El western cabalga otra vez

<P>El próximo estreno de <I>Los ocho más odiados de Tarantino</I> y <I>El renacido</I> de González Iñárritu anuncia un año triunfal para el género del rifle y la frontera. </P>




Después de la Guerra Civil Americana todos se vuelven malos. O, por lo menos, cínicos. Le pasó a Ethan Edwards en el clásico Más corazón que odio (1956) de John Ford y ahora le sucede al mayor Marquis Warren en Los ocho más odiados (2015) de Quentin Tarantino. Tras el apocalipsis del conflicto de Secesión nadie puede volver a ver la vida de otra manera y así como los veteranos de Vietnam podían transformarse en taxistas psicópatas en Taxi Driver, los ex combatientes del Norte contra el Sur tienen la moral tan maltrecha como el desquiciado cowboy que interpretaba John Wayne en el filme de Ford.

Es la ética del western, donde nadie está libre de pecado ni tiene la conciencia libre para lanzar la primera piedra: desde Río Bravo (1959) de Howard Hawks, protagonizada por un sheriff (John Wayne), un borrachín (Dean Martin) y un jovencito inexperto (Ricky Nelson) hasta Los imperdonables (1992), estelarizada por un ex pistolero (Clint Eastwood), un alguacil muy malo (Gene Hackman) y otro jovencito inexperto (Jaimz Woolvett). O, desde A la hora señalada (1952), con Gary Cooper como un solitario comisario sin apoyo popular, hasta El bueno, el malo y el feo (1966), donde el malo y el feo eran bastante villanescos y el bueno era sólo menos malo. En este gran tapiz americano que es el western, todo suele dividirse entre hombres de moral cuestionable y malvados decididamente ruines, dejando escaso espacio a la pureza, representada sólo por las mujeres y los niños, que de una u otra forma siempre serán los segundos o terceros violines de esta gran orquesta de épica irresistible.

Tan seductor es el género que cada vez que se decreta su muerte surge alguien que dice lo contrario, y otra vez tenemos dos o tres westerns para extasiar el alma y ver películas en todo su esplendor. Sucedió en los 90 con Los imperdonables y a partir de las próximas semanas con la mencionada Los ocho más odiados, que se estrena el 7 de enero en salas locales, y El renacido, la nueva película de Alejandro González Iñárritu, que llega a cines el 21 de enero. Protagonizada por Leonardo DiCaprio como el trampero y comerciante de pieles Hugh Glass, El renacido se ubica históricamente en los albores del género, concretamente en 1823. Hay que decir que en esta misma época, concretamente en 1826, James Fenimore Cooper publicó El último de los mohicanos, la primera de las novelas que habló de tópicos definitivos del Viejo Oeste: los peligros de la frontera y la presencia latente de los indios.

Claro, la obra de Cooper era una idealización al máximo y los buenos y malos tenían una pasmosa claridad, sin demasiados lugares a la duda o los recovecos indescifrables del alma. Es más, El último de los mohicanos fue una novela tan popular entre sus lectores como ridiculizada entre sus detractores, entre ellos Mark Twain, quien ya en la segunda mitad del siglo XIX era contemporáneo de otro tipo de relatos del Viejo Oeste: las llamadas novelas de diez centavos, libros de salida masiva poblados de personajes arrancados de la realidad como Buffalo Bill, Billy the Kid o Wyatt Earp. Por esta época, Twain también publicó su propia novela del Oeste, la autobiográfica Pasando fatigas (1872), que relataba el imposible e hilarante viaje de un buscavidas en plena fiebre del oro, desde Missouri a Nevada. En la trama, un viaje que debía durar tres meses toma tres años y el protagonista (es decir, Twain) apenas puede montar a caballo, no sabe prender fuego y rema con infinita torpeza.

La época dorada del género del Oeste es a principios del siglo XX y se confunde con el nacimiento del cine. Quizás por esta razón, para muchos, el western alcanzó su real dimensión en las películas y no en la literatura. Por esos años se publicó El llanero solitario (1915), de Zane Grey, un autor increíblemente prolífico, con narraciones que fueron adaptadas más de 100 veces al cine y con una participación comercial en Paramount Pictures junto a su socio Jesse Lasky.

Los dos westerns que se estrenan próximamente en nuestro país, Los ocho más odiados y El renacido, comparten no sólo el código de la moral salvaje, sino también una reverencia por el gran formato visual y el despliegue estético que sólo un filme del Viejo Oeste puede mostrar. Los ocho más odiados, por ejemplo, fue filmada en 70 mm y utilizando viejos lentes Panavision que alguna vez estuvieron en el set de Ben-Hur (1959). El renacido es, por otro lado, un portento de perspectivas en el medioeste invernal y forestal de Norteamérica, con locaciones filmadas en Canadá y la Patagonia argentina.

Ambas películas, se podría decir, pertenecen al subgénero del western invernal y nevado, con personajes que tienen tanto de vaqueros como de montañeses y donde existe toda el agua que alguna vez escaseó en un spaghetti western de Sergio Leone. En Los ocho más odiados, el mayor Warren (Samuel L. Jackson) es un viejo héroe de la Unión que guarda una carta del mismísimo Lincoln y que ahora se dedica a cazar recompensas por todo el Medio Oeste. Es decir, la experiencia de la guerra lo ha transformado en un hombre con los pies en la tierra y los ideales bajo llave. Se encuentra con John Ruth (Kurt Russell), otro cazafortunas que conduce hacia la horca a la fugitiva Daisy Domergue (Jennifer Jason Lee), y con quien se lleva plausiblemente bien. Una tormenta en la ruta termina por dejar a los tres y a otro grupo de forajidos y ex combatientes en una posada: estarán a salvo de la nieve y el viento, pero no de sí mismos, ni de sus pistolas.

En El renacido, donde hay más paisaje y menos diálogo que en el trabajo de Tarantino, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) es un vendedor de pieles que se transforma en un vengador anónimo después de que sus compañeros lo abandonan a la suerte de su destino tras el ataque de un oso en pleno territorio indio. Glass es el ejemplo perfecto del hombre corrompido por un entorno humano miserable y al mismo tiempo curtido por una naturaleza inclemente. Ambas películas, la de Tarantino y la Iñárritu, entran por la puerta grande en la temporada de premios y desde ya están nominadas a tres y cuatro Globos de Oro respectivamente.

La que no alcanzó a entrar al período de galardones es Jane Got a Gun, filme de Gavin O'Connor del subgénero western femenino (cuyo mayor éxito sigue siendo la entretenidísima Rápida y mortal, de Sam Raimi), protagonizada por Natalie Portman y Ewan McGregor. La cinta se estrena el 29 de enero en Estados Unidos y es sólo una de las varias producciones que en los próximos meses le dan una renovada vitalidad al género que se resiste a morir. Por ejemplo, Jacques Audiard (Un profeta), el más americano de los cineastas franceses del momento y reciente ganador de la Palma de Oro por su cinta Dheepan, trabaja en The Sisters brothers, película protagonizada por dos hermanos asesinos a sueldo cuyo objetivo es un pícaro ladronzuelo de Oregon. Si de revivir mitos se trata el actor Vincent D'Onofrio debuta próximamente en la dirección con The Kid, su particular mirada a la legendaria rivalidad entre Pat Garett y Billy The Kid, con Ethan Hawke y James Franco.

El 2016 será, como se ve un buen año para el salvaje territorio al oeste de la frontera, un escenario donde también habrá oportunidad para una de las cintas más esperadas de la temporada: el remake de Los siete magníficos (1960) que se estrena en septiembre y cuyo director es Antoine Fuqua (Día de entrenamiento). Actúan Denzel Washington, Ethan Hawke y Chris Pratt y otra vez estamos en terrenos de vaqueros de incierto pasado que son buenos sólo en la medida que enfrentan a villanos de infinita miseria.

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