El tic tac regresivo de los relojeros de Santiago

<P>Los relojeros de hoy ven y oyen cómo el tiempo pasa y les augura una desaparición lenta. Pertenecientes a un gremio donde no hay espacio para formar aprendices, aprovechan de darles cuerda a sus recuerdos y anécdotas más queridos. </P>




EL pequeño mesón del relojero especializado parece una sala de reparaciones extraterrestre. Una lámpara ilumina todo tipo de herramientas, pinzas y calibradores electrónicos que rodean alguna pieza de colección sobre la que Claudio Mardones Valdés (59) mantiene la mirada fija. Realiza la mantención anual de un exclusivo Rolex que un cliente le encarga desde hace una década. Cuenta que en la lista de pendientes sigue la reparación de una pieza más humilde, para la que el cambio de pila ($ 2000) sale más caro que el reloj mismo.

Mardones usa un Longinus: "Es uno de los más elegantes entre los relojes finos", se jacta en su local de la Galería Astor, en pleno centro. Dentro de poco cumplirá acá 40 años como relojero especializado en piezas finas. "A este paso creo que nos vamos a quedar sin relojeros en 10 años más y no hay nada que hacer, porque los que están muriendo no son los relojeros, sino los relojes", advierte sobre una evolución tecnológica que corre en dirección opuesta al tradicional oficio. "Los relojes de ahora son casi desechables. Si se echa a perder y alguien por valor sentimental lo quiere recuperar, es mejor cambiar la máquina completa", cuenta Mardones.

Agrega que gran parte de sus compañeros de generación se formaron en la única escuela que enseñaba la especialidad en Santiago. Desde 1951, la Escuela Superior N°2 de Santiago era la única que especializaba técnicos relojeros, de máquinas de escribir o máquinas de coser. Tras el cierre de la carrera a fines de los 70, quienes se hicieron cargo de la capacitación de relojeros fueron las propias marcas, como Rolex, Orient o Seiko, que reunían a aprendices con maestros.

Uno de estos curadores es Gino Bezoaín (67). De joven alternaba su trabajo en un banco por las mañanas con la ayudantía de un maestro relojero por las tardes y a posteriori viajaría como representante a cursos de especialización en Japón, EEUU, México y Suiza. Durante un tiempo, incluso tradujo al español muchos de los manuales oficiales de reparación y formó a más de 20 relojeros en total. Todo esto, cuando un reloj era símbolo de estatus y no una pieza made in China de $ 850. "Actualmente, no deben haber más de 40 ó 50 relojeros. Es que, lamentablemente, nadie está enseñando hoy, porque la verdad es que nadie quiere aprender tampoco", se lamenta.

Antiguamente, era más sencillo llevar la cuenta de cuántos relojeros iban quedando, porque existía incluso una Asociación de Relojeros-Joyeros, ubicada en el barrio Bellas Artes. "Acá se introdujo entre los colegas el aprendizaje de nuevas tecnologías, como el cuarzo", recuerda sobre una época en que se usaban enormes relojes del tamaño de un armario en las salas de estar. Algunos de esos famosos Grandmother o Grandfather lo acompañan en su relojería de calle Gilberto Fuenzalida 233, local 1, Las Condes, donde funciona uno de los representantes en Chile de la marca Seiko.

Algunos relojeros exclusivos se han reconvertido en anticuarios que prefieren dedicarse al comercio de piezas rebuscadas. Otros a la economía de subsistencia vendiendo relojes y realizando pequeñas reparaciones, ya que el gran público no comprende que conseguir una pieza es casi imposible y que muchas veces es mejor comprar un nuevo reloj que reparar uno de resina. Por otro lado, los hijos de los relojeros no se muestran muy interesados en seguir el oficio tradicional o bien son sus propios padres quienes les recomiendan otra carrera.

"Económicamente no conviene mucho, a menos que sepas cómo proyectarte. Cuando uno trabaja para las propias marcas llega a un tope del que no puede pasar como apatronado", aclara Claudio Mardones. Desde que dejó de trabajar en la cadena de producción para independizarse han pasado por sus manos piezas de diseño que para él son vivencias que atesora en su memoria: piezas Omega, Nelvana, relojes montados sobre rubíes y relojes de bolsillo de valor histórico. "Somos relojeros todoterreno. Yo mismo he reparado de todo: desde relojes cucú hasta un reloj de iglesia en San Miguel. Son iguales que los relojes pequeños, pero con piezas enormes", explica. Para ese tipo de trabajos a escala mayor, Mardones trabajaba codo a codo con otros engranajes de este circuito que también han desaparecido, como los torneros de relojería, que fabricaban piezas a pedido, y los maestros cromadores que teñían de brillo los relojes más antiguos. Sin perder la sonrisa, Claudio insiste: "Yo no sé qué van a hacer los dueños de estos relojes dentro de 20 años".

La paradoja es que mientras en nuestro país los relojes Grandmother o Grandfather, que siguen sonando en el Banco Central o edificios centenarios, se quedarán sin mantención, en países como Suiza y Alemania se reabrieron centros de estudio de la relojería porque la moda hizo regresar el reloj mecánico con la misma precisión de antaño.

Mientras sigue reparando relojes hechos a mano, Bezoaín reconoce con caballerosidad que lo que más lo desconcierta es que los relojes chinos no son tan malos. El compara su oficio con la mecánica de autos, donde la gente en vez de reparar por completo su auto, prefiere cambiarlo cada cuatro años. "Lo mismo pasa con los relojes", dice sobre un valor sentimental que va a la baja. "Antes el valor de un reloj era inestimable. Para tener uno elegante había que heredarlo y esperar que el tío se muriera", ríe.

Algo más optimista, Gino cree que la vida útil de un relojero "se estira hasta que las velas no ardan o la vista y el pulso te lo permitan". Recuerda el caso de su mentor, el alemán Alfredo Lener, que falleció a los 90 años en pleno ejercicio de este apostolado. El problema de esta renovación pasa por raíces más emotivas, piensa. "Lo que pasa es que en Chile cada vez hay menos artesanía, menos gente que tenga hobbies. Ya no se hace nada con las manos, en cambio, uno desde pequeño se lo pasaba tallando juguetes o aviones en una maderita. De ahí venía este interés en desarmar relojes. Hoy nuestros jóvenes andan preocupados de otras cosas y no de ser un aprendiz", se lamenta.

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