Hoover en tres tiempos
<P>Esta semana se estrenó en cines chilenos <I>J. Edgar,</I> el filme de Clint Eastwood sobre el controvertido ex director del FBI por 38 años, J. Edgar Hoover. Aquí, en tres extractos de su biografía más completa <I>(J. Edgar Hoover: The man and the secrets,</I> de Curt Gentry), entregamos algunas pistas para entender a uno de los hombres más temidos en los Estados Unidos del siglo pasado. </P>
La casa de los Hoover, una residencia modesta de dos pisos, ubicada en el número 413 de Seward Square, estaba en un conjunto de residencias pertenecientes a burócratas de clase media. Hoover era el último de cuatro hijos nacido en el matrimonio entre Dickerson Naylor y Annie Marie Scheitlin Hoover. Por el lado de su padre, sus raíces eran inglesas y germanas, mientras por el lado de su madre eran suizas. Su padre era jefe de la división de impresos del Instituto Geográfico de Estados Unidos y su único hermano hombre -15 años mayor- se convirtió en inspector general del Servicio de Inspección de Barcos a Vapor.
Pero era el lado familiar de su madre el que más salió a la luz pública en los últimos años de Hoover: lo que él más mencionaba en entrevistas era el hecho de que sus ancestros hayan sido mercenarios suizos y que su tío abuelo John Hitz haya sido el primer cónsul general de Suiza en Estados Unidos.
Sin lugar a dudas, la influencia más grande en la vida de Hoover fue su madre. Incluso los que lo conocieron en sus últimos años de vida, coincidían en que era "un niño de mamá".
Annie Hoover dominaba la casa. Era una mujer baja, gruesa, obsesionada con la etiqueta y los viejos y tradicionales modales de virtud, los que impuso a sus hijos. Su influencia sobre Edgar era particularmente fuerte. Al tener edad suficiente, su hija Lilian pudo casarse y mudarse al campo, mientras su hijo Dickerson Junior, quien también se casó, pudo dejar la casa de su madre para vivir a pocos pasos, en la residencia vecina. Por otro lado, Edgar nunca se casó. Y vivió en la casa de Seward Square hasta el día de la muerte de su madre, cuando Hoover tenía 43 años.
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Considerando su ascenso meteórico, Hoover debería haber sido un hombre feliz. Pero hay razones para creer que no lo era.
El mismo año en que Hoover fue designado asistente del jefe de la Oficina de Investigación, su padre murió de "melancolía". Con su muerte, Hoover se convirtió en el único apoyo y compañero de su madre. Al tener ambos personalidades fuertes, las peleas eran inevitables, aunque desde la perspectiva de las sobrinas -vecinas de Hoover- esas peleas eran en su mayoría para entretenerse. Por ejemplo, apenas J.E. salía en la mañana para su trabajo, su madre bajaba todas las persianas de la casa. En el momento en que él regresaba de noche, pasaba por toda la casa levantándolas. Su sobrina Margaret también recuerda que era "un tirano con la comida". Su desayuno favorito era un huevo a la copa servido sobre una tostada. Si la yema estaba rota, mandaba el huevo de vuelta a la cocina. Incluso si, para sus estándares, el huevo estaba perfecto, apenas lo mascaba una vez y ponía el plato sobre el suelo para que su perro se comiera el resto.
También era un tirano con otras cosas. Todavía le quedaban rastros del puritano que había sido y del sacerdote frustrado. Cuando sus sobrinas tuvieron edad para casarse; Hoover continuaba advirtiéndoles sobre los lugares adonde iban y las personas con las que se asociaban. Una tarde, Margaret iba a salir con amigos y le confidenció que incluso podían visitar un bar clandestino durante el período de ley seca en Estados Unidos. El le dijo: "Si estás en un lugar que los policías allanen, por favor no entregues tu nombre verdadero".
Mantener un buen nombre significaba mucho para Hoover. Mientras postulaba a una tarjeta en una tienda comercial del centro, le informaron que se le negaba acceso al crédito en ese lugar. Al preguntar la razón, se dio cuenta que había otro John Edgar Hoover en Washington, un hombre que no había pagado sus deudas y había rebotado cheques por toda la ciudad. Desde ese momento en adelante, empezó a firmar todos sus memos como "J. Edgar Hoover".
En agosto de 1933, Ray Tucker, de Collier's Magazine, ridiculizó a Hoover y su estilo de investigación y dio consejos a sus lectores sobre cómo despistar a los detectives fácilmente. Tucker escribió: "A pesar de todo lo burlesco y bombástico del sistema de Policía Secreta Federal, la organización tiene un lado siniestro y sombrío. Siempre ha estado hasta el cuello con intrigas personales y política partisana". Tucker subrayaba que, bajo Hoover, la oficina de Investigación era liderada con disciplina prusiana. "Y también como el instrumento personal y político de Hoover, siendo más inaccesible que los presidentes, mantenía a sus agentes entre el miedo y la sorpresa al despedirlos y trasladarlos por capricho: ninguna otra agencia del gobierno tiene tanto recambio de personal".
Tampoco existía otra agencia tan hambrienta de publicidad, según narra el mismo Tucker: "El apetito por publicidad del director es ampliamente comentado en la capital, aun siendo una empresa particular, ya que por la naturaleza de su trabajo, su bureau debería operar en secreto. Aunque el señor Hoover dio estrictas órdenes para que sus agentes no hablaran con los medios, él nunca se ha obligado a cumplirlas".
El artículo de Collier's, por primera vez en imprenta, siembra oblicuamente rumores sobre su sexualidad: "De apariencia el señor Hoover no se parece en nada a los detec- tives que aparecen en los libros. Se viste de manera meticulosa -sus corbatas, pañuelos y calcetines siempre combinan-, siendo el azul su color favorito. Es bajo, gordo y camina en forma pretenciosa".
Nada más. Pero la sugerencia estaba ahí. En Washington, un mundo que se autocontiene tanto antes como ahora y donde los rumores tienen un valor casi monetario, la observación de que J. Edgar Hoover tenía 38 años de edad, era soltero, vivía con su madre y que, además, nunca había sido visto en la compañía de una mujer, era más que una causa adecuada para la especulación.
La insinuación de que era menos que masculino aguijoneó el orgullo del director de tal forma, que aparentemente tomó acción inmediata para remediar esa impresión. A menos de dos semanas del artículo de Collier's, un columnista de chismes políticos de Washington preguntó en su espacio si alguien había notado que "el caminar de Hoover se había vuelto más vigoroso y sus pasos más largos". Para contrarrestar las habladurías sobre su gordura y su "paso pretencioso", otro artículo apareció en la revista de circulación nacional Liberty, en el que se describía a Hoover como "compacto de cuerpo, con los hombros de un boxeador de peso ligero, sin llevar ningún kilo extra de peso en su estructura: sólo 85 kilos de masculinidad viva y viril".
En memo tras memo, Hoover solía alertar a la Casa Blanca sobre las dudosas asociaciones de la primera dama Eleonor Roosevelt. Cuando la señora Roosevelt se juntó con un comité que buscaba liberar al líder negro y comunista Earl Broder, convicto y encarcelado por fraude de pasaporte, Hoover no podía esperar para reportar sobre los comentarios hechos por miembros del comité al día siguiente de la reunión. El ahora director del FBI prestaba especial atención a las actividades de Roosevelt en conjunto con la comunidad negra. En un memo de 1944, Hoover advertía que la aparición de la señora Roosevelt en la iglesia Baptista Ebenezer de Detroit podía llevar a manifestaciones violentas porque "el ministro es anti Roosevelt, anti administración, anti judíos", mientras la masa estaría, probablemente, "compuesta por los irresponsables, los curiosos y las inestables personas de color".
Según William Sullivan, Hoover culpaba a la señora Roosevelt de fomentar las movilizaciones en la cultura negra, escribiendo en los márgenes de un memo: "¡Si ella no estuviera simpatizando con ellos, ni motivándolos, ellos no estarían protestando de esta forma!".
Más que la mayoría de las mujeres, la señora Roosevelt llevaba una expuesta vida pública. Siempre ocupada, incluso escribía sobre sus actividades en la columna de un diario, llamada "Mi día". Era su vida privada, en todo caso, lo que más le interesaba a Hoover.
Quizás porque había muy poco amor en la relación con su marido -los dos no habían intimado desde 1918, cuando Eleonor descubrió que Franklin estaba teniendo un affaire con su secretaria, Lucy Mercer-, la señora Roosevelt tendía a darle mucha atención y afecto a sus amigos. Estas "amistades pasionales" eran a menudo incomprendidas por extraños, particularmente por J. Edgar Hoover.
Que la primera dama se negara a tener protección del Servicio Secreto convenció a Hoover de que ella tenía algo que esconder. Que haya tenido un departamento secreto en el Greenwich Village de Nueva York, donde era visitada por sus amigos, pero nunca por el presidente, servía para reforzar las sospechas del director del FBI.
Lo que ella escondía, se autoconvenció Hoover, era una hiperactiva vida sexual. Como la señora Roosevelt contaba entre sus amigos a varias lesbianas -en particular a Lorena Hickok, una ex reportera de Associated Press, cuya orientación sexual era conocida en la capital-, Hoover concluyó que la primera dama también era una de ellas. Eso sí, Hoover en otras ocasiones también se convencía de que la esposa del presidente tenía numerosos amantes hombres, incluyendo, al menos, a un negro; a un ex policía neoyorquino que servía como su chofer y guardaespaldas; a un coronel del ejército que a veces la escoltaba a actos oficiales; a su doctor, David Gurewitsch, y a dos líderes trabajadores de izquierda, uno de los cuales ostentaba un cargo en el Partido Comunista.
Hoover se decidió a usar los masivos archivos que tenía sobre Eleonor Roosevelt en contra de ella, una vez que su esposo dejó de ser presidente. S
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