Heidi, el clásico infantil que se convirtió en el mayor éxito internacional del cine suizo

<P>La próxima semana se estrena la película basada en la popular novela de Johanna Spyri. </P>




Suiza, se sabe, es un país modelo. También es objeto de estereotipos y frases famosas, como la que el personaje de Orson Welles pronuncia en mitad de la trama de El tercer hombre (1949): "En Italia, durante los 30 años de gobierno de los Borgias, hubo guerras, terror, asesinatos y masacres, pero tuvieron a Miguel Angel, a Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, con 500 años de hermandad, democracia y paz, ¿qué han creado? El reloj cucú". La efectiva pero injusta expresión responde a la idílica imagen que el país perpetuó durante siglos y que en el imaginario popular responde, por ejemplo, a los chocolates, la Cruz Roja y un producto televisivo que no fue creado por los suizos, sino por los japoneses: Heidi, la popular serie animada de 1974 basada en el libro emblema de los helvéticos.

A 42 años de aquel animé distribuido en al menos cuatro continentes, Suiza tiene su propia versión de la novela de Johanna Spyri publicada en 1880. El filme dirigido por Alain Gsponer se transformó rápidamente en un fenómeno de taquilla, con una recaudación de 14 millones de dólares en los nueve países donde se estrenó entre fines de diciembre y principios de enero. Es la cifra más alta alcanzada por una película suiza en el mundo y es probable que el éxito tenga mucho que ver con la popularidad de la narración original: Heidi, con más de 50 millones de ejemplares, es la obra más leída en lengua alemana.

El filme se estrena en Chile la próxima semana, y, a diferencia de la serie de Isao Takahata o la clásica película con Shirley Temple de 1937, no busca ser un cuento de niños. Es, más bien, una historia para adultos que puede ser vista por pequeños, pero que no deja de exhibir algo que la novela de Spyri sí enfatizaba: las duras condiciones de vida entre las clases más bajas y los dudosos métodos pedagógicos de la época.

Uno de los aciertos de la producción es la presencia de Bruno Ganz, el más popular y carismático de los actores suizos en el rol del ermitaño abuelo, un hombre que alguna vez se enojó con todo el pueblo, renegó de Dios y se fue a vivir a la montaña. Conocido por ser uno de los actores emblema del Nuevo Cine Alemán (El amigo americano, Nosferatu, Las alas del deseo) y por su imbatible caracterización de Hitler en La caída (2004), Ganz es de alguna manera el centro de gravedad de la cinta, otorgándole un matiz taciturno a su personaje. Una de las características elogiadas por el Süddeutsche Zeitung, el diario de mayor circulación en Alemania, era la capacidad de Ganz para personificar "a través de gestos", sin excesivos parlamentos.

La fortaleza clásica de Heidi siempre fue la relación entre la pequeña y su abuelo, quien paulatinamente va dejando de lado la misantropía gracias al espíritu despierto y entrañable de la niña. En el rol de Heidi, a la que Johanna Spyri describió con un caracetrístico pelo rizado oscuro, se escogió a la actriz infantil Anuk Steffen, una debutante de 11 años ampliamente elogiada en la prensa europea. Su odisea empieza en casa del abuelo y, en el segmento más dramático, sigue en la ciudad, específicamente en Frankfurt. Allá es enviada por su tía para ejercer como niña de compañía de Clara, una muchacha paralítica hija de una familia rica. El contraste entre el mundo salvaje y natural de los Alpes suizos y la ajetreada urbe alemana es aún más evidente en la película de Gsponer, cuya estética y narrativa fue definida por el diario francés Le Monde como "eco-naturalista". La sombría presentación que la película hace de la ciudad fue también enfatizada por el semanario Der Spiegel: "Es un lugar de calles estrechas, maestros duros y casas oscuras".

Los infiernos urbanos y los paraísos naturales siempre lograron evidentes representaciones en dos personajes de la novela de Spyri: la señorita Rottenmeier, la irascible institutriz de Clara, y Pedro, el chico que pastoreaba cabras en los Alpes. En medio de ambos mundos, Heidi era el espíritu indomable que aprendía a leer tarde y que casi enfermaba mortalmente en Frankfurt. Para Johanna Spyri, Heidi también significaba un personaje con el que identificarse: algo asfixiada por el matrimonio, la escritora empezó a publicar recién a los 44 años y no paró nunca más, hasta su muerte a los 74 años con su libro número 31. Casi todas sus obras tenían a mujeres de protagonistas y de una forma u otra se pintaba la naturaleza como el último refugio ante la miseria de las ciudades.

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