Julian Barnes, el viudo invencible
<P>Su penúltimo libro, <I>Pulso</I>, es la previa de <I>The sense of ending,</I> con el que obtuvo el Man Broker Prize.</P>
"Como la mayoría de sus escritos, la obra versaba sobre el amor. Y, al igual que su vida, en sus escritos el amor era un fracaso", dice Julian Barnes sobre el novelista ruso Turgenev. Como un imposible torero inglés lanzado a una pista metafísica, el más francés de los escritores británicos obtuvo en octubre de 2011 el Man Booker Prize por The sense of an ending. Es la historia de una amistad adolescente y de un suicidio. El premio cayó sobre su tablero cuando Barnes lo consideraba ya un Bingo. Era el autor más veces nominado que había vuelto a casa sin él.
La novela, de 150 páginas, está en la mesa del traductor de Anagrama y llegará a Chile a mediados de año. Mientras tanto, Pulso es un regalo, un aperitivo. ¿Una picada para fans? El libro tiene la marca Barnes por donde se lo mire. Humor y emoción, y una defensiva dosis de pesimismo y sarcasmo. Son 14 historias de amores casuales pero enigmáticos, mujeres que desaparecen, personajes obsesionados por el pH de su jardín, y también materiales literarios descartables. Pero llega a su nivel más alto en el efectismo verdadero del cuento final. Un cuento de amor con la magia de los finales tristes.
Pulso tiene mil observaciones subrayables sobre la clase media inglesa y la modernidad: "Leí en alguna parte que a las personas próximas a alguien gravemente enfermo a menudo les da por ponerse a hacer crucigramas o rompecabezas en las horas que pasan fuera del hospital. Por una razón: carecen de la concentración necesaria para hacer nada más serio, pero hay otro motivo. Consciente o inconscientemente necesitan centrarse en algo que tenga reglas, respuestas y una solución final; algo que se puede controlar".
O: "Jake solía decir que yo tenía olfato para los líos. Se refería a los líos con las mujeres. Por eso, a los treinta yo seguía soltero. Tú también, le repliqué. Sí, pero a mí me gusta así, dijo él. Jake es un tipo grandullón, larguirucho, de pelo rizado, que liga a las mujeres de un modo amable y nada agresivo. Es como si dijera: mira, aquí estoy, soy divertido, no soy una relación a largo plazo, pero probablemente te lo pasarás bien conmigo y después podremos ser amigos. Cómo se las arregla para transmitir un mensaje tan complicado con un poco más de una sonrisa y una ceja enarcada es algo cuya comprensión me supera. Quizá sea cosa de las feromonas".
Pasados inventados
Mientras tanto, The sense of ending -Julian Barnes tomó el título de un libro de Frank Kermode- se vende full de halagos en Inglaterra y Estados Unidos.
La esperada novela comienza por un conjunto de falsos recuerdos, y termina por chocar con la verdad. Es la historia de un grupo de adolescentes, contada por Tony Webster, un maduro divorciado. Tony se lleva perfecto con su ex mujer, y es un padre y un abuelo satisfecho. En su británica calma -un clima parcial nublado- irrumpe un día el anuncio de que ha recibido una herencia. La madre de Verónica, su novia de juventud, le deja dinero y algo más inesperado: el diario de vida de su amigo Adrián Finn.
Pero todo eso sucedió 40 años atrás: el talentoso Adrián se enamoró de Verónica después de que Tony se fuera a vivir a EE.UU. Cuando Tony vuelve, sabe que Adrián se ha suicidado. Claro que ese no es el final, porque Barnes guarda sus ases para después, y The sense of ending está hecho para cumplir con las delicias del suspenso y la filosofía.
Tony, su personaje, considera que "cuando somos jóvenes, nos inventamos futuros diferentes para nosotros mismos; cuando somos viejos, nos inventamos pasados diferentes para los demás". Frank Kermode, en su The sense of an end original (1967), postulaba que lo que llamamos historia es una ficción, un intento de darle forma, de moldear el caos que es el tiempo; y si Borges creía que el futuro era "tan inexorable como el rígido ayer", Barnes ve el pasado como el tiempo más dúctil: es impredecible. Al fin y al cabo es un soberano invento. Es el único tiempo que podemos cambiar.
El diluvio en pareja
Obsesionado con la muerte, el novelista inglés califica como un tanatófobo. "La muerte no se sienta en la mesa de negociaciones", dice. "No me importa hacerme viejo siempre que no muera al final del proceso". El nunca fue un hijo de los 60, ni siquiera en los 60. "En cada matrimonio hay un miembro moderado y otro militante", desliza. En El amor, etc. (2000) recuperó a sus personajes de Hablando del asunto (1991). Allí, Gillian primero se casa con Stuart y luego con Oliver, su mejor amigo. Como se ve, el tema se repite. Stuart se va a EE.UU., se casa y se divorcia. No sabe si fracasó luego de cinco años de matrimonio o si su matrimonio fue un éxito que duró cinco años.
En Nada que temer (2008), dice que no cree en Dios, pero lo echa de menos. Barnes es un escéptico que se ha quedado viudo. Su mujer, Pat Cavanagh, era "bella y exótica como un ave del paraíso". Vinieron a Chile ese mismo 2008 para ver los bosques de araucarias. Ella murió 10 meses después.
Alto, flaco, cero calvicie. Con todo el "felpudo" (el pelo), diría Martin Amis. Con los tristes y sesgados ojos claros, y metido sin esfuerzo en un traje de príncipe, Barnes parece fome, pero no lo es. Basta leer Una historia del mundo en diez capítulos y medio (1989). Noé es un borracho que perdió cuatro de sus barcos -el Arca era una flota- y un tercio de las especies, incluido el unicornio, y al Arca suben los animales de dos en dos: el viaje al diluvio solo se puede hacer en pareja.
En El loro de Flaubert (1984) avanzó hacia un terreno incógnito entre la novela y el ensayo. Desvistió a Flaubert, ese soltero invencible. Y ahora, cuando un equipo de traductores en 17 idiomas se aproxima al final de su última novela, los españoles han inventado una nueva palabra: enjoyable. Entrete. Se la atribuyen a Barnes. El tanatófobo que no elude el tema de la muerte, advierte, en Pulso: "Cuanto más importante es el tema, menos se puede decir. No sentir, pero sí decir".
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