El último sombrerero de Valparaíso
<P>Samuel Alvarez Cantillano, porteño y wanderino, aprendió el oficio hace medio siglo, mirando a los maestros de la tienda de su tío, Eliseo Rojas. Allí, conoció también a Pablo Neruda, quien encargaba a medida sus características gorras. </P>
Samuel Álvarez tenía 15 años cuando, para conseguir dinero, pasaba todos los días, de regreso del colegio, a la sombrerería que su tío Eliseo Rojas había montado en la Av. Argentina, en plenos años 40. Rojas había trabajado en la sombrerería Wöronoff, donde había aprendido este oficio que entonces olía a negocio, porque llevar un sombrero era todo un símbolo de distinción y clase en las calles de Valparaíso. Así, junto a tres ayudantes, la sombrerería Eliseo Rojas fue todo un éxito y los pedidos para hechuras y composturas abundaban, con casi 100 encargos por semana.
"Salía del colegio y me pasaba para allá por algunas moneditas. Tenía que lavar las hormas de madera, que con la goma quedaban sucias", recuerda Samuel, que ahora tiene 68 años.
Entre pasada y pasada, miraba atento y en silencio el trabajo de los maestros. Así, aprendió el arte de este oficio, el mismo que, después de medio siglo, sigue ofreciendo al público como el último sombrero de Valparaíso. "Los maestros eran medio egoístas: 'no, aquí no le enseñamos a nadie', me decían", así que de a poquito fui mirando y cuando se iban me ponía a intrusear en el taller hasta que aprendí", cuenta en su pequeño taller en el pasaje Juana Ross, detrás del Congreso.
Acompañado por su hermano y su única hija, estudiante de Educación de Párvulos, recuerda que su primer sombrero fue uno de paño, un calañé, al más puro estilo de Carlos Gardel, tal como a su tío le gustaba vestir. Tan bien le quedó la pieza, que Eliseo Rojas no dudó en llamarlo cada vez que fuera necesario, sobre todo, los días lunes cuando sus maestros, bohemios no llegaban a trabajar.
Pasaba sus días entre el colegio y la sombrerería. Ahí conoció a Pablo Neruda, quien compraba sus características gorras.
Por décadas, este autodidacta desempeñó su oficio en la sombrerería de Av. Argentina, que heredó tras la muerte de su tío. Ni idea tiene de cuántas piezas ha hecho o restaurado: "Deben ser cientos de cientos, pero no tengo idea". Lo único claro, dice entre risas, es que el aunque el negocio vaya lento, "no morirá mientras sigan naciendo personas con cabeza".
Desde su pequeño taller al que bautizó Ex Eliseo Rojas, en honor a su tío, cada semana recibe una decena de encargos para composturas: gorras, jockey, boinas y diversos modelos pasan por su molde, la plancha, la máquina costurera y si es necesario, por la prensa para ampliar copas. Pero su mejor época es de julio a septiembre, donde se dedicada a la hechura de sombreros para huaso y otros accesorios como mantas, polainas y zapatos de montar.
Entre las "clochas" o piezas de paño de las que da forma a los distintos modelos, Samuel Alvarez rememora nostálgico a los clientes de antaño que exigían y pagaban por alta calidad. "No había como el borselino", dice, recordando el fino material que arrugado una y otra vez retomaba al instante la forma del sombrero. "Ya no se hacen así, porque son muy caros, no hay clientes que paguen", dice. Lo mismo pasa con el fieltro o pelo fino de conejo. "Sólo la clocha de fieltro cuesta $ 30 mil, más mano de obra y material: el costo es altísimo. Muy pocos pagan, algunos huasos en septiembre". Los sombreros chinos, comenta, han limitado el negocio. "Uno chino lo compra por $ 3.000 en la calle, el mismo diseño de paño le puede salir $ 28 mil".
Por eso, a la segura hoy trabaja sólo pieza de paño boliviano o ecuatoriano que compra en la fábrica Girardi, la última en Chile que provee de materias prima a los sombrereros. A ellas le agrega el apresto -goma caliente que le da rigidez- y una vez seca lo lleva a la horma según la medida. "¿La cabeza más grande?: 64 cm.", confidencia. Finalmente, el planchado, el filete, la cinta y los adornos concluyen el sombrero que en un par de horas queda listo.
El diputado Alberto Cardemil y senador Alberto Espina, alguna vez le hicieron un encargo. Los únicos del edificio de los honorables. "Pero sí tengo harto cliente del Congreso entre la gente que trabaja ahí", comenta.
Samuel Alvarez sabe que con él los sombreros made in Valparaíso se terminan. Pero dice que seguirá "hasta que las velas no ardan".
Reconoce que jóvenes han ido al taller queriendo aprender, "pero lo primero que preguntan es cuánto les pagaré (…) Soy el único maestro que hace todos los estilos: sombreros, jockey, gorras griegas y ahora sombreros de huaso porque aprendí mirando y desarmando para ir sacando modelos", precisa. Al parecer los jóvenes son más ansiosos.
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