Jorge González desnudo en Nueva York

<P><span style="text-transform:uppercase">[en ingles] </span>El ex Prisionero volvió a la ciudad donde vivió por tres años y que cambió para siempre su carrera. Ahí realizó el único show de su reciente álbum, un proyecto en inglés que revela su faz íntima y vulnerable. </P>




Nueva York es una ciudad especial para Jorge González. Fue aquí donde vino cansado y desanimado luego de la mala recepción de su segundo disco solista, El futuro se fue (1994), y donde en tres años aprendió la técnica e inspiración para lanzar Gonzalo Martínez, un proyecto con otro chileno, Martín Schopf, que se convirtió en la semilla de la cumbia electrónica.

Entre 1995 y 1997 estudió sonido en el Institute of Audio Research, en el Greenwich Village, montó un estudio en el departamento en el que vivía con su pareja de entonces -Verónica Vega, hija del fallecido general Ramón Vega- en Chelsea, en la 27 con la Sexta, y colaboró con chilenos y europeos que le mostraron el tecno del viejo continente. En términos concretos, fue la ciudad que cambió para siempre su vida y su carrera: el cantautor de perfil vivencial de los 80 se convirtió en un inquieto músico inclinado hacia la búsqueda electrónica.

Por lo demás, el sanmiguelino tampoco es un desconocido en la urbe donde, ya en ese entonces, había muchos sudamericanos seguidores de Los Prisioneros. Por todo esto, y por los cercanos que aún mantiene en la Gran Manzana, González decidió publicar ahí su último proyecto, bajo una nueva identidad, Leonino, aparte de sumarse a Hueso Records, el sello del artista chileno Iván Navarro. Naked tunes, o melodías desnudas, es un álbum íntimo y arriesgado, con sabor a gospel, R&B, soul y pop. Aparecido en abril, se trata, además, de su primera producción en inglés. Leonino -mezcla de los nombres de sus hijos Antonino y Leonardo- nació de la crisis de identidad por la que pasó en su actual residencia en Alemania, a la par con su lanzamiento más reciente, Libro (2013).

Esta semana, el músico volvió a Nueva York para presentar su álbum por primera, y quizás única vez, en vivo. Durante toda la semana ensayó durante las mañanas en un estudio en Queens y se hospedó en Manhattan.

Pero el pasado jueves fue el gran día. El teatro del Museo del Barrio, histórico punto de encuentro de las artes hispanas en Nueva York y situado en East Harlem, recibió a cerca de 80 fervientes seguidores de Los Prisioneros; la mayoría chilenos, pero también de otras latitudes.

Al levantarse la cortina, el público lanzó un grito de excitación y Leonino -como también se hizo llamar en el show- apareció sentado en una silla con una guitarra acústica, anteojos de marco verde, chaqueta de cuero e inmediatamente se puso a cantar una composición que decía en inglés: "Haz del amor tu meta" (The power of love).

Un foco de luz blanca ubicado detrás de él proyectaba su enorme sombra en el muro derecho del recinto y, al terminar la canción, González dijo simplemente "thanks". El público aplaudió algo confundido.

"Es muy importante para mí tocar aquí", dijo en inglés. "Pasé tres años en Manhattan y fue muy bonito porque aprendí mucho. Eran los tiempos dorados del hip hop y el house. Ahora todos mis amigos que vivían aquí se mudaron a Berlín, porque aquí ya está muy caro". Entrada la quinta canción, y ya con el acompañamiento del chileno Sergio Valenzuela en el piano, la audiencia comenzó a entender que el que estaba ahí era un González desconocido e íntimo.

No hubo pifias, pero sí se escuchaban risas nerviosas y conversaciones al oído. Y había una sensación de shock; una mezcla de decepción, pudor y asombro. "He estado rezando", dijo antes de empezar My time is gonna come. "He estado en conexión con mis ancestros", siguió diciendo, y contó la historia de este gospel que compuso una mañana tras la primera nevazón del invierno. La noche anterior había rezado pidiendo por una prueba que le indicara que todo iba bien: "Abrí la ventana y estaba tan bonito que salí, crucé el puente y escribí esta canción".

Y entonces comenzó a parecer que el resto de las melodías desnudas eran un susurro de mensajes encubiertos. Incluso al final, con Tren al sur y El baile de los que sobran en piano, se generó un nuevo pacto con la audiencia. "Muy interesante, pero me gusta más en español", dijo Carlos Linares, hondureño de 33 años.

Para Gloria Ramírez, chilena de 53 años que vive en Nueva York, escucharlo en inglés fue extraño: "Tiene que haber pasado por un proceso especial. Es como raro, aunque me gustó; por lo que es él, por su voz y su música". González cambió el bajo por la guitarra, la irreverencia por la vulnerabilidad y los gritos por susurros y falsetes, pero de todos modos uno se pilla cantando sus canciones al cruzar la calle.

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