JM Coetzee: "Es difícil decir la verdad, sobre todo acerca de uno mismo"
<P>El connotado escritor sudafricano visita Chile por cuarta vez para participar hoy en el ciclo La Ciudad y las Palabras de la UC y entregar un premio con su nombre.</P>
De manera algo extraña para alguien tan elusivo y retraído, tan renuente a la exposición pública, como es el escritor J. M. Coetzee, sus libros siempre han tenido un fuerte impulso autobiográfico, incluso en los que no lo parecen. En Cartas de navegación, una obra importante de y sobre Coetzee -publicado originalmente en inglés en 1992, sólo ahora traducido-, señalaba él mismo cómo su primera novela Tierras del poniente (1974) había comenzado como el intento de unas memorias. Tal vez tenía razón Fellini cuando afirmaba que todo arte es autobiográfico y "la perla es la autobiografía de la ostra".
Cartas de navegación es un libro imprescindible para aproximarse a Coetzee: es una selección de artículos de crítica literaria escritos entre 1970 y 1990 (desde sus estudios más o menos estructuralistas hasta ensayos sobre el Capitán América o la publicidad), más una serie de conversaciones con el académico David Attwell. Allí está su famosa diatriba contra las entrevistas. También incluye un ensayo fundamental, Confesión y dobles pensamientos (de 1985), en que el autor reflexionaba sobre el tema en Rousseau, Dostoievski y Tolstoi. En sus libros escritos después de ese ensayo, Coetzee ha indagado en las ambigüedades de decir la verdad y la búsqueda de la verdad contra un trasfondo confesional o autobiográfico. A modo ejemplar, La edad de hierro (1990) consiste en una larga carta de confesión; El maestro de San Petersburgo (1994) entreteje la narración en torno a los hechos biográficos distorsionadas de la vida del Dostoievski histórico. Y, por supuesto, Infancia (1997) y Juventud (2002) son sus memorias, no obstante la opción por la tercera persona en presente de la narración; en la tercera parte, Verano (2009), la distancia es aún mayor, pues está escrito sobre la base de entrevistas hechas por el biógrafo de Coetzee cuando éste está (en el relato) ya muerto.
Pero Coetzee está vivo. Y en su último libro, El buen relato, recoge sus intercambios con la psicóloga inglesa Arabella Kurtz, en que conversan sobre temas diversos: la práctica psicoanalítica y la del narrador, sobre el estatuto ficcional de quienes hablan en ambos casos, sobre la psicología de grupos o la inmigración.
De J. M. Coetzee (1940), premio Nobel de Literatura 2003, no se sabe demasiado. Hay dudas desde el significado de sus iniciales hasta la pronunciación de su apellido. Se conocen pocos hechos y muchos rumores. Es sabido que es abstemio, vegetariano y reservado, que suele no ir a recibir los premios que se le dan (así, a los dos premios Booker que ha obtenido), o bien leer un relato, en lugar de un discurso (así, para recibir el Nobel). Sin embargo, en 2011 apareció una amplia biografía, J. M. Coetzee. A Life in Writing, escrita por J. C. Kannemeyer, la que contó con la colaboración del novelista. Kannemeyer murió antes de que el libro fuera publicado. "Le dejé en claro que él era libre de escribir lo que quisiera sobre mí. Quería colaborar en cuanto a responder preguntas de carácter fáctico. El también tendría acceso a mi correspondencia literaria (pero no a mi correspondencia personal)", señala Coetzee.
Ahora, David Attwell, el mismo académico con quien Coetzee conversa en Cartas de navegación, acaba de publicar el volumen J.M. Coetzee and the Life of Writing (2014), en que se aproxima a la génesis de sus obras y la relación entre biografía y vida. Attwell ha podido acceder a los papeles de Coetzee que se encuentran en el Ransom Centre de la Universidad de Texas en Austin.
Si en Cartas de navegación Coetzee dice que optó por el diálogo como una forma de evitar el estancamiento de su propio monólogo, en El buen relato menciona que el diálogo puede adoptar la forma de monólogo, en la sesión de terapia.
¿En qué forma, diálogo o monólogo, se siente más cómodo?
No es una cuestión de si me siento cómodo o no en el diálogo. El diálogo es una forma de compromiso humano, el monólogo no lo es. No sólo el nuevo libro, El buen relato, sino también el libro de cartas entre Paul Auster y yo toman la forma explícita del diálogo. Ellos me permiten (o tienen la intención de permitirme) expresar pensamientos acerca del mundo, del pasado y el presente, pero enfrentar, al mismo tiempo, una crítica de esos pensamientos.
América del Sur (Argentina y Chile) se han convertido en lugares recurrentes de sus visitas. ¿Le gustan estas zonas?
Sí, me siento muy a gusto en Chile y Argentina (y en Colombia también). Me gusta la calidez de las relaciones humanas aquí, y la seriedad con la que la gente lee libros.
En una conversación con David Attwell, Ud. ve un punto de inflexión en su carrera con su ensayo acerca de la confesión. ¿Todavía cree eso?
Las entrevistas en Cartas de navegación se llevaron a cabo hace un cuarto de siglo atrás, pero sí, estoy de acuerdo en que las exploraciones de las complejidades de la confesión y de decir la verdad en Rousseau, Dostoievski y Tolstoi, a las que estaba dedicado en ese momento, marcaron un punto importante en mi desarrollo intelectual.
Tras ese ensayo, sus libros se ocuparon del tema. Supongo que no es algo programático, al menos en las novelas...
Estoy de acuerdo, en la ficción esa preocupación no es programática. Sin embargo, está allí la mayor parte de las veces, bajo la superficie.
En Cartas de navegación compilaba algunos ensayos sobre cultura popular, lo que, al parecer, no ha continuado. ¿Alguna razón?
Una razón muy simple: como he ido envejeciendo, he perdido cada vez más el contacto con los movimientos de la cultura popular. No hay nada que comentar desde una posición de ignorancia.
En El buen relato señala que no se ha hecho psicoanálisis. ¿En qué radica su interés en la psicoterapia?
No, no me he sometido a análisis. Mi interés en la psicoterapia comenzó hace mucho tiempo como un interés en Freud como pensador sobre la mente humana; también como un moralista que se plantea la pregunta de por qué nos resulta tan difícil enfrentar la verdad sobre nosotros mismos. De esta forma, mi interés no ha estado tanto en los logros terapéuticos del psicoanálisis como en los procedimientos de análisis, en la relación entre el terapeuta y el paciente.
Una constante es su convicción de que ningún relato que nos contemos sobre nosotros mismos es "verdadero". ¿Es tan difícil decir la verdad?
Sí, es difícil decir la verdad, sobre todo acerca de uno mismo. Puede que no sea difícil pronunciar lo que uno cree que es la verdad, tener la verosimilitud como una meta; es más difícil estar seguro de que lo que uno dice es efectivamente la verdad.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.