Hergé: testigo y reflejo de su era




TODOS QUIENES hemos leído desde la niñez las aventuras de Tintín estamos ansiosos por el estreno de la película de Steven Spielberg. Hoy se acaba la incertidumbre para los seguidores chilenos del joven reportero. Sin embargo, el misterio aún rodea la personalidad del belga Georges Remi, quien, bajo el seudónimo de Hergé, dio vida al personaje en 1929.

Detrás de Tintín está Hergé, fiel reflejo de los tiempos que le tocó vivir. Su historia personal es una metáfora de su época: convulsionada por las luchas ideológicas y la violencia del siglo XX, a la vez que cruzada por los dilemas morales de una generación que creyó liberarse al renegar de su pasado, pero que no pudo encontrar nunca el sosiego que buscó con desesperación. Para asomarse a ella es muy útil ver el documental Tintín y yo, realizado en 2003 sobre la base de una entrevista concedida en 1971 por el artista.

Siendo un joven dibujante, Hergé llegó a trabajar a "Le Vingtième Siècle", diario de Bruselas dirigido por el sacerdote Norbert Wallez. La influencia de éste resultó decisiva: no sólo publicó las historietas de Tintín, sino también fue clave para que Hergé se casara con su secretaria y se formara políticamente como anticomunista, apoyara la causa colonial belga en el Congo y que, durante la ocupación alemana de Bélgica, trabajara en el periódico "Le Soir", controlado por los invasores germanos. Al terminar la guerra, Hergé cayó detenido por colaboracionista, aunque nunca se le presentaron cargos y recuperó la libertad.

Después de la guerra, tal como buena parte de los europeos, Hergé comenzó a entender su pasado como una rémora. "Mi niñez y mi juventud fueron mediocres y no me gusta volver a mirarlas", dijo a su entrevistador. Pasó por crisis profundas. Si al principio se identificaba con Tintín ("el héroe sin faltas ni miedo que me hubiese gustado ser"), es claro que más tarde su alter ego pasó a ser el voluble capitán Haddock, un tipo cascarrabias, torpe y cuyo alcoholismo evidencia su naturaleza falible.

Al igual que muchos de sus contemporáneos, Hergé decidió desembarazarse de su educación católica e interpretó los conceptos morales y religiosos que le fueron traspasados en ella como una carga insoportable. "Durante mucho tiempo estuve oprimido por mi esposa y por el padre Wallez. Pero quería ser libre". Dejó a su mujer, se casó con su ayudante y rompió con lo que denominaba "la rigidez de mi actitud moral y mi espíritu de boy scout". Fue un momento clave. Su sicoanalista le dijo que debía exorcizar los demonios que vivían en su interior: "Tuve que aceptar que no era perfecto".

Pero esta falsa liberación no le trajo paz y su búsqueda continuó. Está reflejada en sus denodados esfuerzos por reencontrarse con Zhang Chongren, un amigo chino con el que perdió contacto en 1937 y con el que se reunió 44 años más tarde. Al recibirlo en el aeropuerto, un emocionado Hergé abrazó a Zhang, quien parecía más confundido que feliz.

Pero ya no le quedaba tiempo: estaba enfermo y seguía sin encontrar la felicidad. Murió en 1983. Su travesía quedó inconclusa, al igual que la nueva aventura de Tintín, que no alcanzó a terminar.

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