El último vecino de la calle Suecia

<P>Después de 38 años, el <I>atelier </I>de Suecia 141 del diseñador José Cardoch, bajará sus cortinas. Era el último sobreviviente de este barrio en plena transformación. Había jurado no irse nunca, pero no pudo más con la presión inmobiliaria. </P>




"TRANQUILÍCESE, por favor", le pedía su abogado hace seis meses, cuando estaba a punto de firmar el contrato. Pero él no escuchaba. Ni siquiera era capaz de recordar su nombre. José Cardoch, uno de los diseñadores más conocidos de los 80, tiene vagas imágenes sobre el momento en que estaba estampando su huella dactilar sobre el contrato de compraventa con la inmobiliaria Ingesta, que terminaba con los 38 años de historia de su atelier de Av. Suecia 141. Era la última de las casonas que permanecía abierta en ese sector de Providencia, antes de que locales como el Entrenegros y discotecas como la Kasbah lo despojaran del sello de ser uno de los barrios más exclusivos para comprar prendas de vestir.

"Me lo lloré todo", dice, y por un segundo pareciera volver a caer en ese estado de perturbación que lo embargó cuando estaba diciéndole adiós a una casa que en los años de esplendor del sector le sirvió para atender y tomarles las medidas a primeras damas, reinas de belleza, novias de la elite santiaguina y renombradas maniquíes. "Esto fue un desalojo. Hace un año que habían empezado a llamar varias inmobiliarias para convencerme de que vendiera mi terreno. Yo me resistí, pero cuando me dijeron que podrían expropiarme el antejardín, fue la gota que derramó el vaso", cuenta, apoyándose en su tocador de estilo francés, junto a los espejos biselados, gobelinos barrocos, cuadros de fantasía oriental y alfombras floreadas. Pareciera desfallecer con el solo recuerdo.

"Mis vecinos me decían 'Don José, no venda, mire que si usted lo hace, tendremos que vender nosotros'", cuenta.

Cardoch eligió esa calle para instalar su taller en 1974, porque le gustaba que la zona fuera residencial. Fue el primero de los modistos en llegar. Le siguieron Rubén Campos y Atilio Andreoli. Por ahí y por el pasaje General Holley desfilaban distinguidas señoras en busca del vestido perfecto. Ahí estaba todo lo que ellas necesitaban: la joyería Karmy, la boutique Irfé y tiendas de muebles de finas terminaciones.

No sabe cómo, de la noche a la mañana, se vio rodeado de lo que él llama locales de jarana. "Esto se convirtió en un mugrerío. A mediados de los 80 comenzó la historia negra del barrio", se queja. Sin embargo, su casona permanecía estoica, como un oasis, entre discotecas con y sin permiso de cabaret.

Durante varios años, el alcalde Labbé y los vecinos se declararon en contra de lo que sucedía en Av. Suecia. Olía a fritura, trago y asaltos. En 2007 cambió el Plan Regulador Comunal y se autorizó a edificar en altura en el sector de Av. Andrés Bello y sus alrededores. Poco a poco se fueron cerrando los locales y José sintió que pudo al fin respirar. "Pude dormir con la ventana abierta de lunes a viernes. Antes, ni la música ni las peleas callejeras me dejaban en paz", cuenta.

La suya era conocida como "la casa-isla". El mismo edil de la comuna la denominaba así, por ser la única del barrio que no quitó sus rejas y se mantuvo aislada del resto. Durante cinco años, Cardoch vivió en un barrio que se fue volviendo cada vez más fantasmal. Algunos restaurantes, como el Bedrock y el Louisiana, en calle Suecia, mantenían (hasta hoy) sus luces prendidas, pero la situación era distinta en General Holley, Bucarest y el resto de las calles cercanas. Hoy, en la primera de ellas, prácticamente todos los locales (unos 15) han cerrado. Sólo dos, los pubs Santo Secreto y La Taverna, no lo hacen. "Algunos dueños han peleado como gato de espaldas por no bajar sus cortinas, pero no hay caso. El alcalde quiere limpiar el sector", dice.

Pese a su desazón, el diseñador afirma que durante el último tiempo se sentía, incluso, inseguro. "Hasta en el día había menos luz. En la esquina de mi casa se está levantando el edificio Suecia Holley y detrás de ella está la Gran Torre Costanera". Y él se sentía adentro de un completo apagón.

A mediados de 2011, un 30% de los locales nocturnos había bajado sus cortinas. Y en la Municipalidad de Providencia aseguran que no darán más patentes de alcoholes en ese sector.

El alcalde Labbé está contento con la nueva postal. "Si se entra por Suecia desde la Costanera, uno se da cuenta de que es otro lugar. Ya no es una zona de pendencias, sino de desarrollo inmobiliario", dice el edil.

Y el modisto tiene pronóstico para cada local que aún persiste en el perímetro. "Los chicos, los que son de comida, van a subsistir. Con dos torres de 14 pisos, sus oficinistas a alguna parte tendrán que ir a la hora de colación". Sin embargo, no se quedará a presenciarlo. Antes, decidió coger sus vestidos, espejos y alfileres y cruzar el río.

Dentro de tres meses, el que fuera fundador de la Cámara Chilena de Alta Costura saldrá -"Dios mediante", como dice- con sus maletas y un séquito de muebles únicos por la puerta de Suecia 141. En junio dejará su casa, que será convertida en un edificio de oficinas, en un hotel o en apart hotel. Eso, dice Cardoch, aún no lo sabe.

Con el dinero que recibió por el terreno -cifra que no quiere comentar- compró una nueva propiedad en Los Araucanos, en el barrio de Pedro de Valdivia Norte. Le alcanzó, también, para arreglarla y habilitarla como tienda. "No fue un negocio, la verdad. Como dueño de casa, uno siempre cree que no es suficiente. Ahora, tendré que reforzar la publicidad para el público que por 38 años preguntó por José y lo encontraron aquí. Pero al menos recuperaré la esencia que tenía este lugar".

Lo único que pareciera sacarle una sonrisa al modisto es pensar en que su nueva casa tendrá espacio para ocho autos. "Acá voy a poder respirar, también, un aire más residencial y tranquilo", asegura. Como era ése por el que pagó en plena década del 70.

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