Hanif Kureishi: "Nuestra religión verdadera es el fundamentalismo financiero"

<P> El narrador inglés se refiere a su nueva novela<I> La última palabra</I><B>, s</B>obre un escritor que se parece bastante al Nobel V.S. Naipaul. </P>




"He pasado más tiempo hablando de mis libros que escribiéndolos", dice Hanif Kureishi mientras bebe agua con gas en el bar de un hotel madrileño. No lo dice como una queja, sino porque, afirma, forma parte de su "trabajo". Con su aire de estrella del pop en zapatillas, pasó por Madrid esta primavera durante el evento conocido como La Noche de los Libros. Su última novela, protagonizada por un furioso narrador de origen indio, se titula La última palabra (editorial Anagrama).

El tema de nuestra época es el regreso de la religión como política, dice el protagonista de su último libro. ¿Está de acuerdo?

Sí y no. Yo creo que hay dos: uno es el islam; el otro, la supremacía del neoliberalismo. En España lo saben bien, y en Portugal, y en Grecia. De hecho, en todo Occidente. Cómo vive la gente, dónde duerme, cómo sueña incluso, está marcado por el neoliberalismo. En Reino Unido fuimos pioneros en los ochenta con el thatcherismo. Ahora lo vivimos en todo su esplendor.

¿Y cuál es el papel de la religión?

Algunos están más preocupados por el islam que por nuestra religión verdadera, que ya digo que es el neoliberalismo, el fundamentalismo financiero. Otra cosa es el terrorismo, y otra, la inmigración, que es uno de los efectos del neoliberalismo. Necesitamos buenas ideas no tópicos. Hasta el racismo ha cambiado.

¿Es distinto ahora que en su infancia?

Ahora el racismo está mucho más organizado. Entonces era un fenómeno callejero, ahora Marine Le Pen puede llegar a presidenta de Francia. En el fondo, el racismo se basa en una idea mítica de lo que es un inmigrante. Antes nacía del desprecio hacia el Tercer Mundo, hacia la gente de color. Ahora es fruto de la desesperación de gente que ve que su mundo, sus derechos, su trabajo, su seguridad están siendo destruidos, pero no por la inmigración, sino por el sistema.

¿Se acabó el multiculturalismo?

Es que nunca ha existido. Hemos tenido y tenemos una sociedad monocultural. Solo hay un sistema: el neoliberalismo. Yo no veo otro. Lo que hay es una sociedad multirracial hecha de escoceses, ingleses, irlandeses, paquistaníes y lo que sea, pero dentro del mismo sistema. No parece haber alternativa.

¿No hay alternativa?

Tiene que haberla. Hay muchas formas de capitalismo. Por ejemplo, el sistema en el que yo crecí, basado en los derechos sociales, en un Estado de bienestar fuerte. También teníamos partidos de izquierda… Ya no queda nada. La idea incluso de Estado de bienestar ha quedado arrasada. Vivimos en la precariedad. Mis hijos tienen muchas menos oportunidades de las que yo tuve.

¿En que momento cambió todo?

Con Thatcher. Decía ser una patriota. Quería tanto a Inglaterra que destruyó el sistema público de vivienda, los sindicatos… Reagan lo hizo en Estados Unidos. ¿Resultado? Ahora vivimos en un fundamentalismo financiero. Todo se mide en dinero. En Londres ya no quedan más que dos clases sociales: los ricos y sus sirvientes. Ya casi no hay clase media, no se pueden permitir vivir en la ciudad. Lo curioso es que se trata de una ideología que la gente no ve. Promete mucho -fama, éxito, trabajo incluso-, pero no es más que publicidad. ¿Qué hacemos en cuanto tenemos algo de dinero? Ir de compras.

¿Toda la culpa es del sistema?

Es cierto, pero los que tenían que luchar por los derechos de los débiles se pasaron al otro bando. Tony Blair fue un thatcherista. Ella misma dijo que su mayor éxito había sido Tony Blair. Estaba orgullosa de él.

¿La clase trabajadora se ha vuelto conservadora?

Murdoch tuvo mucha influencia, desplazó a todos los medios de comunicación hacia la derecha. Vivimos un tiempo interesante, pero no tengo mucha esperanza: la precariedad, la vuelta de la religión…

¿Cuál era el papel de la religión en su vida cuando era joven?

Mi padre y sus hermanos hacían chistes. Veían a la gente religiosa como tú puedes ver a un cura. Sabían que eran hipócritas o tontos. Por eso fue un shock, sobre todo en Pakistán, el regreso del islam. Ahora mis primos, con los que me críe, se han vuelto muy religiosos, van a la mezquita.

¿Por qué ellos y no usted?

Porque en el Tercer Mundo había un agujero ideológico. Bueno, no sé si en todo el Tercer Mundo; en Pakistán, seguro. Nunca iban a ser comunistas, así que necesitaban una ideología que les diera una identidad: eran antiamericanos, antiimperialistas. Fue una ideología que funcionaba en las mezquitas y en la calle porque ya eran musulmanes como usted pueda ser católico, socialmente. Solo hubo que politizarlos. Lo vieron como una solución.

¿Va con frecuencia a Pakistán?

Fui el año pasado. Hubo un Pakistán que pudo ser próspero, pero todo está destruido. Ahora todo el mundo lleva pistolas. Es como las películas del Oeste. Las mujeres van siempre cubiertas, tienen miedo. Se ha destruido el espacio público.

Otro tema que se plantea en su nuevo libro es la vuelta de la figura del padre

Es así. Sobre todo en el islam, tienes que obedecer, no hay sentido de la duda o espacio para otras ideas. Es como ver la Fox todo el rato. Pero no es solo autoridad, es sumisión. Eso da a la gente cierto idealismo porque les promete el paraíso. Lo único que tienes que hacer es obedecer, renunciar a la libertad de pensar.

¿Cómo es usted como padre? Soy permisivo y a la vez estricto. Mis hijos pueden hacer lo que quieran, pero tienen que estudiar. No me importa si van a fiestas, tienen relaciones sexuales o se drogan, pero tienen que estudiar y comportarse con educación. Es algo implícito, no hay una regla escrita.

¿¿Leyó usted las novelas de su padre?

Sí, cuando estaba escribiendo Mi oído en su corazón. Son interesantes porque hablan de cómo era crecer en el Imperio Británico. En Bombay los soldados estaban presentes todo el rato. Les tenían miedo. Cuando llegó la II Guerra Mundial se tuvieron que poner del lado de los británicos contra Hitler. No podían ser a la vez anti y probritánicos.

¿Escribió El buda de los suburbios porque sentía que nadie había hablado de ese mundo?

Yo había leído mucha literatura inglesa; también tenía mucha influencia americana: el primer Philip Roth (el de El lamento de Portnoy), tal vez de Bellow. De Salinger sobre todo. Había leído mucho sobre gente de barrio en Estados Unidos y quería escribir sobre un muchacho de barrio, pero en Gran Bretaña: gente que escuchaba música pop y se drogaba. Nunca había leído nada sobre la inmigración en Londres. Bueno, un par de cosas, pero del tipo "cómo el racismo me arruinó la vida". El buda de los suburbios es un libro alegre, optimista. Me divertí mucho escribiéndolo. Tuve que inventarme un tono, pero en eso consiste ser escritor, en inventarte una voz en la que pasa todo lo que piensas.

Luego la fetua contra su amigo Salman Rushdie le llevó a escribir El álbum negro y Mi hijo el fanático. ¿No tuvo miedo?

La fetua me hizo pensar en el islam, el radicalismo, la integración, todo eso. No tuve miedo porque nunca blasfemé. No soy tan tonto.

¿Rushdie lo fue?

No, no, él escribió un buen libro. No como las caricaturas, que sí eran una tontería.

¿Las danesas?

No, las de Charlie Hebdo. Ni siquiera eran graciosas. Salman las defendió, y es cierto que uno tiene que defenderlas, pero nunca me parecieron ni graciosas ni inteligentes. Pero yo defiendo su derecho a dibujar lo que quieran. Blasfemar es un derecho, algo muy importante. Yo nunca lo usaría, pero lo defendería siempre. Odio el autoritarismo religioso que te dice lo que puedes hacer o decir, pero los dibujos de Charlie Hebdo no me gustaron. No por motivos morales, sino estéticos: eran muy feos. Y nada inteligentes, como digo. Una provocación facilona. Pero, insisto, defendería en cualquier sitio su derecho a dibujarlos. Eso no me da miedo.

¿Tampoco teme al escritor V.S. Naipaul?

El escritor que sale en La última palabra se parece a él. Nunca dije que lo fuera o que no lo fuera. Siempre he escrito sobre jóvenes, pero también mis personajes envejecen, ¿no? Ese era un personaje sobre el que me divirtió escribir: un hombre fastidioso, descreído, vanidoso, un loco. Lo iba escribiendo como salía, sin pensar. Me lo pasé muy bien.

Usted ha escrito y dirigido. ¿Cómo se traslada esa visión tan personal a una película?

Es muy difícil. Tú vas con tu visión del mundo y tienes que convencer a un director que tiene que convencer a un productor que tiene que convencer a un banquero. Tienes que saber manejar a toda esa gente manteniendo tu visión del mundo. Hay directores que solo tienen la capacidad de gestión, pero no la visión. Tienes que ser una persona excepcional: Hitchcock, o Scorsese, o Woody Allen, o David Lynch.

¿Cuál fue el libro más duro de escribir?

Intimidad. Tenía que ser a la vez directo y distante. Tenía que escribir sobre mi propia experiencia, sobre lo que me estaba pasando, mi separación, pero tenía que ser un libro. Fue duro. Tenía que escribir cosas que odiaba tener que escribir, cosas que normalmente piensas, pero no dices. El amor, el fin del amor. Sabía que mucha gente iba a odiarlo, pero estoy orgulloso de haberlo escrito. No he vuelto a leerlo.

Hace poco vendió sus manuscritos a la Biblioteca Británica. ¿No releyó sus diarios antes de entregarlos?

No. Había cientos de cuadernos. Siempre llevo uno encima, como una cámara fotográfica: están llenos de ideas instantáneas que hay que atrapar. En alguno está la primera frase de El buda de los suburbios, tal cual: "Me llamo Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi". Se me ocurrió un día y pensé que ahí había algo. En otro están los días en que Salman me iba contando que estaba escribiendo una nueva novela. Era, precisamente, Los versos satánicos. Pero no voy a releer todo eso. Necesitaría otra vida para revisar lo que he escrito en esta. Ni loco. Se estaban pudriendo en mi casa y pensé: que se pudran en la Biblioteca Británica.

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