Heridos y fatales, el debut literario de Benjamín Labatut

<P> Publica el volumen <I>La Antártica empieza aquí</I>. Un libro cruzado por personajes vapuleados.</P>




A fines de 2009 el chileno Benjamín Labatut ganó el Premio Caza de Letras. Un concurso organizado en México en la modalidad virtuality literario. Es decir, además de un jurado de rigor, los 12 finalistas recibían votos del público a medida que mostraban sus avances. El proyecto de Labatut era un libro de cuentos titulado La Antártica empieza aquí y circuló restringidamente en una edición de la Unam y Alfaguara.

Tres años después, Labatut (Rotterdam, 1980) recuerda la experiencia y precisa algunos detalles, en Chile lo primero que se dijo fue que un escritor chileno había ganado un reality literario. "El libro estaba terminado un año antes del concurso. Tener un manuscrito de al menos 120 páginas era un requisito para participar", explica a propósito de la nueva edición de La Antártica empieza aquí, recién aparecida en Chile.

En este volumen hay un periodista que busca a un escritor con pasado militar y responsable de una fatal expedición a los hielos del sur; una mujer con el cuerpo cubierto de extrañas heridas encerrada en una villa-sanatorio con aires de secta; un entrenador de polo con una infancia que le llenó el cerebro de toxinas y un futbolista que la mala fortuna lo hace prostituirse.

Labatut es un autor con oficio. Tiene una prosa segura para embarcarse en relatos extensos, como el que titula el volumen, o bien piezas pequeñas. En ambos casos, La Antártica empieza aquí cobra sentido como trabajo literario justamente a partir de lo que dice uno de sus protagonistas: "Los buenos escritores -los que yo consideraba buenos escritores- triunfaban en la madurez. La juventud no era para escribir, sino para leer, para viajar, para pasar hambre y frío; la juventud servía para endurecerse, para construir un castillo".

Acá no sólo están las obsesiones de un autor joven, también una estética que hace foco en la degradación humana, y no especialmente como metáfora: sus páginas están cruzadas por personajes físicamente vapuleados.

La soledad y el dolor se manifiestan en la piel, como en el cuento La cura de Ana.

Hay un tema personal: no soy una persona sana, por eso el cuerpo y las enfermedades como el insomnio siempre ocupan un lugar en lo que escribo. Además, creo que la mayoría de las experiencias no se traspasan bien al lenguaje. Hay cosas que sólo conoce el cuerpo y nadie duda que sean las más importantes. El orgasmo, la meditación, la música, el parto, la experiencia sicodélica, el dolor, la risa, la presencia de Dios; todas se resisten al lenguaje y requieren de la experiencia directa. En mi caso, los períodos en que no escribo son algunos de los más intensos e interesantes de mi vida, y no los cambiaría por nada.

En ese sentido, revisó el libro para esta nueva edición.

Lo único importante que cambié fue el apellido de uno de los protagonistas, ya que detrás de ese cuento hay una historia real que incluye cuadros de Hitler en Chile, crímenes de guerra, agentes de la Dina y pilotos de la II Guerra Mundial. Las típicas cosas bizarras que ocurren en este país, donde las raíces del fascismo crecen tan profundo. Ese es uno de los temas sobre los que estoy escribiendo ahora, a veces riendo y a veces temblando.

Hay un tema recurrente en sus cuentos: la fatalidad implacable de ciertas situaciones, como las que vive Constantino, el futbolista chileno que protagoniza Países bajos.

La idea se me ocurrió en un cementerio en Chiloé, mientras viajaba con un amigo gay cuya teoría es que todos los grandes deportistas chilenos son homosexuales. El tono y los detalles los tomé de mi vida en Holanda. Constantino vive en mi calle, trabaja en el sótano donde yo jugaba con mi hermana menor y pasea por los parques donde patinaba en hielo.

El sufre la pesadilla de muchos deportistas (y escritores) que miran a Europa.

Esas anécdotas del fútbol también son reales: no recuerdo a qué jugador chileno en Holanda le sacaron la cresta los propios hinchas de su equipo. Además, conozco personalmente a la mascota de Banfield, que viajó como acompañante de un futbolista a Rusia y se acostaba con prostitutas haciéndose pasar por un miembro lesionado del equipo, el Saturn, que parece que hoy no existe.

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