El sueño del circo propio
<P>Agustín Maluenda Ríos tiene 35 años, es hijo del "Tachuela Chico" y parte de la sexta generación de una de las más tradicionales familias circenses del país. Después de siete años en México, Colombia y Estados Unidos, volvió a Chile e invirtió todo lo ahorrado en su propia carpa. Dice que está cumpliendo un sueño y que quiere demostrar en su tierra por qué ha sido reconocido como el mejor payaso de habla hispana. </P>
Le dijo que él no era ningún delincuente para andar con tajos en el cuerpo y se fue para su casa convencido de que si esa iba a ser su hora, él se lo iba a tomar como un hombre. Gastón Maluenda tenía 36 años cuando le advirtieron de una inminente peritonitis, y dos meses después de que renunciara a ser operado de urgencia, el predecible diagnóstico médico cayó como una tragedia en la casa de este hombre más conocido como el "Tony Tachuela".
Su hijo Agustín, que en esos oscuros días de 1969 apenas se empinaba por los 13 años, decidió heredar el apodo de su padre y seguir adelante con una tradición familiar que, ya en esa época, se enorgullecía de ser la quinta generación ligada al circo. Junto a Joaquín, su hermano mayor, el "Tachuela Grande", formaron una dupla que tuvo que parar la olla familiar por más de 40 años y que recién a mediados de este año, y con más pena que drama, cesó actividades por el sueño del único heredero que, a pesar de lo que sugiere su mote artístico, parece llamado a terminar con las históricas pellejerías del clan: el payaso "Pastelito".
Anoche terminaron a las cuatro de la mañana, apenas durmieron cuatro horas, pero ya están en pie acarreando fierros y desmontando la carpa que en tres días más tiene que estar instalada en Renca. Agustín, el "Tachuela Chico" y que optimiza al máximo su modesto metro y 63 centímetros de estatura para declarar que tiene 55 años y que está "impeque", reporta que el terreno ya está listo para empezar el montaje y que la cosa aquí, en el Club de Huasos de Cerro Navia, estuvo "más o menos, no más". Recibe llamadas en su iPhone y anticipa con algo de solemnidad el inminente arribo a la entrevista de su hijo, el payaso "Pastelito", que anda "allá atrás arreglando algunos asuntos de negocios".
El "Tachuela Chico", que también ha itinerado por años en la televisión criolla con ese estridente grito de batalla que dice: "¡La guaguaaaa!", cuenta que está aprendiendo a ser jefe y tomar decisiones. Que nunca es tarde para empezar de cero y que todo se lo debe a "Pastelito", o "Agustín Junior", como lo llama, que capitalizó su peregrinaje de siete años por circos de México, Colombia y Estados Unidos. "Este cabro siempre fue talento puro", cuenta con los ojos vidriosos de emoción. "Tiene apenas 35 años, pero sabe más que todos nosotros juntos".
La lluvia de elogios paternales se interrumpe con los ladridos de un perro flaco que supervisa el encuentro y la sonajera de peonetas que están empeñados en sacar la pega antes del mediodía. "¿Qué le está contando mi papi?", pregunta el retoño de 35 años que se presenta como "'Pastelito', para servirle", y que besuquea a su viejo en la frente. Se excusa por el desorden y lamenta que no haya dónde sentarse. Viste una polera muy ceñida al cuerpo y una cadena de oro al cuello que se podría definir como "importante". Como confesará un par de horas más tarde, él se siente "más chileno que los porotos", pero de entrada queda claro que posee un trato y cierta conciencia por el profesionalismo que escasea en el rubro local.
Sutilmente, convence a su padre, que habla hasta por los codos, que lo deje unos minutos "para poder terminar con el reportaje del diario" e invita a su oficina, que es un trailer acondicionado como tal, y que está adornado de galvanos y recortes de diarios enmarcados y fotos que hablan de uno que en su vida no ha hecho otra cosa que subirse al escenario y entretener. "Aquí está mi historia y ahora quiero que la reconozcan en mi país, para eso me vine. A mí ya no me interesa la plata, ahora me importa el reconocimiento en mi tierra".
"Pastelito" tenía cinco años de edad cuando debutó en el circo de "su papi y del tío Joaquín". Era la mascota, el cabro chico que hacía piruetas y cantaba y recibía charchazos de mentira y se encaramaba a los elefantes con la cara llena de risa. El mismo que a los siete años llegó a la tele apadrinado por Jorge Pedreros, el "tío Jorge", como aún lo llama, y que animó junto a Marilú Cuevas un espacio llamado Festiniños, en el desaparecido Festival de la Una, entre muchas otras tempranas incursiones avaladas por ese contundente álbum de imágenes que tapizan su oficina.
Lo del talento que le han atribuido desde niño no es ningún chiste: aprendió solo a tocar trompeta, saxo, batería, piano y guitarra y, sin saberlo en ese entonces, fue perfilando un número integral, algo un tanto más sofisticado que la rutina del lloriqueo con lágrimas disparadas hacia la platea. "Me gustaba hacer de todo y mi papi me alentaba", cuenta. "A los ocho años me di cuenta de que podía hacer una carrera profesional con esto y me empecé a preparar para convertirme en el mejor payaso cómico-musical de Chile".
No fue el único que lo intuyó: con 18 recién cumplidos, recibió una primera oferta para irse a trabajar en el extranjero, pero el "Tachuela Chico" no lo dejó. "Mi papi me decía: 'Agustincito, todavía no es el momento, con calma, piano piano', y tenía razón". A los 24, ya con un matrimonio a cuestas y un hijo recién nacido, le mandó un video a un primo que trabajaba en México y en cosa de días recibió la oferta que no pudo rechazar: "Era un video súper chanta, pero que tenía harta de las cosas que yo estaba haciendo acá. A los días me llamaron para irme a México con un sueldo de mil dólares a la semana. Agarré mis pilchas y me fui".
El trato original contemplaba un mes de prueba, pero a las dos semanas le ofrecieron quedarse por dos años en el circo de los hermanos Atayde, una de las compañías más potentes de un país particularmente devoto al circo. "Pastelito" nunca había trabajado fuera del país. Más aún, nunca había salido de Chile, pero una vez en México entendió de golpe que este oficio mal pagado y ninguneado en su tierra natal, en el extranjero le permitía ser considerado una estrella del espectáculo. "Los mexicanos tienen tradición circense, hay un sindicato potente y cadenas súper profesionales con shows de calidad y bien pagados. A mí me presentaron apenas llegué como 'Pastelito, el mejor payaso de Chile', y empecé altiro a ganar plata".
Después de un año y ocho meses en tierras aztecas, fue contratado por los hermanos Fuentes Gasca y enfiló a Colombia por el doble de lo que ganaba, y dos años más tarde llegó a Estados Unidos, contratado por los Hermanos Vázquez, la cadena de circos más poderosa del mundo latino en ese país, con un salario de 4.500 dólares semanales, lo que le permitió convertirse en el payaso chileno mejor pagado de la historia. "Me saqué la cresta trabajando y me lo pude haber farreado todo, pero yo siempre quise volver y tener mi propio circo. Este es el sueño de cualquier hombre de circo: tener tu propia carpa y trabajar con tu familia. Convencí a mi papi para que se viniera conmigo y aquí estamos partiendo de cero, naciendo de nuevo".
"Pastelito" habla de que tenía un "colchoncito de plata", pero debe haber sido lo suficientemente amplio como para solventar la inversión del circo que estrenó en septiembre en sociedad con su padre. El Circo de Pastelito y Tachuela Chico abrió para las Fiestas Patrias en Alameda con Las Rejas y fue un éxito, con un promedio de 25 mil personas en los tres días feriados. "Partimos arriba altiro, pero la inversión va a costar años recuperarla", explica. Ya acostumbrado a hacer las cosas "a lo grande", desembolsó 380 millones de pesos en una carpa que mandó a hacer a Estados Unidos con tela importada de Francia.
Además, compró dos camiones Scania, un Volvo, dos casas rodantes y otras dos camionetas que ocupa para hacer promoción por la ciudad. Las gradas son circulares, las mandó a hacer a Italia y son 47 personas, en total, que trabajan en un circo que le debe haber costado "un millón de dólares, la tonta inversión", y que, desde su apertura, ya ha pasado por Departamental, Cerro Navia y, desde el viernes pasado, Renca. No es precisamente un periplo rutilante para la plata invertida, pero "Pastelito" siempre supo que las cosas iban a ser así de vuelta a Chile. "Mi papi me advirtió que aquí la cosa es floja, pero yo lo sabía. Yo vengo recorriendo Chile desde que tenía cinco años y sé cómo es la cosa. Que Concepción es bueno en enero y Antofagasta en mayo. Que las mejores giras son las que se hacen en el sur y también que para septiembre aparecen un montón de circos que son como las huevas".
Dice que no quiere entrar en conflicto con nadie y reconoce que su irrupción en el circuito ha lastimado las sensibilidades de algunos de los empresarios más viejos del rubro. Pero "Pastelito" siente que si el circo en Chile no es bien mirado, no es sólo por un público impredecible o por autoridades poco informadas. "Cuando abrimos en septiembre -cuenta-, no fue ninguna autoridad de las muchas que invitamos. ¡Ni un hueón de mi país!, y eso que a mí afuera me trataban como un rey. Si hasta lloraron cuando les dije que me venía a Chile. Todavía hay gente que me dice que me vine a puro perder plata. Pero yo quería regresar para estar con mi familia y demostrar que acá también se pueden hacer cosas profesionalmente como pasa afuera. Yo he estado en circos aquí en mi país donde hay niñitos sentados en la platea, mientras en el show un maricón le menea el poto al público y en la galería hay unos hueones pitiando y tomando cerveza. Eso no puede ser. Nuestro espectáculo es de calidad, con buenos números y donde la diversión está garantizada. Eso te lo firmo".
Hay 20 personas en las gradas y el contraste es feroz. Hace menos de un año, "Pastelito" ganaba más plata que toda su familia junta y actuaba ante tres mil personas por noche. Esta función de viernes ni su hermana acróbata, Oscarita, quiere salir al escenario por la escasa asistencia. El payaso y dueño del boliche estima que hoy día apenas van "a hacer como unas 200 lucas", pero no se le ha pasado por la cabeza cancelar. "Eso lo aprendí de mi papi, que aunque haya un cabro chico sentado en la platea, hay que salir y actuar igual que si estuviéramos frente a mil personas o más. Tienes que ser profesional".
El show dura dos horas, con un intermedio de ocho minutos, y tiene un declarado afán conceptual con guiños a una historia familiar: la del payaso que logra cumplir su sueño. "Como el Solei", comenta a poco de salir a escena con la cara maquillada y una vistosa peluca color salmón, en alusión a la escuela de circo y teatro popularizada por la compañía canadiense Cirque du Soleil. "Tío, ¿tiene leones?", pregunta un chiquillo que anda bien agarrado del brazo de su madre, y "Pastelito" pone voz de payaso y le dice que no, que no hay animales en este circo, pero que se van a reír tanto que se les va a olvidar que "en este circo no hay bichos".
Nueve de la noche y es hora de la función. "Con ustedes, distinguido público, el mejor payaso de Chile, el internacional ¡Pastelitoooo!". Agustín Junior salta al ruedo y las hace todas. Se convierte en hombre orquesta, canta una versión propia de A mi manera y demuestra cómo fue que hizo fama y plata en el extranjero. El público, ese escaso público de esta fría noche primaveral, entiende que este "es de verdad", como apunta un parroquiano, y caen los aplausos. Muchos menos que antes, pero esta vez con un sabor distinto. El de estar en casa, en el circo propio. S
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