El verdadero Bicentenario

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La reinauguración del Estadio Nacional simboliza una nueva generación de proyectos con que celebraremos el Bicentenario: iniciativas discretas, de impacto acotado y con un cúmulo de oportunidades perdidas. En este caso, en vez de aprovechar el impulso para remodelar el entorno, el nuevo coliseo se limitó a reemplazar las butacas y a jugar con las tonalidades de la pista de recortán, legando un edificio parecido al anterior, pero con colores patrios. Un estadio tricolor.

Como contrapartida, y salvo por el plan de Antofagasta, iniciativas potentes anunciadas para 2010 quedaron en el baúl de los recuerdos. La lista es larga e incluye la recuperación de los bordes fluviales de Talca, Calama y Osorno o el parque urbano de la Isla Cautín en Temuco. Tampoco veremos rehabilitado el centro patrimonial de Valparaíso y nos perderemos el notable proyecto del parque inundable del Zanjón de la Aguada.

Hay varias razones para explicar este problema. La primera es que los proyectos postergados requerían coordinar ministerios y municipios, cuestión que en Chile es prácticamente imposible, salvo que el Presidente intervenga y los "apadrine" como parte de su legado. Lamentablemente, esta prerrogativa se ve mermada en gobiernos cortos sin reelección, ya que los tiempos no alcanzan para diseñar, construir e inaugurar estas obras. Por otro lado, como los proyectos se personalizan en un Presidente, el mandatario que lo reemplaza suele revisarlos por defecto, como ocurrió en la Ciudad Parque Los Cerrillos, donde podríamos ser el primer país que demuele un aeródromo para construir un parque que no se usa, y termina levantando nuevamente la pista de aviones.

La historia muestra que los verdaderos proyectos "centenarios" han sido aquellos que trascienden a los gobiernos de turno y logran transformarse en iniciativas de Estado que toman varios años en ejecutarse. Para ello requieren de una institucionalidad que garantice su continuidad, y les otorgue un marco legal para operar. Es el caso del plan de concesiones de infraestructura ejecutado en los últimos cuatro gobiernos y que el ministro De Solminihac tuvo la lucidez de continuar y potenciar. Lo mismo ocurre con la red de Metro, la política habitacional creada en la administración Bachelet o el saneamiento de las aguas servidas que impulsó el ex Presidente Frei y que hoy permite pensar en un Mapocho navegable.

Chile requiere de una nueva generación de proyectos Bicentenario para enfrentar con éxito la reconstrucción y otros temas postergados, como la rehabilitación de los guetos urbanos o la resolución del déficit de áreas verdes. Para ello las obras no bastan. Se requieren reformas legales e institucionales que garanticen continuidad y recursos. Como hemos dicho, los gobiernos cortos son reacios a ello, ya que no pueden capitalizar estos resultados dentro de su período. Suelen ver la institucionalidad como una traba, un tema árido y poco atractivo para la ciudadanía, sin considerar que constituye el principal activo de Chile en el contexto latinoamericano.

Posiblemente su impresión cambie cuando se den cuenta de que sin estas reformas, sus proyectos emblemáticos correrán un serio riesgo de engrosar la lista de iniciativas postergadas. Tal cosa sería lamentable.

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