Hablar de uno mismo molesta a los demás, pero beneficia

<P>Hasta un 40% de todo lo que hablamos durante el día tiene que ver con nuestros pensamientos u opiniones. ¿La razón? Estimula las áreas de recompensa del cerebro y es una de las claves de la socialización con otros.</P>




Todos conocemos al típico ejemplar: sea cuál sea el tópico de la conversación, siempre termina hablando de sí mismo. De cómo a él le fue ese día en el trabajo o de cómo a él le puede afectar la crisis mundial. Sin embargo, a pesar de que estos personajes existen y casi siempre tratamos de evitarlos, ninguno de nosotros está tan lejos como creemos de aquel irritable comportamiento.

La razón está en los enormes beneficios de esta práctica. Recientemente, neurocientíficos de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, han descubierto por qué las terapias de diván han sido tan exitosas y populares o por qué, cuando tenemos un problema en el trabajo, lo primero que se nos ocurre es tomarnos un trago con el mejor amigo después de la oficina. Hablar sobre nosotros mismos es tan satisfactorio, que nuestro cerebro lo reconoce como algo tan placentero como la comida, el sexo o la acumulación de dinero.

Tan agradable resulta esta práctica, que el mismo estudio comprobó que hasta el 40% de todo lo que hablamos durante el día corresponde a conversaciones acerca de nosotros mismos.

"Revelar cosas de nosotros es extra-gratificante", dice la neurocientífica Diana Tamir, quien condujo el experimento junto a su colega de Harvard, Jason Mitchell. La especialista señala a La Tercera que esta satisfacción sería la razón de por qué "la gente busca oportunidades para revelar cosas de sí misma en cualquier lugar que pueda, lo que incluye las interacciones cara a cara, en las redes sociales, hablándoles a los animales o en la terapia sicológica".

En efecto, este hallazgo podría explicar, en parte, por qué, según investigaciones previas, la sicoterapia, o terapia donde las personas hablan de sus asuntos personales, es capaz de cambiar patrones cerebrales. Un estudio canadiense, por ejemplo, siguió a un grupo que recibió 12 semanas de sicoterapia; en las resonancias magnéticas que se les practicaron luego a estas personas, quedó en evidencia que las conversaciones con el siquiatra habían sido capaces de reducir la actividad en la zona del cerebro relacionada con la ansiedad. Otros estudios, publicados por la Academia Americana de Medicina del Sueño, han probado, incluso, que hablar sobre los problemas puede resultar tremendamente efectivo a la hora de tratar patologías ligadas con el insomnio.

Un rasgo de la evolución

A través de cinco estudios de resonancia magnética, la investigación de Harvard comparó lo que ocurría en el cerebro de las personas cuando hablaban de sí mismas y cuando hablaban de cualquier otra cosa. En el primer caso, los flujos sanguíneos en el cerebro mostraron fuertes aumentos de dopamina en el sistema mesolímbico, asociado con las respuestas a estímulos de gratificación emocional y motivación.

El sicólogo de la Fundación Vínculos, Marco Antonio Campos, señala que la interacción humana implica, innatamente, la relación con otras personas, frente a las cuales siempre tratamos de ser reconocidos. Por eso, dice, "cuando las personas hablan de sí mismas, experimentan una sensación de bienestar que se manifiesta en estas áreas del cerebro -ligadas a la actividad emocional-, al sentir que el otro las está reconociendo como un interlocutor válido".

Adolescentes y mujeres son los más proclives a hablar de sí mismos. Los primeros, porque están en una etapa crucial de confirmación de quiénes son y necesitan validarse frente a los demás. Para ellas, según Paula Sáez, sicóloga y académica de la UDP, porque "desde que nacen, se les potencia mucho más hablar sobre ellas mismas y sobre lo que les pasa. Es por eso que hay una cierta disposición que facilita que las mujeres acudan a terapia en mayor medida o antes que los hombres".

Para Campos, hablar de uno mismo también tiene otras funciones, ya que se convierte en una muestra de confianza que otras personas pueden interpretar como intimidad, credibilidad y seguridad, elementos claves para la supervivencia humana durante toda la evolución. Así también lo explica el investigador y fundador del Centro de Estudios de Neuroeconomía de la Universidad de Claremont, Paul Zak: "Si una criatura social no revela información, otras criaturas podrían dejar de interactuar con ella. Los animales hacen esto con olores y movimientos, pero los humanos lo hacen con el lenguaje. Esto revela cómo nuestro cerebro evolucionó para motivar la socialidad".

Pero el estudio de Harvard no sólo midió la actividad cerebral relacionada con el discurso personal. También realizó una serie de mediciones conductuales para evaluar cómo esto afectaba el comportamiento. En una de ellas, se le ofreció dinero a un grupo de voluntarios a cambio de responder preguntas con tópicos de cualquier tipo, como asuntos relacionados con el presidente Barack Obama. A la inversa, tener la posibilidad de contestar y hablar acerca de sus propias preocupaciones le exigía entregar una parte del dinero ganado a través de este sistema de intercambio. Las preguntas de este test involucraban asuntos cotidianos, como el gusto por el snowboard o los champiñones sobre una pizza. A pesar del incentivo monetario, la gente prefirió con mayor frecuencia hablar sobre sí misma; incluso, se mostró dispuesta a ceder entre 17% y 25% de sus ganancias en el juego con tal de poder revelar información personal.

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