Inés de Suárez, refugiada en la ficción
<P><span style="text-transform:uppercase">[lA heroina]</span> Ha inspirado novelas, una serie y ahora <I>Xuárez</I> en el teatro. Poco abordada por académicos, la única española en Chile para la conquista se abre paso en una ficción que pretende torcer la historia. </P>
APRENDIÓ a escribir a los 40 años, algunos cuantos después de arrojarse a la mayor hazaña de su vida. Lejos de ser solo una anécdota, con los siglos influirá en cómo la historia retratará a la única española en América durante la conquista y fundación de Santiago. Había venido tras los pasos de su primer esposo, Juan de Málaga, quien a poco tiempo de casarse con ella se embarcó rumbo a Panamá, sediento de aventura. Lo esperó por casi una década, pero él nunca volvió. En 1537, poco antes de cumplir 30 años, Inés de Suárez, la solitaria costurera nacida en Plasencia, consiguió la licencia del rey para cruzar el mundo en busca de su amor perdido.
A su arribo recibió el pésame: Málaga había muerto en la Batalla de las Salinas del 6 de abril de 1538, cuando Almagro fue derrotado por los hermanos Pizarro. Donde hoy se encumbra San Sebastián, el valle del Cuzco, en Perú, la mujer llamó la atención de españoles e indios: su temprana viudez le dio una encomienda -un trozo de tierra donde levantó su casa- que aseguró su independencia económica. Tampoco tenía ni podría tener hijos. Y, más aún, con el paso del tiempo entablaría un romance con don Pedro de Valdivia, maestre de campo de Francisco Pizarro y futuro conquistador de Chile.
Nunca llegarían a casarse, pues él ya había desposado a otra. Aún así, cuando Valdivia fue designado para encabezar las expediciones hacia el último rincón del planeta, Pizarro, al mando de Perú y superior suyo, les dio un permiso especial para no ir en contra de los lineamientos morales de la Iglesia. Y, junto a Inés, su amante, emprendió un largo viaje que tomó 11 meses a pie hasta el valle del río Mapocho. Es aquí cuando surgen los primeros registros de la mujer que iba a su lado, montada a caballo, oculta bajo una reluciente armadura y con una espada virgen pegada al vientre. También las diferencias entre los relatos: por un lado, se escribirá la historia que hizo de ella una heroína, consejera y estratega política; por el otro, la que intentó, cuanto fuese posible, menospreciar su poder y protagonismo en los cimientos de un país que se forjaba batalla tras batalla.
En su Historia crítica y social de la ciudad de Santiago de 1869, el político, periodista e historiador, Benjamín Vicuña Mackenna, lanzó dardos a Valdivia por sus demenciales anhelos de expansión que desencadenaron los sucesos del 11 de septiembre de 1541. A solo siete meses de fundar Santiago, la ciudad fue invadida por la resistencia indígena, encabezada por el cacique picunche Michimalonco. Suárez, quien se hizo cargo de los heridos y animar a los soldados, sugirió matar a siete caciques que los españoles mantenían cautivos. Ante la indecisión del gobernador Francisco de Villagra, la mujer ordenó la ejecución, y al preguntarle los guardias cómo hacerlo, ella habría tomado su espada y arrancó una a una las siete cabezas.
Vicuña Mackenna, sin embargo, lo niega: "Fue ésta la primera mujer que formara su hogar en este suelo de dulces hogares, y aquello que han contado del degüello que hizo de siete caciques por su propia mano no es sino uno de esos plajios de escritores pedantes que quisieron pintarla como Judith, esta caricatura demonizada de la mujer".
Del otro lado, en Proceso de Valdivia i otros documentos concernientes a este conquistador, de 1873, el diplomático, historiador y ex Rector de la U. de Chile, Diego Barros Arana, parece menos seducido por Suárez: "Según los acusadores, era una mujer codiciosa que se habría hecho dar un gran repartimiento de tierras i de indios, que hacía valer su influencia cerca de Valdivia en favor de los que le daban oro, i que mandaba perseguir a los que la ofendían de cualquier modo, contando siempre con la docilidad del gobernador para acceder a todos sus caprichos".
Una de las pocas imágenes que se tiene de Suárez, y que es citada por Jorge Guzmán en su libro Ay mamá Inés (1993), e Inés del alma mía, la novela de Isabel Allende de 2006, es el óleo sobre tela Inés de Suárez en defensa de Santiago, pintado en 1897 por Manuel Ortega. Actualmente exhibido en el Museo Histórico Nacional, Suárez aparece en primera plana, alzando su espada durante la batalla. "La historia oficial siempre es injusta con las mujeres", dice Allende. "En las cartas que Valdivia le escribió al rey contándole la conquista, jamás menciona a la mujer que le salvó la vida varias veces, y Santiago de dos ataques indígenas. Ella no aprendió a escribir hasta los 40 años; nunca se dio el trabajo de contar su propia historia", agrega la autora que en 2013 vendió los derechos de adaptación de su novela para una serie de ocho capítulos producida por Fábula, a cargo de Pablo Larraín, y que saldría al aire a mediados de 2016 en CHV.
"El proyecto está en marcha, aunque empezando recién", cuenta Luis Barrales, uno de los guionistas. "Eduardo Sacheri (El secreto de sus ojos) lidera equipo. Aún no hay nada escrito, salvo escaletas, pero el esqueleto será la novela de Allende", agrega el dramaturgo, quien acaba de estrenar Xuárez en el GAM, dirigida por Manuela Infante. Con Patricia Rivadeneira como Inés, y Claudia Celedón en múltiples roles -desde Valdivia, Lautaro y Catalina, ayudante suya- el montaje se plantea como una reescritura del mito: "Tomamos la tesis de Josefina de la Maza sobre el óleo de Pedro Lira La fundación de Santiago, de 1888, y donde el pintor parece esconder a un personaje que, suponemos, es Suárez", dice Infante. "Esta no es una tesis histórica, pues son muy escasas, sino una revancha ficticia y descabellada que la sitúa, aunque sin saberlo, al centro de una colusión contra Valdivia. Por eso decapita a los caciques, para realzar la figura de Lautaro", agrega.
Previo a su muerte, en 1580, ya lejos de Valdivia y obligada a casarse con uno de sus mejores capitanes, Rodrigo de Quiroga, Suárez se deshizo de su armadura y llevó "una vida tranquila y religiosa", según registros. Contribuyó a la construcción del templo de la Merced y de la ermita de Monserrat, en Santiago. Sin embargo, para entonces la historia ya le había quitado los ojos de encima: "A veces la ficción se aproxima más a la realidad que los textos de historia -dice Allende-, porque se pone en el caso de los perdedores (las mujeres, los pobres e indígenas) e interpreta sentimientos y relaciones, hechos y consecuencias. Lamento que la historia oficial la menospreciara, pero en la ficción encontró algo más que en las páginas áridas de un volumen histórico".
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