En busca del barrio del Chavo
<P>Cuando Chespirito tuvo que definir el contexto en donde se desarrollarían las situaciones cotidianas de <I>El Chavo del 8</I>, no pudo inspirarse mejor que con la popular vecindad. Hoy estos conjuntos habitacionales que el comediante hizo célebres escasean en la capital mexicana, pero existen, y están dando la pelea a sus propias circunstancias. </P>
Julia Carmen Celis es de esas personas de edad indefinida. Es sábado después de almuerzo y levanta con desgano la mesa mientras sus dos nietos salen a jugar a la pelota. Una vida rutinaria que se ve interrumpida gracias a la llegada de un extranjero que encontró lo que estaba buscando hace días: una auténtica vecindad mexicana. Y con la motivación de finalmente haber dado con su objetivo, se le acerca a hablar tan emocionado que llega hasta su propio living, sin que nadie lo invite.
"No sabe cómo me costó encontrar una vecindad como esta", le confiesa el extranjero admirador desde siempre de El Chavo del 8 y que a estas alturas ya no ve a Julia Carmen Celis, sino que a una réplica de Doña Florinda, y ya no ve a sus nietos, sino que al gordo lo ve como un calco de Ñoño y al otro, un poco más flaco, quizás como al querido personaje interpretado por Chespirito. El intruso finalmente encontró la vecindad del Chavo. No el estudio de Televisa, sino que una de esas verdaderas comunidades que inspiraron al recién fallecido genio.
Es difícil encontrar hoy en Ciudad de México uno de estos conjuntos habitacionales, que dan a un patio central, y menos que sea fiel a la vecindad del Chavo del 8. Escondidas, húmedas y muchas veces agrietadas y venidas a menos por culpa del terremoto del 85 que devastó la capital azteca y que según la Cruz Roja dejó más de 15 mil víctimas fatales, aún están ahí.
La vecindad de la señora Celis y de su vecino, don Carlos -que es sastre y trabaja con lo que puede en su negocio que está junto a un local de internet a la calle República de Bolivia, a pasos del Zócalo-, se parece mucho a la del Chavo. De las ventanas aparecen un par de maceteros, hay jaulas de pájaros colgando y también balones de gas cerca de las puertas numeradas. El cliché perfecto para cualquier fanático del comediante.
¿Preparan ustedes también la fiesta de la buena vecindad?, ¿alguien debe 14 meses de renta?, las preguntas son tantas como absurdas, pero la verdad es que hay mucho de verdad en el relato que nos dejó a todos el programa de televisión sobre lo que significa la vida en un cité del DF.
"Aquí claro que antes de Navidad nos juntamos todos los vecinos, se come, se baila, le rezamos a la Virgen de Guadalupe y hasta a veces tenemos piñata", cuenta aún sin ganas Julia Carmen, mientras el invitado de piedra piensa "obviamente, porque sin piñata no hay posada", y los nietos siguen jugando a los penaltis usando la portería del condominio como arco. Nadie, claro, celebra un "gol de Borja", eso sería demasiado.
Afuera la vida es otra. Basta con salir a la calle para que el caos de las tiendas, la gente y los vendedores ambulantes borren de un plumazo la magia sugestionada de la vecindad. La calle República de Bolivia y toda la cuadra, que la componen también República de Argentina, de Perú y de Brasil, son lo más parecido al Barrio Meiggs de Santiago, lleno de chucherías entre las cuales a veces aparece un muñeco de Don Ramón o de Quico, pero lejos de la realidad íntima que se esconde puertas adentro de la vecindad, que ahora figura cerrada, pasando desapercibida.
El barrio Bravo de Tepito es uno de los más antiguos del DF. Ubicado en la colonia de Morelos, podría clasificar como parte del Centro Histórico por locación, pero por interés de preservación queda lejos. Dicen que el barrio ha perdido garbo y entre el comercio ambulante y la seguridad esquiva, principalmente de noche, la clase emergente que a mediados del siglo XX poblaba la zona emigró sin retorno.
A pesar de este pseudoabandono aún quedan algunas vecindades dando vueltas. Entre las sobrevivientes, específicamente en el número 15 de la calle Peralvillo, se encuentra una de las vecindades más grandes e icónicas de entre las 200 mil que, en número decreciente, se calcula hay en todo México, según cifras oficiales del gobierno.
Aquí viven más de 100 familias en una construcción que data del siglo XVIII y que incluso fue locación de películas como Caifán del barrio o Quinto barrio en pleno auge de la era dorada del cine mexicano. Sin embargo hoy el ambiente ha sido enturbiado por la delincuencia que se ha tomado la zona, con bandas de intrusos que llegaron a entorpecer la vida honesta de la población.
Incluso, según narra en una de sus crónicas el diario local La Jornada, fue protegida como patrimonio por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. Sin embargo, aún no se libra de correr la suerte de muchas otras vecindades: ser demolida para convertirse en un edificio moderno. Muchos de sus habitantes -al igual que El Chavo, Don Ramón y la Chilindrina- no tendrían donde ir en caso de que los pongan "de patitas en la calle".
A principios de 2011 el gobierno mexicano lanzó el programa "Vivir en el centro", como una respuesta a la emigración de más de 70 mil personas que fueron abandonando progresivamente el corazón del DF tras el terremoto del 85 en busca de lugares más seguros y a prueba de sismos. La idea es que la gente más joven vuelva a encantarse con esta zona y por eso se tomaron una serie de medidas para incentivar la oferta inmobiliaria en la zona, lo que ha traído de a poco un aire más bohemio y derechamente cool.
Así algunas vecindades han sido beneficiadas, producto de los bajos precios en que se ofrecen, de un verdadero "lifting" que las ha dejado como un lugar apetecido para vivir, con espacios grandes, techos altos que le dan un aspecto de loft y el plus de ese aire histórico que siempre es bienvenido por los cazadores de tendencias.
Esto ha dado una última opción de supervivencia a las vecindades del DF, en donde cada vez será más difícil encontrar personajes parecidos a los que Chespirito puso en el mapa latino y mundial. Porque, inevitablemente, estas comunidades tienen hoy sólo dos opciones: reinventarse o morir.
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