ser parte de ese mundo de derecha puede ser una ventaja si se usa como puente.
-Hay gente que me critica por dónde vengo. Pero creo que, estratégicamente, de dónde vengo ayuda a convencer a cierta parte de la elite de este país que ha estado históricamente súper reacia al mundo de la diversidad sexual. Creo que es mi deber usar esos contactos, esa cercanía de origen.
-¿Usas la cercanía del mundo de tu padre, por ejemplo, para sensibilizar sobre diversidad?
-Obvio que sí. Estuve un año en el gobierno. No fue fácil. Estaba rodeado de gente que no pensaba igual que yo. Abiertamente, me decían que no estaban a favor que yo tuviera los mismos derechos que ellos. Y es obvio. ¿Quién de la Alianza dice que está a favor del matrimonio igualitario? Entonces trabajar en ese medio, emocionalmente, para mí fue difícil. Tenía que tragarme palabras y morderme la lengua varias veces.
2.
Iguales es una ONG donde trabajan seis personas a tiempo completo, financiada por donaciones de particulares, que cuenta con ocho comisiones, cerca de 300 voluntarios y presencia en siete regiones de Chile. A su oficina, en el primer piso de un edificio antiguo en General Bustamante, Luis Larraín llega a las 9.00 y no se va antes de las 21.00. Andrés Soffia, director ejecutivo de la fundación, cuenta que estos primeros días han tenido mucho de inducción para Larraín.
Pablo Simonetti piensa que su sucesor "es muy práctico en las decisiones. Tiene una mirada despejada. Dice 'este es el problema, estas son las posibles soluciones, ¿qué hacemos?'. Es capaz de limpiar lo anecdótico de lo importante". Los dos ya se juntaron una vez en el departamento de Simonetti en Santiago, donde el escritor le hizo un diagnóstico de Iguales y le comentó las cosas que él sentía que Larraín debía consolidar: la necesidad de profesionalizar aún más la fundación y conseguir que todas las áreas estén cubiertas por alguien contratado. Después, su sucesor tuvo una reunión de directorio, en la que escuchó la visión de cada director sobre la fundación.
Larraín siente que Simonetti sigue pendiente, apoyándolo: hablan por whatsapp todos los días y Simonetti ya le hizo traspaso de su agenda política, que no es otra cosa que el registro de reuniones y temas que estaba tratando con distintas autoridades de los partidos políticos y el gobierno. Justamente, es ese punto el que el escritor considera el más vital en la gestión de Larraín: continuar con la incidencia política. Su padre, Luis Larraín Arroyo, no cree que su hijo necesitará de su influencia para dialogar con ese mundo: "El tiene sus propios contactos".
Larraín Stieb ya tiene pedidas audiencias con la ministra Cecilia Pérez, con la comisión del Senado que está discutiendo el AVP y con los comandos de los candidatos presidenciales. Sólo está esperando que le contesten. Este último tema, el AVP y la urgencia que le dio el gobierno a la discusión del proyecto, será su primera gran prueba y Larraín lo sabe. Por eso, en una reunión con su equipo el miércoles pasado, discutió, entre otras cosas, sobre las formas de influir en los parlamentarios que la votarán.
Un día después, Larraín diría que el AVP en el que él cree es uno "familiar y no solamente patrimonial, que es como está redactado el proyecto actual". Uno que modifique el estado civil, con formalidades de celebración y terminación, que no se pueda terminar unilateralmente y que no se celebre en una notaría como si fuera otro acuerdo comercial.
3.
La calma y distancia con que Larraín enfrenta sus problemas no sólo tiene que ver con las cosas que aprendió sintiéndose distinto. Hay otras lecciones que tuvo que aprender de su cuerpo, como cuando en 2005 se enteró de que tenía una enfermedad poliquística renal, de carácter genético, que lo obligó a dializarse. Hasta tres veces por semana, una máquina extraía las toxinas y excesos de agua en su sangre. En 2010 se trasplantó, pero un año más tarde sus exámenes seguían sin ser buenos. Su cuerpo rechazó el riñón nuevo y él tuvo que someterse a tratamiento y comenzar a tomar inmunosupresores. Hace un año, sus exámenes se le estabilizaron en un nivel que aún no alcanza a ser bueno. Hoy está sin diálisis y va al doctor cada dos meses.
-Tu entrada al activismo sucedió mientras estabas delicado de salud. ¿Nunca consideraste dejarlo para evitar el desgaste?
-Cuando uno tiene una enfermedad crónica aprende a vivir con ella. En 2011, cuando tuve el rechazo al riñón trasplantado, había sido aceptado en el máster que quería en París y había recién renunciado a mi trabajo en el gobierno. Fue muy duro a nivel emocional. Imagínate esperar tres años un riñón y que a los 10 meses te empiece a fallar. El activismo me ayudó a revivir. Me di cuenta de que tenía un rol que jugar en Chile y eso me ayudó a soportar mejor el tratamiento.
-¿Cuándo deberías entrar de nuevo al listado de trasplantes?
-La semana pasada empecé con el estudio para entrar en la lista de espera de nuevo. En un par de meses debería estar ya activo. Paralelamente, mi papá se está estudiando también para ver si puede ser donante. Estoy explorando las dos vías para que sea lo más rápido posible.
-¿Ese escenario te asusta?
-Lo que siento no es miedo. Más bien es frustración. Pero confío en la medicina y sé que tener insuficiencia renal crónica no es una enfermedad mortal, al menos no a mi edad. Siempre está el fantasma de la diálisis, pero ya sé lo que es. No le tengo miedo.
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