Encallado en Llolleo




A pesar de que el viento los hace tambalear, los siete integrantes de la familia Vera González corren ansiosos hacia la orilla del mar. Sonríen, emocionados, al ver el Ocean Breeze, el buque varado a 500 metros de la orilla de la playa de Llolleo, un pueblo de pescadores ubicado a cuatro kilómetros del puerto de San Antonio y a una hora y media de Santiago.

Todos sacan sus celulares y comienzan a tomar fotos.

-¿Estás seguro de que se ve bien el barco? -pregunta la hija de Héctor Vera, el jefe de familia.

-Da lo mismo, se va a ver igual.

El Ocean Breeze, de 180 metros de largo y 32 de ancho, fue construido hace seis años y tiene bandera de Hong Kong. Venía desde Arica con dirección al Puerto Panul, en San Antonio. Cargaba 36 toneladas de soya y maíz. Quedó encallado ahí, inmóvil, el 16 de agosto.

Desde ese día, alrededor de 100 personas en promedio vienen a verlo los fines de semana. Desde San Antonio y Santo Domingo también se puede divisar. El Ocean Breeze se convirtió en una especie de faro, un accidente no natural: un monumento grotesco y desafortunado que mira a Lloleo.

Juan Castro dice que fue el primero en ver el barco. La mañana del 16 de agosto llegó a la playa para ir a pescar y vio una enorme nave que se tambaleaba cada vez más hacia a la orilla de la playa. "Fue como una película. El barco se balanceaba, las olas de nueve metros chocaban contra él y parecía que se iba a desplomar", recuerda.

Eran las 7.30 de la mañana y Juan decidió ir a su casa. Como no usa celular, no le avisó a nadie lo que había visto, hasta que media hora después un vecino tocó la puerta de su casa.

-Quedó la grande. Otro barco se varó -le dijo su amigo a Juan.

En septiembre de 1997, North Island, un carguero de bandera cubana, también quedó varado en la playa de Llolleo. Al segundo día de estar encallado, el barco se partió por la mitad y la gente recogió los restos del barco. Pero con el Ocean Breeze, la situación es distinta.

"Los pescadores artesanales somos los más afectados por lo que pasó", afirma Roberto Machuca, dirigente del Sindicato de Pescadores de Boca del Maipo. "No nos podemos acercar a 100 metros alrededor del barco; dicen que es por seguridad, para evitar robos. Tenemos que esperar cuatro meses más para volver a trabajar con normalidad".

La Armada determinó que ByM, empresa encargada del buque, tiene hasta marzo para retirar el barco.

El día en que el Ocean Breeze se varó en la playa de Llolleo, cerca de 200 personas fueron a mirar qué sucedía. El rescate de los 24 tripulantes -ciudadanos japoneses, de Myanmar y filipinos- fue por helicóptero. Los trasladaron al Hospital Claudio Vicuña de San Antonio y luego a un hotel de ese puerto. Todos abandonaron Chile y se fueron a sus países. Actualmente en el barco trabajan nueve personas de la empresa Nippon Salvage. La mayoría son japoneses. El cocinero a bordo es chileno.

La mañana en que el barco llegó a la playa, Víctor Bravo estaba en la terraza de su casa. Le avisó a su esposa y se quedaron mirando por un rato. Ambos viven en el sector más alto y alejado de Llolleo, pero el barco se ve igual de gigante y cerca: como si lo pudieran tocar.

"Después de una hora, comenzaron a llegar autos y personas a mi calle, que siempre está vacía. No había espacio dónde estacionarse. El buque varado es lo más importante que le ha pasado al pueblo en mucho tiempo".

Al día siguiente del accidente, un hombre llevó a la playa fotos impresas con el mensaje "Buque varado en Llolleo". Logró vender siete a $ 1000 cada una.

Son las 4 de la tarde del primer sábado de noviembre. Las personas comienzan a llegar en una caravana de autos que se estacionan bien lejos de la playa, porque no está autorizado su ingreso. La encargada de cuidar los autos, Luisa, les presta binoculares a los turistas para que vean aún más cerca detalles de la cubierta del barco, y espera una propina.

Una vendedora de helados ofrece "chocofrunas" a medio congelar, mientras el barco se refleja en el agua quieta que llega a la playa. "La novedad para nosotros ya fue, no tiene mayor gracia ver ese barco que nos invade", afirma Milko Caracciolo, pescador artesanal de 32 años. "Lo único positivo de esto es que ahora la gente sabe que la playa de Llolleo aún existe. Activó el atractivo turístico, desde el morbo, para ver un barco muerto".

Milko se sube a su bicicleta y comienza a andar por la playa. Una familia espera que pase, para que no aparezca en la foto del buque. S

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