Habitantes de la ciudad de Fukushima viven en virtual encierro a 60 km de la central nuclear

<P> La falta de bencina y el impedimento de muchos de sus vecinos de poder huir, les da la sensación de haber quedado atrapados.</P>




La carretera que lleva a la ciudad de Fukushima permanece desierta, el silencio interrumpido sólo por las sirenas de camiones de bomberos que cruzan en sentido contrario. Un cartel adornado con flores primaverales invita a entrar en un lugar del que todo el que ha podido ha escapado. Quienes han salido a la calle llevan mascarillas protectoras y esperan bajo el intenso frío en interminables colas frente a los pocos comercios abiertos. "Llevaba dos días encerrado en casa y no tenía nada que comer", dice el anciano Eiki, mientras espera su turno frente al centro comercial Nakago.

Los que siguen en sus hogares permanecen pendientes de los mapas de radiación que la televisión exhibe constantemente, indicando las zonas de mayor riesgo. Fukushima está a 60 kilómetros de la central, fuera del perímetro de 30 kilómetros oficialmente decretado por el gobierno, pero dentro de los 80 kilómetros que recomiendan gobiernos como EE.UU.

Sorprendentemente, se ven más personas y autos en las calles que hace dos días, cuando la ciudad estaba completamente desierta. Los habitantes de esta urbe de 350.000 habitantes tienen la sensación de haber quedado atrapados. No queda una gota de bencina desde hace tres días y la mayoría no podría huir por su cuenta si se produjera una masiva fuga de radiactividad en la zona. Maiko Yusa, que trabaja para la empresa cervecera local Asahi, dice que ha vivido atrincherada en casa de sus padres desde que el terremoto derrumbó su casa. "No aguanto más estar aquí, pero mis padres son mayores y no se quieren ir", se lamenta.

El pabellón del Centro Deportivo Azuma ha sido convertido en un inmenso refugio para quienes han huido de las cercanías de la central nuclear, que tiene cuatro de sus seis reactores fuera de control. Técnicos enfundados en trajes y cubiertos por mascarillas comprueban los niveles de radiación de personas que esperan en disciplinada fila india. Un niño se aferra a las piernas de su madre, mientras el operario recorre el detector por su cuerpo. "¡Limpio!", dice, mientras entregan a la madre un certificado de no contaminación. Esperan su turno adolescentes, mujeres y ancianos, algunos empujados en sillas de ruedas.

Katsuko Mayana fue evacuada el domingo desde Soma, a sólo 13 kilómetros de la planta nuclear dañada. Esta mujer de 64 años y tres hijos es una triple refugiada. El terremoto arrasó su casa, el tsunami la obligó a huir a un albergue y la crisis nuclear la trajo hasta este refugio, donde cerca de 2.000 personas duermen en el suelo de la cancha de básquetbol, los pasillos y las oficinas de una segunda planta. Atrás queda una localidad arrasada en la que las autoridades aseguran que no hay suficientes crematorios para despedir a las víctimas.

"Lo he perdido todo. ¿De dónde viene usted? Dígale a su país que venga a ayudarnos", asegura la mujer, tumbada sobre unas mantas. Un grupo de refugiados se sienta frente a un televisor. La mayoría son ancianos y tienen la mirada perdida, como si hubieran dejado de atender la sucesión de imágenes de explosiones en la central nuclear, pueblos devastados por el tsunami y refugiados que como ellos se hacinan en escuelas y hospitales.

Todo está organizado con precisión japonesa. Los periódicos del día perfectamente colocados sobre una mesa y el centro de información bien atendido. Incluso, los carteles de búsqueda de familiares desaparecidos aparecen pegados en un tablón de anuncios de forma lineal y ordenada. Madres que buscan a hijos. Hijos a padres. Hermanos a hermanos...

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.