Germán Marín, escritor: "Me dijo: 'Tú pones la letra y yo pongo la música'"
<P>En 1975, en México, el narrador chileno ofició de ghostwriter del autor de <I>La hojarasca</I>: escribió por él prólogos y respondió entrevistas.</P>
En un almuerzo informal, Gabriel García Márquez le pidió a Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende, una ayuda: necesitaba a un colaborador. Podía ser un periodista, quizás un escritor, pero el mayor requisito era que fuera fiel. Y silencioso. Estaban en Ciudad de México, corría 1975. La Tencha hizo sus consultas y consiguió un nombre: Germán Marín. El escritor y editor chileno, instalado en suelo mexicano tras el golpe de 1973, recibió pocos días después la visita en su casa del autor de Cien años de soledad: Gabo necesitaba un ghostwriter, es decir, alguien que escribiera por él.
El escritor recién había publicado El otoño del patriarca y era, sin dudas, una celebridad literaria. Cuando se apareció por la casa de Marín, su familia le abrió la puerta como si lo hiciera ante una estrella de rock. El mismo lo recibió con admiración: lo leía desde los 60 y, como todos, quedó con la boca abierta al leer Cien años de soledad.
"Llegó esa tarde a mi casa, era muy simpático, amable y cariñoso. Habló con mis hijos. Y luego fuimos al tema: él recibía muchas entrevistas por escrito, solicitudes de textos, prólogos, etc. No le gustaba no contestar. A todos les decía que sí. Necesitaba alguien que lo hiciera por él. 'Quiero que tú me ayudes', me dijo. 'Tú conoces mi obra, ¿verdad?', me preguntó. Claro que la conocía", recuerda Marín. Entonces, García Márquez acordó el sistema de trabajo: "Tu escribes, yo corrijo. Tu pones la letra y yo pongo la música".
Por esos días, Marín trabajaba en el departamento editorial del diario Excelsior. Alrededor de las 4 de la tarde, estaba libre. Entonces, trabajaba en los encargos de García Márquez. "Respondí cuestionarios. Me acuerdo de preguntas para revistas italianas. También algunos prólogos para catálogos artísticos y libros", cuenta.
Entre estos últimos, Marín tiene en la memoria el texto que escribió para un catálogo de una gran exposición del Museo de la Resistencia, que se realizó en el Zocalo del D.F., con obras de autores latinoamericanos contemporáneos, incluido Roberto Matta. Ni el chileno ni el colombiano vieron los cuadros, apenas unas imágenes. "Leí el prólogo que se publicó, dos años después. Para mi orgullo, me reconocí. Al final, está la impronta de Gabo. Quedó muy bonito", relata Marín.
En lugar de un sueldo fijo, acordaron que García Márquez pagaría por trabajos. "Después de cada tres o cuatro cosas, me liquidaba: sacaba billetes del bolsillo y me pagaba", recuerda Marín, que en una de sus visitas a la casa del escritor lo encontró con lentes oscuros: su amigo Mario Vargas Llosa le había dado un puñetazo. "Se lamentaba mucho, sobre todo por cómo se había roto esa amistad, que era muy estrecha. Habían sido vecinos en Barcelona. Eso me lo dijo. Estaba muy adolorido", dice el chileno.
En 1976, tras la muerte de Franco, Marín y su familia dejaron México y se instalaron en Barcelona. Ahí se terminó la relación con García Márquez. Sin embargo, Gabo, vía su agente Carmen Balcells, le pidió uno o dos discursos para políticos chilenos. Marín no siempre dijo que sí. Nunca más volvió a ver al autor La hojarasca.
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