El verdadero desafío de la educación
SIN COBERTURA total y calidad de educación no hay futuro como país y todos compartimos esta idea, especialmente en el siglo 21, la edad del conocimiento.
La cobertura básicamente ya está alcanzada gracias al enorme aporte del sector privado en los últimos 30 años, que se sumó al esfuerzo estatal. La calidad es ahora el problema, a pesar de que tenemos los mejores estándares de nuestra región. Pero no es suficiente. Entonces, ¿qué es realmente calidad en el siglo 21? De eso no se ha hablado ni una sola palabra. Por eso construimos otro Transantiago. La discusión hasta aquí ha sido acerca de la propiedad de los ladrillos, los costos del arriendo, o quienes usan patines.
Así como el lenguaje no es lo mismo que el idioma, y la mente no es lo mismo que el cerebro, lo primero es entender que educación, entrenamiento y capacitación no son lo mismo. Educar tiene que ver con lograr la capacidad de pensar en forma autónoma, con un acervo de conocimientos básicos. El entrenamiento tiene que ver con focalizar esa capacidad de pensar en áreas o dominios específicos del conocimiento como una profesión. Finalmente la capacitación tiene que ver con temas técnicos muy específicos y prácticos. Por ello se educa antes de entrenar, y se entrena antes de capacitar. Hasta aquí el gobierno ha puesto todo en el mismo saco, y por ello los resultados serán muy malos. Sin educación real, nada de lo otro es posible. La gran capacidad humana está en la adaptabilidad del pensar, no en la estrictez de la técnica.
De lo anterior se deriva, por ejemplo, la urgencia de cambiar el sistema de títulos y grados de nuestro sistema de educación superior. Nuestros alumnos hoy se deben especializar (entrenar) desde los 16 años y no entran a la universidad como concepto, sino a una carrera específica. Para ello deben pasar una prueba diseñada para seleccionar profesiones. Por ello los colegios son auténticas fábricas de entrenamiento para pasar la PSU y básicamente no educan. El primer grado superior debe ser académico para aprender a pensar de manera independiente (cuatro años), el segundo grado para entrenarse profesionalmente (uno a dos años), el tercero para investigar y correr las fronteras (cuatro años más). En nuestro país, además, tenemos un aberrante Cruch, obsoleto, que agrupa sólo a la mitad o menos de las universidades. ¿Por qué?
Las nuevas tecnologías hacen el conocimiento súper abundante y disponible en todas partes al mismo tiempo. El profesor ya no es más el guardián del archivo. La velocidad del conocimiento hace que los niños sepan muchas cosas que los padres no saben ni sabrán. Internet y las telecom están creando una nueva mente tecnológica colectiva de la que ya somos dependientes. Es lo que se llama la web 4.0. Hoy estamos terminando la etapa web 2.0. Todo esto es parte del lenguaje post simbólico que acompaña el siglo 21, donde uno de los temas es la gestión del conocimiento más que su acumulación. Esto significa -entre otras capacidades- la necesidad de síntesis más que análisis, que ha sido la base desde el siglo 17. Un cambio radical en la manera de pensar.
En otro plano, la fusión entre la biología y la tecnología ya es inminente (la singularidad de Kurzweil). La inteligencia artificial es un dato que no podemos obviar. Simbólicamente los computadores manejan aviones mejor que los humanos, y los robots construyen mejores autos que los obreros. Por eso la educación va mucho más allá que el colegio, instituto o universidad. Hoy es necesario hablar de una sociedad educante, por diversos medios.
Junto con ello, la complejidad de la sociedad es creciente, la nueva física disputa la existencia de materia en sí (sólo hay campos o vibraciones) con la teoría del tiempo, y la nueva biología nos abre un nuevo entendimiento de la naturaleza del ser humano a partir de la célula. Todo esto requiere nuevos paradigmas que deben estar presentes en la educación. Este tipo de ideas debieran ser el tenor de nuestra discusión sobre la calidad de la educación en este siglo. A cambio, estamos en un debate sobre ideologizado, basado en el poder, y con una izquierda arcaica que al parecer quiere controlar la educación para estandarizar, adoctrinar. La diversidad es parte de la calidad en este siglo. El pronóstico es sombrío, partiendo por un ministro que reconoció no entender mucho del tema, y que ha sido evidente por los enormes errores que ha cometido y que aparentemente seguirá cometiendo.
Sergio I. Melnick
@melnicksergio
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