Incubadoras humanas

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LA NUEVA moda de las celebridades del espectáculo es tener hijos mediante técnicas de maternidad subrogada, conocidas como "arriendo de vientres". La prensa internacional ha visto con benevolencia y hasta simpatía que se popularice esta forma de reproducción. No han faltado elogios para parejas homosexuales que las han utilizado, como las conformadas por Ricky Martin o por Elton John. Pero bastó que Nicole Kidman, la actriz que, junto a su actual marido, ha tenido una hija por el mismo método, se refiriera a la madre que gestó a su nuevo retoño como gestational carrier (en esencia, máquina incubadora), para que arreciaran las críticas.

En realidad, Kidman no pretendía reprochar, sino agradecer a la mujer portadora, pero sus palabras pusieron al desnudo la deshumanización y cosificación de la mujer y del hijo que comportan estas técnicas biorreproductivas. Convengamos en que hay algo de hipocresía en el repudio a sus expresiones cuando ellas corresponden estrictamente a la realidad de un procedimiento que parece no cuestionarse. Con el arriendo de vientres estamos ante un método reproductivo que, aunque pueda tener un fin tan loable como la paternidad o maternidad, lesiona para lograrlo los derechos fundamentales tanto de las mujeres como de los niños.

El proceso de gestación, aunque se trate de una criatura concebida con óvulos ajenos a la madre gestante, es más que una simple prestación de servicios. Hay una interconexión biológica y psicológica entre el niño que crece en el útero y la mujer que lo porta. La sola disociación del vínculo materno entre madre genética, madre gestante y madre receptora produce un perjuicio indudable a la criatura que viene de este modo al mundo. Ni qué decir "los controles de calidad" a que son sometidos antes de su nacimiento y el trauma, tanto para la gestante como para el recién nacido, que conlleva la separación que impone el contrato. El hecho de que el niño haya sido gestado así para dar descendencia a parejas de personas del mismo sexo, incapaces de asumir los roles diferenciados de padre y madre, agrava el daño inferido.

Para prevenir que este tipo de procedimientos llegue a afincarse en Chile -por lo que se sabe, las clínicas que realizan técnicas de reproducción asistida no los incluyen- sería deseable dictar una ley prohibiendo expresamente la reproducción asistida por maternidad subrogada, ya sea que se haga recurriendo a una madre gestante en Chile o en el extranjero. Puede servir de modelo la actual ley de adopción que sanciona el tráfico de niños, aunque sea con la finalidad de los culpables de tener un hijo, cuando se solicita o acepta recibir una contraprestación por facilitar la entrega de un menor.

Téngase en cuenta que el hecho de que personas pudientes se aprovechen de la necesidad económica de ciertas mujeres para tratarlas como máquinas reproductivas constituye una nueva forma de discriminación y explotación de género. Deberíamos esperar que instituciones de la sociedad civil pro derechos de la mujer, como ComunidadMujer o Corporación Humanas, así como organismos públicos como el Sernam, impulsen firmemente una iniciativa como la propuesta. No deseamos que Chile caiga en la categoría de países donde la mujer es reducida, por un precio, a la calidad de incubadora humana.

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