Epica y política: Kirk Douglas recrea la filmación de Espartaco
<P>Protagonista y productor del filme de 1960 publica un libro sobre el rodaje.</P>
Un grupo de esclavos abatidos, tomados prisioneros tras sucumbir ante las fuerzas romanas, escucha en silencio un comunicado de los vencedores: la vida les será perdonada a todos si alguno identifica, vivo o muerto, a Espartaco, responsable de la revuelta contra la República. El líder de los insurrectos, encarnado por Kirk Douglas, se pone de pie, dispuesto a entregarse. Pero antes de que logre decir nada, su compañero más cercano, Antoninus (Tony Curtis), se para junto a él, diciendo: "¡Yo soy Espartaco!". Y al lado de ellos, otro hace lo mismo. Al final, casi todos se paran, ante el rostro desencajado de Craso (Laurence Olivier), el comandante romano victorioso. Y una lágrima rueda por la mejilla izquierda del cabecilla.
Cualquiera que haya visto Espartaco (1960) debe recordar la escena, modélica en su retrato del arrojo y la solidaridad en momentos aciagos. Y el propio Douglas, protagonista y productor del filme, le encontraría un nuevo uso medio siglo más tarde. A los 95 años lanza ¡I am Spartacus!: Making a film, breaking the blacklist. Un título elocuente en su voluntad de contar cómo se hizo una de las películas que más lustre dio a la carrera de Douglas.
El nombre no es casualidad: el libro es también y ante todo, un reporte del desafío planteado por el largometraje a las "listas negras" instauradas en la industria a partir de 1947. En virtud de éstas, a su vez gatilladas por la "caza de brujas" del senador Joseph McCarthy, artistas y técnicos sospechosos de militancia o simpatías comunistas habían quedado sin tra- bajo o debieron funcionar con seudónimos. Espartaco le permitió a uno de ellos, Dalton Trumbo, volver a la gran pantalla con su nombre. Y Douglas, que considera este episodio el más arrojado de su existencia, lo cuenta con épica (además de incluir un prólogo de George Clooney en esta línea). Pero hay quienes le bajan la espuma a ese chocolate.
"Todo estaba en contra"
Douglas ya tenía práctica produciendo filmes cuando compró los derechos del libro de Fast. "Todo estaba contra nosotros", anota en su reciente volumen: otro filme sobre el esclavo rebelde estaba en preparación, con Yul Brynner en el protagónico y ningún estudio quiso meterse con su proyecto, excepto Universal. Los ejecutivos querían ver el guión, pero lo que había escrito el propio Fast no convencía a Douglas. Fue entonces que telefoneó a Trumbo.
Hasta 1947, Trumbo era uno de los guionistas más solicitados de Hollywood. Pero ese año fue citado a comparecer a las audiencias parlamentarias, que investigaban una "infiltración comunista en la industria del cine". Fue uno de los "Diez de Hollywood" que se negaron a divulgar su pertenencia política y fueron encarcelados por desacato al Congreso de EE.UU. Su nombre pasó a integrar las listas negras de los estudios.
Con "Sam Jackson" como nombre postizo, entregó un guión donde Espartaco era, al decir de Douglas, "un hombre de carne y hueso, con corazón, alma y cerebro". Ya en el set, el protagonista y productor despidió al director original, Anthony Mann, y contrató al joven Stanley Kubrick. Sin embargo, el futuro realizador de 2001 reescribía constantemente el guión, lo que enfureció a Trumbo, quien presentó la renuncia.
Ahí fue cuando Douglas le ofreció poner su verdadero nombre en los créditos del filme. Ello terminó ocurriendo, pese al temor de Universal de que se dijera que el guionista estaba tratando de "fomentar una revolución en EE.UU.". Y a pesar de las protestas de la conservadora Legión Americana.
Así se terminaron las listas negras, dice Douglas, y así le fue reconocido por el gremio de guionistas, que lo homenajeó en 1991. Pero hay quien cuestiona esta versión. Por de pronto, un artículo de The Atlantic entrega evidencia en sentido contrario: ya antes de Espartaco, Douglas usaba guionistas de las listas negras en sus producciones; en 1959 la revista Time comentaba el ocaso de la blacklist, y casi un año antes del filme de Kubrick, el director Otto Preminger anunciaba a la prensa que incluiría a Trumbo en los créditos de Exodo.
El artículo, que incluye cartas del propio Trumbo, así como del productor Edward Lewis, sugiere que las infames listas no se terminaron de un tirón por Espartaco -hubo, de hecho, creadores proscritos que siguieron por años usando seudónimos- y que si hubo una maniobra audaz, no sólo Douglas debe llevarse el crédito.
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