Günter Wallraff, el periodista que cambia de identidad según la ocasión

<P>En su nuevo libro se introduce en el mundo de los call centers y las grandes empresas.</P>




Provisto de un disfraz, Günter Wallraff (1942) parece imparable. Transgrediendo todo tipo de normas, este periodista de investigación, que empezó su oficio en 1966, es capaz de sacar de quicio a cualquiera. En este libro, famosas son sus transformaciones, que van desde un africano que comprueba en carne propia el racismo y la falta de tolerancia en ciertos sectores de Colonia, una ciudad que se jacta de ser abierta a todo tipo de prejuicios. Con una peluca y la piel teñida, Wallraff interpreta a un somalí que recorre la ciudad también para hacer un documental sobre la discriminación por su color de piel al intentar arrendar un departamento.

Proveniente de una familia de clase trabajadora y huérfano de padre a los 16 años, Wallraff en sus inicios de estudiante se motivó por la literatura, la que, incluso, lo llevó a enviar un poema de su autoría al destacado literato alemán Heinrich Böll. Más tarde, en 1963, fue encerrado en un hospital psiquiátrico militar, después de declarar objeción de conciencia en el Ejército. Allí le decretaron que poseía una peligrosa personalidad anormal. Como terapia, escribía en una libreta de notas sus experiencias en la institución, las que posteriormente publicó con éxito. Esa fue la semilla que marcaría una vida dedicada a los abusos laborales y las denuncias.

En Con los perdedores del mejor de los mundos, el periodista alemán mantiene el espíritu de Hans Esser, el alias con el que se infiltró en la redacción del Bild-Zeitung, el diario de mayor tiraje en Alemania, para denunciar la falta de escrúpulos en el manejo de la información. También hay aquí algo del compromiso de Cabeza de turco, reportaje escrito en los años 80, donde desenmascara la miserable vida de los trabajadores extranjeros. En Wallraff todo es extremo, y por eso no duda en hacerse pasar por otro para obtener información y acercarse libremente a las fuentes de las pequeñas y grandes empresas.

Al recorrer las páginas del libro, no queda duda de que las discriminaciones y abusos en Alemania no son muy distintos a los que ocurren en el resto del mundo. Sus denuncias sobre problemas en los albergues de los indigentes, las malas condiciones de trabajo de una importante cafetería transnacional y el trato ilegal de call centers y restaurantes, entre otros, forman parte de una búsqueda un tanto solitaria en un país donde, según él, a pesar de los vientos de cambio, apertura y aires democráticos, se siguen permitiendo el engaño y la explotación.

Espía de la Stasi

Catalogado de indeseable numerosas veces, Wallraff ha estado preso otras tantas y ha sido acusado de usar métodos ilícitos de investigación encubierta. Varios documentos revelan que, desde Alemania occidental, el periodista entregó información a la desaparecida República Democrática Alemana (RDA), entre 1968 y 1971. Su nombre de combate era "Wagner" y estaba clasificado como fuente "A", lo que significa que espiaba a otras personas para luego entregar información sobre ellos. Uno de los archivos de la Stasi, de 1976, señala: "En abril de 1968 hubo una oportunidad y se habló directamente con Wagner para pedirle cooperación con el servicio de información de la RDA. Su trabajo hasta diciembre de 1971 tuvo como misión central el envío de partes."

A partir de 1972, según los documentos desclasificados, Wallraff quedó fuera de la organización por "su conducta y comportamiento anarquista". En 1973 se le consideró en un texto "no digno de confianza, por ser inconstante y olvidadizo". Para Marianne Birthler, directora de la oficina que recupera y analiza los archivos de la Stasi, los documentos que mencionan a Wallraff son verdaderos. Fue entre ficheros y fotos de las Actas de Rosenholz, un cargamento de material de la Stasi que conservó el gobierno de Estados Unidos hasta mediados de 2003, en donde se encontró el nombre de Wallraff, sobre quien ya pesaban rumores de colaboración con el espionaje oriental. Al respecto, el implicado lo niega todo, señalando: "Nunca asumí obligación alguna en mis contactos con funcionarios del Este. Y tampoco entregué informes o documentos".

Al final de Con los perdedores del mejor de los mundos, el periodista se disculpa por no haber estado personalmente en algunos de los lugares donde desarrolló sus investigaciones. "Hace 40 años, cuando empecé a hacer este trabajo, no sólo yo, sino tal vez la mayoría, esperábamos avanzar hacia un mundo más justo. Con mis reportajes y mis libros todavía quiero contribuir a que este proceso siga adelante", señala, indicando que en los últimos años se han vivido muchos retrocesos y ha aumentado la desprotección.

Polémico, persona non grata o espía, Wallraff, maestro del disfraz y las caretas, no deja a nadie indiferente. Ayudar a algunos lo motiva a desfigurarse para vivir la vida de los otros. Inevitablemente, su obra demuestra que a lo largo de su carrera ha estado siempre lejos, sumergido en el personaje que ha construido sobre sí mismo, condenado, por elección propia, a estar en el otro lado: en la peor parte "del mejor de los mundos".

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.