Julia Toro y Leonora Vicuña, las fotógrafas que inmortalizaron el Chile invisible de los 80
<P>Calles desiertas y cantinas lenas, obreros y poetas, son los protagonistas recurrentes de sus fotos.</P>
Mientras los miembros de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), entre ellos Alvaro Hoppe, Luis Navarro y Kena Lorenzini, salían a la calle y retrataban las protestas urbanas durante los años del régimen militar, la fotógrafa Leonora Vicuña (56) cruzaba la calle y se metía a un bar. "Les tenía pavor a las lumas. Yo no era valiente, lo mío era retratar el otro Chile, el que seguía sobreviviendo por ahí, guarecido", dice hoy la artista.
Allí se encontraba con sus amigos de siempre. Poetas casi todos: Jorge Teillier, Armando Rubio y Claudio Bertoni, entre otros, a quienes inmortalizaba bebiendo, leyendo, haciendo bromas. También recorría las calles desiertas después de la lluvia o cruzaba Santiago para fotografiar a feriantes, cachureros, ciegos tocando instrumentos y gente común viajando en micro. Era el Chile popular, melancólico e invisible, que de tan común tiende a perderse en la memoria histórica. Eso sí, Vicuña no era la única que estaba en eso.
Con una sensibilidad similar, pero 28 años mayor, Julia Toro (78) retrató con su cámara a los mismos personajes, poetas y artistas, además de travestis, estudiantes, monjas o la simple cotidianidad de su familia. "En 1973 nació mi hijo, entonces yo, madre en circunstancias precarias, me dediqué a cuidarlo a él. De esos años salieron miles de fotos que le tomé y que luego expuse cuando se cumplieron 10 años del golpe", cuenta Toro. Se trata de fotos nostálgicas: al igual que las de Vicuña, nos transportan a un país olvidado, lejano, con protagonistas que parecen sacados de tierras extranjeras.
El registro de ambas es rescatado por la Editorial Ocho Libros, que acaba de lanzar Amor x Chile, una antología con imágenes capturadas por Toro desde los 60 hasta hoy, acompañadas de textos sobre su trabajo de Bertoni, Juan Dávila y Willy Thayer.
En 2010, el sello inició la colección Fotografía chilena con un libro con fotos de Kena Lorenzini y Contra sombras, dedicado al trabajo de Vicuña. Para el segundo semestre se esperan los lanzamientos de las obras de Marcelo Montecino y Marcelo Montealegre.
Con lápices de colores
Hija de los poetas Eliana Navarro y José Miguel Vicuña, fundador del grupo Fuego de la Poesía, Leonora Vicuña se crió rodeada de artistas. "A los ocho años conocía a Skármeta, Stella Díaz Varín y Nicanor Parra. Vivía al lado de la Casa del Escritor (Sociedad de Escritores de Chile)", recuerda.
A los 19 años, antes del golpe militar, se fue a estudiar a París. Volvió en 1978. "No tenía conciencia de lo que podía o no hacerse. Mi hermano había sido llevado a Villa Grimaldi, pero yo no tenía miedo. No fue algo que viví. Ojos que no ven, corazón que no siente", dice.
Así, fue una de las creadoras de los Encuentros de Arte Joven que a inicios de los 80 reunieron a figuras como Raúl Zurita, Rodrigo Lira y Ronald Kay. O a un desconocido Hernán Rivera Letelier, a quien Vicuña recibió en su casa porque no tenía dinero para una hostal.
Por los mismos lugares rondaba Julia Toro, retratando las performances de Dávila, Carlos Leppe y Nelly Richards, y la vida y pasión del poeta Jorge Teillier, expuesta un año después de su muerte, en 1997, en la Galería Gabriela Mistral.
Mientras que Toro se caracterizó por una estética imprecisa y borrosa a veces -"la calidad de la foto no está en la nitidez sino en la belleza del momento", dice-, Vicuña deslumbró por sus imágenes retocadas con lápices de colores: "Fue una forma de solucionar la precariedad de la impresión. A veces los negros no me quedaban bien y los pintaba. De a poco me fue gustando el resultado", cuenta.
Hoy ambas siguen activas. Toro planea intervenir fotos ajenas, donadas por anónimos, y Vicuña acaba de inaugurar una muestra en la Estación Mapocho, junto al artista Jorge Olave, bajo el nombre de Domus Aural. Se trata de su obra más reciente, donde abandona lo análogo para mezclar la fotografía digital, con el arte sonoro y la temática mapuche. Atrás quedaron esos días nostálgicos donde uno de sus disparos no atraía la muerte sino todo lo contrario: la permanencia del tiempo.
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