Juan Domingo Dávila: "Un emigrado no olvida su idioma, memoria, ni lugar de nacimiento"

<P>El pintor, radicado en Melbourne desde 1974, inaugura su primera gran muestra en Chile, el 12 de julio en Matucana 100.</P>




Inusual, por decir lo menos, es que una obra de arte sea capaz de generar una polémica a nivel diplomático. Sin embargo, en 1994, una tarjeta postal creada por Juan Domingo Dávila (1946) con la imagen desenfadada y travestida del libertador Simón Bolívar -montado a caballo, el héroe patrio exhibía sus senos y voluptuosas caderas, además de hacer un gesto obsceno con la mano-, logró irritar a los gobiernos de Venezuela, Colombia y Ecuador. Las embajadas se quejaron con el gobierno de Chile, que además había financiado vía Fondart la pintura que se exhibió en Londres. Para entonces, Dávila se había desmarcado de la Escena de Avanzada, llevaba radicado 20 años en Australia y su obra seguía causando escozor en los círculos más conservadores, como cuando en 1982, uno de sus murales fue censurado por la policía en la Bienal de Sydney debido a su contenido sexual, aunque eso no empañó el prestigio que su obra cobró en ese país.

En Chile, sin embargo, su figura es más bien un mito dentro de la escena artística y sus exhibiciones locales se pueden contar con los dedos de una mano. En galerías comerciales tuvo muestras en 1974, 1979 y 1983. En 1996 trajo su obra a Galería Gabriela Mistral, para recién en 2011 exhibir sólo dos pinturas en el Taller Bloc, espacio dirigido por y para artistas. Fuera de eso nada más, hasta ahora. Desde el 12 de julio, Matucana 100 acogerá la primera gran muestra en Chile de Dávila, apoyada por el Australian Council for the Arts y la Embajada de Australia en Chile. Bajo el título de Imagen residual, se exhibirán más de 50 obras, además de un mural que el artista pinta por estos días en el espacio de Matucana.

"Que no haya existido antes una muestra de Dávila en Chile, es simplemente incomprensible, anacrónico e injusto, sobre todo por la reputación que tiene, con exposiciones en el Reina Sofía en 2002 y la Documenta Kassel en 2007. Creo que el hecho de ser emigrados los dos nos acercó. Mucha gente e instituciones le prometieron exposiciones y nunca se hizo nada. Juan es un tipo muy generoso, y se ha comprometido con esta muestra creando obra especial para ella", señala el español Paco Barragán, curador de M100 y responsable de la venida del artista a Chile.

De personalidad reservada, Dávila da pocas entrevistas, y sus visitas a Chile han sido de bajo perfil, tal como ahora.

¿Por qué su obra se ha exhibido tan poco en Chile?

En el pasado, de los 70 en adelante, después de emigrar a Australia, en general yo financiaba la venida de mis obras a Chile. Los costos de traer obra de Australia son grandes. La Galería Gabriela Mistral trajo la exposición Rota y luego el Taller Bloc financió otra. Ningún museo lo hizo. Aparte de las razones económicas, existía y existe una resistencia de nivel artístico e intelectual tanto por la derecha como la izquierda, lo que no ha sido el caso de Paco Barragán, el curador de Matucana 100.

Muchas de sus obras siguen teniendo como referente a Chile. ¿Cómo es su relación con el país?

Chile siempre ha sido una referencia cultural e histórica para mí. Un emigrado no olvida su idioma ni su memoria ni su lugar de nacimiento al vivir en otro lado. Me fue difícil dejar el país, pero por otro lado encontré un país donde había democracia, libertad de expresión y apoyo, al contrario del trauma de la dictadura acá. He pintado cosas sobre Chile para esta exposición, siguiendo mi pasión.

Aunque en los 70 s e le asoció a la Escena de Avanzada, Dávila siempre ofició de pintor y no de artista conceptual. Colaboró en algunas performances con Carlos Leppe y Nelly Richard, pero su soporte siempre fue la pintura, que en esos años fue también criticada de feísta, violenta y erótica. Estaba claro que el pintor quería provocar, exponer temas tabú a través de una estética que recogía elementos del mundo de la publicidad, el cómic, la pornografía y revistas de moda. Ha seguido utilizando esas mismas estrategias visuales hasta hoy, pero mezclándolas con nuevos temas de interés como la discriminación, el indigenismo, el consumismo y los refugiados.

Hoy, el pintor tiene un importante espacio ganado en la escena australiana, más allá del sensacionalismo que su obra ha provocado a veces y de que algunos críticos consideren su obra grotesca o simplista. Está representado en todas las colecciones estatales, y en 2006, para celebrar sus 30 años de carrera, el Museo de Arte Contemporáneo de Melbourne le dedicó una publicitada retrospectiva.

¿Cómo explica que su obra se haya insertado tan bien en la cultura australiana?

Mi trabajo ha sido acogido en Australia porque como emigrado comenté sobre su cultura e historia, algo que les produjo sentimientos encontrados. En los 70 la ideología de la 'Australia Blanca' era predominante en la cultura. Australia dependía de la moda en arte de Europa y los Estados Unidos. El debate cuando llegué era sobre provincialismo, rechazo de la influencia inglesa, indigenismo, feminismo y el lenguaje mismo. En parte calcé con eso, y por otra recibí rechazo culminando en el secuestro por parte de la policía de mi pintura Estúpido como un pintor, en la Bienal de Sydney de 1982. Como latinoamericano traía nociones diferentes a la dependencia de Australia del arte europeo, y mi obra se insertó allá por ser una voz contraria. Mi vida en Australia me permitió pintar sin censura. Pinté sobre lo que veía culturalmente y sobre la opresión que la cultura estatal corporativa ya iba imponiendo en la cultura.

¿Qué opina de las polémicas que su obra ha desatado en distintos momentos?

Mis obras "polémicas" me dieron la oportunidad de hablar de temas sociales, otras sexualidades, mestizaje y figuras demonizadas por el Estado. Con la imagen de Simón Bolívar traté de que quedara consciencia de que no somos un país blanco en Chile, somos mestizos igual que Bolívar. El padre fundacional ya tenía sangre aborigen. Nosotros en Chile deberíamos estar orgullosos de nuestra primera cultura, la indígena. Ella debería ser nuestra primera modernidad y ejemplo. La prensa en general se interesa más en la controversia, sin apenas profundizar.

En 2001, los pinceles de Dávila tocaron su fibra más política cuando el artista graficó en su particular estilo la situación en Woomera, un centro de detención al sur de Australia, donde refugiados -la mayoría afganos e iraquíes- eran recluídos mientras se tramitaban sus visados.

¿Piensa que el arte y su obra en particular como la que hizo sobre los refugiados, es capaz de producir cambios en las personas?

Mi trabajo sobre los refugiados en pintura no tiene un efecto inmediato en lo social, pero sí tiene efecto a largo plazo, por ejemplo, cuando una pintura queda en un museo. No deseo comunicación o confirmación como se hace en la política corrupta de hoy. Un tema como el de los refugiados es complejo y requiere gente sensible y pensante. En el arte, si uno toca una sola persona, eso me basta. El arte es algo no cuantificable.

¿Cómo definiría su pintura?

No la defino. Existe hoy una manía de contabilizarlo todo. Se le exige al artista que explique en palabras como si fuera un secretario de su obra. Es el modelo de manejar el riesgo de las empresas.

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