Hoy por mí, mañana por ti
LOS ULTIMOS 18 meses son los peores de la derecha en muchas décadas; me cuesta definir un hito equivalente en el pasado. No cabe duda que una crisis como la actual sólo ocurre con la “colaboración” del que la está sufriendo. Son mucho errores, y cometidos durante muchos años, los que se fueron decantando hasta generar las condiciones que hicieron posible el escenario actual. Habrá tiempo de hacer ese análisis.
Pero lo que está pasando hoy no es simplemente un problema “de la derecha” que el país en su conjunto pueda mirar con lejana prescindencia, como si asistiéramos al inicio de un ciclo a la baja de Colo-Colo o de la “U”. Esto es mucho más profundo y más grave.
La crisis de la derecha es, o puede ser, la puerta por la que Chile regresará a la América Latina profunda, ese subcontinente que, como decía Octavio Paz, no se encuentra con la modernidad. Por supuesto, no pretendo que la derecha sea la expresión de la modernidad, sino sólo que en una sociedad en que hay una democracia competitiva y los ciudadanos tienen alternativas reales de cambio, es posible evitar los excesos a que conducen los partidos únicos y la espiral de radicalización que hemos vivido tantas veces al sur del Río Grande.
Con frecuencia se recuerda la debacle electoral de la derecha en 1965, pero pocas veces se asocia esa debacle con el colapso de nuestra democracia, apenas ocho años después.
Lo que hizo posible el retorno ordenado hacia la democracia, la estabilidad política y un crecimiento que nos colocó en las puertas del desarrollo fue que, en la transición, la opción de izquierda estuvo conducida por un liderazgo moderado, que representó un proyecto radicalmente diferente del socialismo sesentero que denunciaba a la democracia burguesa y al capitalismo imperialista.
Pensar que el lapidario juicio de reproche que hoy se hace a la sociedad construída en las últimas tres décadas, alcanzará solo a la derecha y a “los ricos” que se benefician de la desigualdad “escandalosa” que, según sus críticos, se generó en este período, es de una ingenuidad abismante. Es cosa de tiempo para que, una vez eliminada la amenaza política de una oposición de derecha competitiva, la revisión del pasado alcance al sector “entreguista” de esa centroizquierda que se acomodó con el sistema y contemporizó con el neoliberalismo.
Después de un cuarto de siglo bajo un sistema electoral mayoritario, estamos regresando a la proporcionalidad, con el multipartidismo que estimula la fragmentación y la espiral de polarización. No soy de los que deliran con el retorno de la UP; pero el riesgo es movernos hacia cuestionamientos más profundos de nuestras instituciones y hacia explicaciones más radicales de la frustración de las expectativas ciudadanas que vendrán.
No se trata de pedir el rescate de la derecha, como si se tratara de sostener una institución financiera para evitar la corrida bancaria. Pero si alguien cree que puede mirar alegremente desde la centroizquierda cómo se le despeja la cancha, está muy equivocado. Cualquier moderado que vea lo que está pasando al otro lado debiera pensar cuánto falta para que le toque su turno. La revolución es una hija destinada a comerse a sus padres.
Gonzalo Cordero
Abogado
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