Gumucio: "Mi abuela es parte de una aristocracia que fracasó"
<P>Exiliada y cortejada por Donoso, Marta Rivas fue una magnética figura de la clase alta del siglo XX. Rafael Gumucio le dedica su nuevo libro.</P>
A inicios de los 90, José Donoso llegó al taller literario de Antonio Skármeta rastreando sangre nueva: buscaba alumnos para su propio taller. Encontró algunos, desechó a otros. A uno lo vetó por razones personales, Rafael Gumucio. El futuro autor de Memorias prematuras, con poco más de 20 años, tenía un pecado original: décadas atrás, su abuela, Marta Rivas González, había rechazado una propuesta de matrimonio del autor de Coronación y sabía que era homosexual. Peor, la abuela de Gumucio había operado en su estilo de siempre. "Todos sabían que sus secretos estaban cualquier cosa menos a salvo en sus manos. Era una fábrica de infinitos reciclajes de leyendas", escribe su nieto.
Criada entre Santiago, París, Constantinopla y Roma, Marta Rivas fue una magnética figura de la clase alta chilena del siglo XX, capaz de conquistar tanto a las socialités de su época como a escritores del peso de Manuel Rojas. Exiliada dos veces -primero junto a su padre, el político Manuel Rivas Vicuña, durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, y luego con su esposo, el senador Rafael Gumucio, tras el Golpe de 1973-, fue la mujer que impulsó al autor de La deuda a ser escritor.
Figura central en la educación literaria -le dio a leer a Proust- y sentimental -le contó de sus malos amantes- de Gumucio, desde hace años el escritor intentaba retratarla: ella misma tachó varios párrafos de las páginas que le dedicó en Memorias prematuras, luego se tomó un capítulo de su reedición de Historia personal de Chile, y después fue encarnada por Delfina Guzmán en la obra de teatro La grabación, estrenada en octubre. Ahora tiene un libro entero para ella: Mi abuela, Marta Rivas González.
"Creo que hay muchas cosas que dice este libro que no le habrían gustado. Pero su destino era literario", dice Gumucio, que llegó a éste tras varios manuscritos fallidos. También tras una "crisis vocacional", desatada por las malas críticas a La deuda (2009): en los últimos años desechó cuatro novelas, incómodo en los códigos de la ficción. Se lo había dicho su abuela, la memoria era su género. "Mi abuela me dejaba ser escritor a condición de que contara mi vida y sólo mi vida", relata en el libro.
Además de narrar la intensa relación que mantuvo con ella, en Mi abuela... Gumucio perfila una mujer que encarna las transformaciones y contradicciones políticas de la oligarquía chilena. "De alguna forma, Carlos Larraín es un heredero de mi abuela, igual que su nieto Marco Enríquez-Ominami", dice. Y agrega: "Ella es parte de una idea de un Chile que fracasa, de una aristocracia que fracasó. Pero hay cosas que duran: lo único que perdura de la UP, para mi gusto, es lo que mi abuela veía en ella, un proceso de transformación de Chile en Europa, con educación y salud pública para todos, y que todos seamos más iguales".
Autora de un ensayo sobre Proust, pintora, profesora memorialista y amiga de escritores como García Márquez, la avasalladora Marta Rivas incluso logra opacar a su nieto. Sí, Mi abuela... es una memoria biográfica, pero también es un homenaje. "Mi necesidad bulímica de aparecer o de convencer se tragaba mis libros. Creo que esta es la primera vez que logré el acto de humildad de usarme a mí mismo para que otra persone brille", dice.
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