"Ha habido un aprovechamiento la historia del taller de Lo Curro"

<P>La ex esposa de Michael Townley era la discípula más promisoria de Enrique Lafourcade en los 70. </P>




La puerta está abierta. La pequeña sala del departamento está vacía. Se oyen voces de un programa de radio. Mariana Callejas aparece desde la cocina. Es más menuda y mayor que las imágenes que se conocen de ella. Por toda la sala se ven fotos de niños. Son sus nietos. "¿Has escuchado este programa?", pregunta y regresa a la cocina. "Es Checho Hirane. Lo escucho siempre". Mariana Callejas vuelve con café y sándwiches. Es una escena tan doméstica, difícil de conciliar con la imagen de la ex agente de la Dina, ex esposa de Michael Townley, el hombre que fabricó la bomba que mató a Orlando Letelier en Washington. "¿Cuánto de azúcar?".

En julio, la Corte Suprema la condenó como cómplice del asesinato del general Carlos Prats en Argentina. Cumple cinco años de libertad vigilada. En el edificio donde vive, en Providencia, nadie conoce su identidad. Eso le acomoda. Por eso no quiere fotos. Prefiere la tranquilidad del anonimato.

Sus hijos la visitan a menudo. La mayoría de sus amigos, en cambio, se alejó. El escritor Carlos Iturra ha sido uno de los más fieles. "Pero nos vemos poco, hablamos más por teléfono".

Iturra era uno de los invitados a las veladas literarias que en los 70 hacía en su casa en Lo Curro. Carlos Franz y Gonzalo Contreras eran otros habituales. Se habían conocido en un taller de Enrique Lafourcade. El autor de Palomita Blanca asistió algunas veces y un día llegó con Nicanor Parra.

Mariana Callejas era la escritora más promisoria del grupo. Una mujer cosmopolita. Nacida en La Serena, había vivido en un kibutz en Israel; luego se trasladó a Nueva York, donde frecuentaba el Greenwich Village, y marchó contra la Guerra de Vietnam en Miami, ya casada con Townley. Fue opositora a la UP, se unió a Patria y Libertad, y en 1974 ingresó a la Dina.

Lo Curro tenía dobles funciones: en el tercer piso, eran las reuniones literarias y las fiestas con música de Barry White o Fiebre de sábado por la noche. Abajo, Townley tenía su taller. Luego Eugenio Berríos instalaría un laboratorio para desarrollar gas sarín.

En la radio suena ahora Tom Waits. Mariana Callejas no quiere hablar de su condena ni de política. Pero es inevitable: el taller de Lo Curro es una leyenda negra en la literatura chilena. Pedro Lemebel la relató en una de sus crónicas. Roberto Bolaño le dedicó una novela, Nocturno de Chile. Ninguno de ellos estuvo allí. Casi 30 años después, Carlos Iturra dio una versión favorable en el cuento Caída en desgracia. "No entiendo la obsesión de Lemebel conmigo. No lo conozco. Pero escribe bien", dice. "Se han dicho tantas cosas. Que había mozos que repartían whisky y montañas de churrascos, según Contreras. O que los espiaba, como si a la Dina les interesaran. Que en el subterráneo se torturaba, pero esa casa no tenía subterráneo".

El futuro literario de Mariana Callejas entonces parecía esplendoroso. Lectora de Hemingway y John Le Carré, en 1975 ganó el concurso de cuentos de El Mercurio con ¿Conoció Ud. a Bobby Ackerman? Lafourcade la consideraba "una escritora químicamente pura" y la invitó a una cena homenaje a Jorge Luis Borges. Pero en 1978, con la extradición de Townley a EEUU por el caso Letelier, quedó expuesta. Y a la deriva.

Su último libro es una autoedición, Nuevos cuentos (2007), tal como el primero, Larga noche (1981), hoy inencontrable. Sus relatos "representan una cumbre solitaria, aislada, quizá brumosa" en la literatura local, dice Iturra. No exagera: Callejas es autora de una prosa elegante y de gran poder emocional. Pero secreta.

¿Qué libros la marcaron?

El libro que cambió mi vida y me indujo a -por lo menos- pensar y desear escribir es El extranjero, de Albert Camus. También La peste, que he leído un sinnúmero de veces y siempre me emociona. Me identifico con l'étranger y puedo ponerme en el sitio del Dr. Rieux en La peste. Extrañamente, no logro identificarme con mujeres. Debo ser poco femenina.

¿Cómo comenzó a escribir?

Se me ocurrió escribir en EEUU. Vivía la vida típica de la dueña de casa norteamericana, en Florida, cerca de la Universidad de Miami. Creo que empecé a escribir como una manera de integrarme a la gente más seria, a los intelectuales que había conocido años antes en Nueva York. Entré a un taller literario en la Universidad de Miami. Fue entonces cuando escribí mi primer cuento y el profesor lo encontró bastante aceptable. Se trata de un cazador nazi que busca a un hombre en el sur-sur de Sudamérica. No volví a escribir hasta un par de años después, en el taller de Enrique Lafourcade.

¿Hay aspectos de su vida en sus relatos? Muchos de sus personajes son tipos solitarios y con heridas emocionales.

Mis cuentos neoyorquinos son ficcionalizaciones. Los personajes existen o existieron y los conocí. Y pensé que debían ser conocidos. Si aún viven, algunos de ellos deben sufrir las mismas carencias afectivas.

La muerte está muy presente en Nuevos cuentos. ¿Cuál su interés en el tema?

Me produce gran curiosidad. Qué pena que uno se muera una sola vez.

¿Tiene contacto con escritores chilenos?

Sólo con dos valientes. A Carlos Iturra y a Fernando Emmerich los leo.

¿Se ha sentido discriminada?

Sí, pero me consuelo fácilmente porque valen más los que no discriminan.

Un editor estuvo a punto de publicarla...

La editorial Zig-Zag casi me publica. Desistieron. El asunto político es muy fuerte. Después le envié el libro a Pablo Dittborn (Random House). Nunca me respondió.

¿Leyó Noctuno de Chile de Bolaño?

Leí parte de Nocturno de Chile en la cárcel (estuvo en el CDF en 2003). Escribía bien Bolaño, pero su cuento es absolutamente ficción.

¿Qué hay de cierto en las historias sobre el taller de Lo Curro?

Ha habido un aprovechamiento de la historia de Lo Curro por aquellos que no conocieron otros temas, supongo. Inventos, mitos. No me inspira el menor interés escribirlos.

¿Cómo tomó el alejamiento de sus amigos?

Los entiendo, aunque no me parecen muy valientes. En esa época yo tenía a Contreras y a Franz aquí (muestra la palma de la mano). Siempre les traía regalos de mis viajes.

¿Ha pensado escribir la novela de su vida?

No, es demasiado complicada. Empecé un libro de memorias dispersas, quería dedicárselo a mi amigo Bob Borowicz, pero tuvo la desconsideración de morirse el año pasado. Antes de escribirlas debo pensar en mis hijos y nietos. Para ellos, lo mejor de mi vida, tengo que dejar algo que no les produzca algún bochorno.

¿Sigue escribiendo?

Siempre estoy escribiendo algo, tengo mucho material inédito, tal vez algún día pueda publicar nuevamente.

¿Cómo le gustaría ser recordada?

Como alguien que escribió algunos buenos cuentos y por mi hijos como una madre rara pero buena.

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