Furor épico: autor del libro Prat analiza la película La Esmeralda 1879

<P>Para Patricio Jara, la recién estrenada cinta sobre el Combate Naval de Iquique es un trabajo que apuesta todas sus fichas a erigir, por sobre la figura individual de Arturo Prat, una épica colectiva como hasta ahora no se había hecho. Así, Elías Llanos, su director, sacrifica la didáctica biográfica del héroe en beneficio de una tragedia coral.</P>




Toda epopeya se transforma, al final, en un asunto de proporciones. Ante la solemnidad del relato aprendido y glorificado, a la sombra de los héroes convertidos en estatuas de bronce y billetes satinados, de pronto se prefigura la gesta a tamaño real, en escala uno a uno y, con ello, el vértigo.

En cualquier caso, lo sabemos, el desafío por recrear los acontecimientos de Iquique, hace 131 años, es enorme, pues no se lidia únicamente con que el relato original calce con aquello que nos enseñaron en el colegio ni por ejercer un libre derecho a la interpretación; se lucha, también, contra algo aún más enraizado y acaso más temible que los humos del Huáscar asomando en el horizonte: aquella suerte de policía histórica que se encarga de custodiar celosamente a este santo secular, y bastante progresista, por lo demás, que fue Agustín Arturo Prat Chacón.

No se olvide: Prat, como otros oficiales que hubo ese día en la Esmeralda, no sólo simpatizaba con los postulados de Vicuña Mackenna, entonces opositor al gobierno de turno; también sus ideas sociales estaban marcadas por su alta preparación intelectual. Prat leía, pensaba, hacía clases gratuitas en una escuela de obreros y marcó un hito dentro de la Armada al lograr que la vida privada de los marinos estuviese fuera del alcance del uniforme, como lo hizo al defender con éxito ante un tribunal al teniente Uribe, a quien sus superiores cuestionaron la idoneidad de la mujer con la que se había casado.

Allí están las ideas de avanzada del héroe y no, como se ha hecho ver, casi como dato freak, en sus prácticas espiritistas, pues éstas fueron un modo desesperado de comunicarse con su primera hija, a quien no vio nacer ni tampoco morir, nueve meses después. Si Prat buscó refugio aquí fue por la profunda culpa que cargaba al no estar cuando su mujer lo necesitó.

Pero lejos de ese fogón donde hierven los caldos patrioteros (y donde quien demuestre más erudición sobre la Guerra del Pacífico es, también, el mejor chileno de la semana), la investigación histórica, la literatura y el cine han sabido abrirse paso con decisión en estos asuntos; y, en el caso preciso del filme La Esmeralda 1879, éste se ha valido de un trabajo que, sin despegarse de las bases reales, apuesta todas sus fichas a erigir, por sobre la figura individual de Prat, una épica colectiva como hasta ahora no se había hecho. Elías Llanos, su director, sacrifica la didáctica biográfica del héroe en beneficio de una tragedia coral y se gasta 12 millones de dólares en construir un mundo más que en explicarlo.

Hace dos veranos, luego de terminar el primer borrador de mi novela Prat (Bruguera, 2009), deambulé unos días por las playas, museos y barrios históricos de Iquique tratando de saber en qué me había equivocado y qué pasé por alto antes de entregar la versión final. Entonces tuve la oportunidad de ver de cerca las embarcaciones construidas especialmente para esta película. Como también, tiempo antes, había visto al Huáscar real meciéndose como un cetáceo envenenado en las cochambrosas aguas de Talcahuano.

En ambos casos, el contraste entre lo que hay en nuestro imaginario y lo que tenemos delante es notable y acaso fundamental para animarnos, tanto con ésta como con cualquier obra que reconstruya la matanza de aquel 21 de mayo y las muchas otras que hubo en la Guerra del Pacífico: siempre nos quedaremos cortos, nunca habrá una manera de reflejar las dimensiones de una épica de este calibre, no por la impericia de nuestros creadores, sino por el carácter de divinidad nacional que la preserva. Pudimos aceptar representaciones chuscas del padre Hurtado y de Teresa de Los Andes, pero con Prat nos cuesta más.

El sobreviviente

Desde la figura del entonces grumete Wenceslao Vargas, de 17 años, el último de los 57 marineros que sobrevivió al combate, la película de Elías Llanos se articula a partir de la vivencia de los testigos. Es, en definitiva, el recuerdo de un hombre que 60 años después del combate vuelve a la Escuela Naval dispuesto a compartir con un grupo de escolares sus vivencias épicas. Aquel detalle, a decir verdad, es bastante más que una solución argumental para anclar el relato y cobra sentido en una de las escenas iniciales, cuando Vargas, ya viejo y cansando, se topa con el busto de Prat inmortalizado sobre un pedestal a la entrada del cuartel. Ese momento (el veterano contemplando la figura de su comandante) marca la pauta y presenta la película como una narración en la cual la tripulación de la Esmeralda puede ser vista como un solo personaje.

Aquello se corrobora en la escena previa al inicio de los más de 20 minutos de carnicería hiperrealista que ofrece el final de la película, cuando tras la famosa arenga de Prat (construida a partir del recuerdo de al menos cuatro marineros), el grito de júbilo, el furor épico previo al primer cañonazo, se multiplica en cada uno de los miembros de la tripulación, desde los grumetes más humildes hasta el más pintado de los oficiales.

Dejando a los expertos las consideraciones más detalladas, llama la atención que para la comisaría del Consejo de Calificación Cinematográfica esta película no sea, al menos hasta hoy, "de valor educativo". Sobre todo porque su guión recrea con certeza diálogos notables y escenas que sólo se hallan en la correspondencia de los sobrevivientes enviadas a Chile mientras estaban prisioneros en Iquique. Hay frases, línea a línea, que vienen de primera mano y por sí solas constituyen un aporte a la hora de entender cómo diablos fueron las cosas en la Esmeralda aquel día.

El valor de esta cinta, cuyo director es bisnieto de Eduardo Llanos, el español que evitó que los cuerpos de Prat y Serrano fuesen lanzados a la fosa común, está en llevarnos de las mechas a la cubierta de la Esmeralda y en hacerse cargo del prócer desde el modo en que se relaciona con su tripulación y enfrentan juntos el calvario. La decisión de lanzarse al abordaje fue siempre una estrategia ensayada, un plan colectivo, y si bien fracasó por la fuerza de las circunstancias, nos dejó a cambio una de nuestras más inagotables leyendas.

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