El viaje interior de Zamorano
<P>Le propusimos a Iván Zamorano hacer un alto y conversar sin pudor de esas cosas que nunca habla. No fueron pocas las sorpresas: su infancia en la casa de sus abuelos en La Legua, su amistad con el párroco de esa población, la política en su familia, un duelo que no termina... Este es su relato en primera persona. </P>
"Hasta los cinco años viví en La Legua. En la calle Magallanes con Carlos Valdovinos, a dos cuadras de la Parroquia San Cayetano. Vivíamos juntos mi abuelo José Zamora, mi abuela y un tío. Mis papás y yo dormíamos en la misma pieza.
Aprendí primero a pegarle a la pelota y después a caminar. Lo recuerdo: era una pelota blanca y negra, con el escudo de Colo Colo. Me la ponían al lado de la cuna. De hecho, mi primer recuerdo es en una cancha de fútbol en La Legua. Eran esos típicos campeonatos que se realizaban en el barrio, en una cancha de piedra y tierra. Mis papás se conocieron en una cancha igual a esa.
Desde que tuve uso de razón quise ser futbolista. A mí me cuesta imaginar mi vida sin fútbol, yo creo que no tenía otro camino. Mi papá me decía: 'El fútbol está lleno de jugadores buenos, usted debe tratar de ser el mejor'. De no haber jugado, igual hubiese estado ligado al deporte. A pesar de que me crié en un barrio de alto riesgo social, tenía las cosas claras, tenía una buena base familiar. No habría sido drogadicto ni delincuente, ni habría terminado en la cárcel, eso lo tengo claro.
En el patio de la casa de mis abuelos había muchas flores. Mi abuelo puso unas canaletas para que no las destruyéramos los nietos ni el perro, que se llamaba Peligro. Un quiltro chico que mordía a todo el mundo. Un día, jugando a la pelota, me caí arriba de la canaleta y me rompí el labio, todavía tengo la cicatriz. Cuando volví del hospital, mi abuelo estaba con un combo que pesaba kilos haciendo mierda las canaletas. Las rompió todas. Todo porque yo me caí".
"Mi relación con la pobreza es lo que mis papás me inculcaron desde pequeño: siempre hay que ayudar al más necesitado. Si bien nací en un barrio humilde, nunca pasamos hambre o frío. Siempre tuvimos para educarnos. Pero tengo muy claro lo que significa, y cuando llegas a ser un hombre público puedes hacer mucho por la pobreza. Creé la fundación (Fundación Iván Zamorano) para alimentar los sueños en torno al deporte de muchos chicos que nacen y crecen en la pobreza. Hay niños con grandes talentos que se pierden. Sé lo que es ser vulnerable, pero, a la vez, sé lo que significa tener una base para diferenciar el camino correcto a seguir.
Mi papá era democratacristiano, no se metía en política. Mi mamá era de izquierda. Mi tía Nelda era amiga de Gladys Marín. En 1972, nos fuimos a vivir a una toma en Maipú: la Villa México. Un amigo de mi mamá nos ayudó a conseguir un departamento, que fue lo mejor que nos pudo pasar. Pudimos tener otras posibilidades de vida.
Cuando vivíamos en Maipú, con mi hermana íbamos a las protestas en el centro. Un día de protesta mi mamá nos dijo: 'Hoy se quedan todos en la casa', pero con mi hermana partimos escondidos. En General Velásquez cantaba Sol y Lluvia y estábamos con mi hermana y unos amigos cantando. De pronto miramos y estaba mi mamá protestando. Nos tuvimos que devolver igual de escondidos para la casa.
Mi abuelo José Zamora era minero en El Melón y era comunista. Murió en agosto de 1973. En octubre llegó un tanque a su casa en La Legua a buscarlo. Mi tío tenía 19 y se llamaba igual. Se lo iban a llevar. Entonces mi abuela se puso delante de nosotros y les dijo a los militares: 'Si andan buscando a José Zamora, vayan a buscarlo al cementerio, a él ya lo mataron'".
"Cuando mi abuela falleció, la casa de La Legua quedó para mi tío Osvaldo, quien tenía más problemas económicos que el resto de los hermanos Zamora. Fumaba todo el día, su pieza estaba pasada a humo, murió de cáncer. Luego vino el tiempo de decidir. Los hermanos pensaron en vender la casa y dividir la plata entre todos: Pero mi mamá les dijo: 'Yo la compro y la casa queda para mí'. Así que la casa es de ella y la arrienda. La placa con el nombre de mi abuelo está intacta. Hace 14 años que yo no venía a esta casa... ahora que vengo, me tiritan las manos".
"El mayor cambio que sufrí en mi vida fue la muerte de mi papá. Salió a las 5 de la mañana y no lo vimos más. No nos pudimos despedir. Fue en junio de 1980. Tenía dolores en el estómago en la mañana, y murió durante el día de peritonitis. Hay un antes y un después. Una parte mía se quedó con la historia hasta allí. De ahí viene lo más duro, salir adelante sin mi papá, luchar por sus ideales. Pasé de niño a adulto, tuve que salir a trabajar y no tuve la oportunidad de llorar. Yo era el hombre de la casa. Cuando lloraba me decían que no me viera mi mamá, que tenía que ser fuerte. Tenía 13 años.
Hasta hoy es duro. Cuando se pierde un ser querido, siempre te dicen que el tiempo lo va a curar y es mentira. Yo siento el mismo dolor que cuando mi papá falleció. Aunque ya sé convivir con eso, el dolor está intacto.
Siento que mi papá es como el viento: no lo veo, pero lo siento acá. Yo creo que ha estado en los momentos más importantes de mi vida y de mi carrera. Sé que me ayudó a que la pelota en el partido contra La Coruña le pegara en el palo, entrara al arco y le valiera el título al Real Madrid. Cuando mis hijos nacieron sanos, estuvo mi viejo, estoy convencido.
Mi papá era chofer del camión 11 de la Coca Cola. Cuando murió, mis tíos me invitaban a trabajar con ellos. Un tío que tenía un camión de basura me ayudaba con trabajo. Recorríamos ferias los fines de semana sacando la basura. Otro tío me llevaba a levantar sanitarios y los ponía en el camión.
Mi papá era el sustento familiar. Mi mamá dejó de trabajar cuando se casó. Al quedar viuda volvió a trabajar. Vendía chalecas que hacían unos tíos, vendía joyas. Ella es cosedora y sabía trabajar.
Hay momentos en que quiero desaparecer, y lo hago. Desaparezco, porque quiero estar con mi papá. Me voy a la pieza o al cementerio. Tengo la necesidad de estar con él".
"Me fui con 20 años a vivir al extranjero. Volví con 35. Me fui un cabro chico y volví un hombre. Soy un agradecido de lo que me dio el fútbol: me hizo hablar idiomas, conocer países, una vida que no hubiera tenido sin fútbol. En Suiza aprendí a ser puntual, por algo inventaron los relojes. Después llegué a España, que hizo que me comprometiera con un fútbol más exigente y me enseñó a cuidarme. Y el Inter de Milán era un desafío pendiente, porque el fútbol italiano es el más exigente del mundo y había que preocuparse del cuidado personal. El pelo tenía que usarlo de otra manera, la ropa importaba. En Italia aprendí de moda…
Mi primer sueldo fueron $ 6.000 en Cobresal. Me compré un jeans Ellus a 10 cuotas, con grandes intereses. Para mi familia fue un sacrificio mi comienzo en el fútbol. Mi idea era luchar por mis ideales, pero tenía un compromiso de ayudar a mi familia. Juntaba varios sueldos y se los mandaba a mi mamá. Cuando empecé a ganar 20 lucas me creía millonario, llamaba a mi mamá y le decía: 'Ya estoy ganando 20 lucas, tienes que dejar de trabajar'. Una estupidez de un cabro chico de 17 años, pero siempre luché por mejorar el estatus social de todo el grupo familiar.
Hasta hoy, nunca he hecho un cheque. Mi relación con la plata es casi nula. Todo lo maneja mi mujer en la casa. Los presupuestos en las vacaciones, los gastos, los costos. No saco plata a cada rato. Lo más burgués que tengo es una casa hermosa en Las Condes y los autos. Me gustan los autos deportivos, pero con familia ya no se puede, así que elegí un jeep bonito, con harto espacio, que sea rápido. Y claro, me gusta la ropa. Eso sería mi lado burgués".
"Me casé tarde para ser futbolista. Pero mis papás también se casaron tarde. Sobre todo, me casé cuando llegó la persona idónea para hacerlo. Además, cuando más chico era inestable. No es que me gustaran todas, pero era inestable. Nunca me sentí un galán latino, sé mis condiciones: soy un tipo simpático. No soy Brad Pitt, pero soy atractivo, y eso más la simpatía hace que uno enganche. Claro que no era el que sacaba a bailar ni invitaba a salir, me quedaba en un rinconcito esperando, bien tímido. Con María (Alberó), en cambio, fui canchero al principio, pero ella ya no buscaba eso. Hasta que le gusté. Y estoy feliz: creo que todos tenemos un ángel que nos manda a quien merecemos, a mí me mandaron a María para tener esta familia hermosa.
En mi casa hay una sala de trofeos, donde guardo todo lo que gané en mi carrera y todas las camisetas que jugué: Cobresal, Cobre Andino, Saint Gallen, Sevilla, Real Madrid, Inter, América y Colo- Colo. Las tengo todas en marcos grandes. Tenía un baúl con todos los videocasetes de donde jugué, y un día desaparecieron. Mi mujer se los llevó y consiguió que los traspasaran a DVD con etiquetas de los resultados de los partidos. Ahora tengo un proyector donde veo mis partidos con los hijos.
Cuando el Ivancito nació, los tíos, los padrinos, le regalaron pelotas. Me gustaría que fuera futbolista cuando grande, pero si no, no importa. Claro que la presión que tiene el cabro chico por llamarse Iván Zamorano es grande. Vamos al supermercado y, como todos lo conocen, le tiran la pelota. A veces no quiere pegarle y la toma con la mano; la gente dice 'chuta, va a ser arquero'.
Estar casado con una argentina exige un asado dominguero. Tengo tres parrillas: a gas, a carbón y a leña. El que quiera comer carne, tiene para todos los gustos.
Voy mucho al cine. Somos peliculeros. La última que vi fue Quiero matar a mi jefe. También me gusta cantar, soy afinado. Mi profesión frustrada es ser cantante. Hace dos años, mi mujer me regaló un micrófono que se enchufa a la tele y tiene 7.000 canciones. Mi canción favorita de karaoke es Cómo te extraño, de Leo Dahn. Con mis hijos, por ahora, andamos cantando Justin Bieber y Miley Cirus".
"Siempre vuelvo a La legua, mi abuela paterna sigue viviendo allí. A una cuadra de la San Cayetano. Cada vez que voy a verla, paso por la iglesia. Tengo una relación maravillosa con el padre (Ouisse). Todos los padres que han estado allí han sido de un tremendo compromiso social. En San Cayetano me bautizaron, allí se casaron mis papás. Allí se celebra el aniversario de la muerte de mi papá, Luis Zamorano, hace 31 años. La iglesia se repleta. Son las misas más bonitas. El padre habla desde el centro y la gente se levanta y camina al altar. Los de afuera se presentan, dicen su nombre y de donde vienen. Cuando a mí me preguntan, yo digo que soy legüino.
Mi abuela nunca quiso salir de La Legua. Muchas veces se lo propuse. Vive en una casa que mi abuelo construyó con sus propias manos, y ahí hay algo más sentimental que no quiere soltar y la entiendo. Tiene 94 años, está perfecto. Vive con mi tía, mis primos y se siente bien cuidada.
La Legua tiene un significado en mí, un sentimiento encontrado. Yo entro a la iglesia y digo: 'Chuta, es mi historia'. Entro y siento a mi familia. Mi abuela a una cuadra. Nosotros a dos, con mis abuelos maternos... todos reunidos en torno a la iglesia.
Yo viví en una Legua distinta a la de ahora. Había delincuencia, alto riesgo, pero ha cambiado el tema. Están los narcotraficantes y la gente siente temor. Yo voy con mis hijos y no me da miedo. Yo soy de allí, conozco a todo el mundo. Me comunico con todo el mundo. Siento que lo que se dice de La Legua la estigmatiza, y en todos lados hay gente buena y mala. El hijo de mi primo, mi sobrino chiquitito, está en un conjunto folclórico que hace giras hace 15 años por Chile. Hay muchas cosas buenas en La Legua que no se dicen. El equipo de fútbol se llama Bambam Zamorano, lo llevamos a España y goleó al Real Madrid. De aquí salen buenos cabros chicos, pero cuando crecen se pierden. Llegan a la casa y la mamá está en la cárcel, el papá es alcohólico. Con la fundación hacemos copas para que participen los chicos. Hace un mes y medio inauguramos la cancha nueva. Es preciosa".
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