Elogio a dos cronistas

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Ahora es común que las fronteras entre la alta cultura y el mundo popular se hayan vuelto porosas, aunque en la década del 60 y hasta en los 70 no lo era tanto. En América Latina, un rol fundamental en la disolución de estos muros que dividían lo elitista de lo masivo fue el cronista mexicano Carlos Monsiváis, quién falleció el 19 de junio, a los 72 años. Su funeral estuvo lejos de ser la despedida promedio de un escritor: los elogios, las ofrendas florales y los altos funcionarios se mezclaron con los mariachis y los cientos de lectores que acudieron al responso en el Palacio de Bellas Artes.
Receptivo, irónico y contradictorio, el autor mexicano se caracterizó por la amplitud de intereses, el humor para combatir la solemnidad del poder y por su rechazo a jerarquizar entre San Juan de la Cruz y Cantinflas, entre Mark Twain y Gloria Trevi, entre la lucha libre y el cine de Fassbinder. Para él todo era materia de escritura, al punto de que se le podría cuestionar cierta incontinencia grafológica. En verdad, más que el estudio de largo aliento, lo movía la pasión por intervenir en el debate. De ahí que en los últimos 30 años se haya convertido en intelectual público, consultado por la rebelión de Chiapas, el auge de Frida Kahlo y la caída del PRI. Lector de la Biblia y defensor al mismo tiempo de la secularización de la sociedad mexicana, adhirió a un pensamiento de izquierda, pero fue también uno de los primeros en cuestionar el régimen de Fidel Castro. En su Diccionario crítico de la literatura mexicana, Cristopher Domínguez advierte que "más allá de las confrontaciones ideológicas y de los disgustos pasajeros, siempre queda una evidencia que yo reconozco sin rubor: existe una cultura mexicana venerable por su calidad democrática y liberal que sin Monsiváis sería inconcebible. Me es difícil escribir mayor elogio intelectual".
Este año murió, además, Tomás Eloy Martínez, otro cronista de excepción. Los libros La pasión según Trelew, Lugar común la muerte y Las memorias del general testifican su vocación por discutir la historia argentina contradiciendo las versiones oficiales y examinando nuevamente a sus protagonistas. Y en esto, era tan amplio que iba de Juan Manuel de Rosas a Manuel Puig.
Aunque provenían de escuelas distintas, ambos sentían una enorme pasión por el detalle y concebían la crónica como la disciplina que permite entender la mentalidad de una época. De ahí que cruzaran la cultura con la política y las manifestaciones populares con la mitología. De ahí que encarnaran las palabras de Joseph Pulitzer: "Hay que saber cuándo un gato en las escaleras de cualquier palacio municipal es más importante que una crisis en los Balcanes".
Hoy la crónica pasa por un momento difícil, en gran medida por la propia crisis que afecta a las revistas. Los periódicos, a su vez, han descuidado el periodismo de ambiente y el afán por anticipar la noticia ha llevado muchas veces a perder interés no en lo que ocurrió, claro, pues eso sería negligente, pero sí en la forma en que suceden los episodios. Por otra parte, los cronistas parecen haberles dado la espalda a los Balcanes, prestándoles una atención desmedida a los ronroneos del gato: el género ha derivado en territorio de lo insólito y ha privilegiado el estilo, en vez de recuperar la intensidad de los hechos.
En este contexto, buena parte de los cronistas latinoamericanos cometen el error de sentirse más seguros en el ámbito de la literatura que en el periodismo. Aunque la crónica toma prestados elementos de todos los géneros (cuento, entrevista, ensayo, la columna de opinión), su importancia se diluye cuando se sustenta sólo en la excentricidad: la persona más gorda del mundo, los hoteles que se llaman España, la experiencia de un periodista en un call center. Eso explica la proliferación de revistas finamente editadas, pero de escaso impacto en el debate público.
Para todo hay excepciones. En México está Letras Libres, y si vamos a la prensa anglosajona, Atlantic Monthly y New Yorker siguen siendo los modelos. El tiempo crea indiferencia y la sobreinformación también: sólo por estas dos razones ya es la-mentable que no haya más espacio para la crónica, un género llamado a despertar las conciencias a través de la simple observación de los detalles. "Los testigos no son ni los muertos ni los supervivientes, ni los hundidos ni los salvados, sino lo que queda entre ellos'', escribe el filósofo Giorgio Agamben. En ese territorio, atentos a los matices y con un incombustible sentido crítico, trabajaron Monsiváis y Eloy Martínez. O si se quiere ser más elocuente: esa fue la moral que llevó a Truman Capote a transformar el descafeinado titular "Un granjero y su familia mueren asesinados" en una historia portentosa: A sangre fría.

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