Kampusch aún intenta rehacer su vida, a 10 años del fin de su cautiverio
<P>A sus 28 años, la joven austríaca que permaneció ocho años secuestrada en un sótano, acaba de lanzar su segundo libro.</P>
"Ha sido muy difícil", reconoce. A casi 10 años de haber huido de su secuestrador, Wolfgang Priklopil, que la mantuvo encerrada en un calabozo en el sótano de su casa y la sometió a abusos durante ocho años, la joven austríaca Natascha Kampusch aún intenta volver a la normalidad.
Hoy, a sus 28 años, Kampusch sigue viviendo en Viena. En una entrevista con el diario argentino La Nación, afirmó que nunca pensó en irse de la capital austríaca. "No, Viena es una ciudad muy relajante, una ciudad histórica en el corazón de Europa", dijo. Es dueña de la casa de Strasshof, en las afueras de Viena, en la que permaneció retenida tantos años, y que ahora mantiene vacía. Admite que es "extraño", pero explica que no quiere venderla por miedo a que el nuevo propietario la convierta en un "parque de atracciones de los horrores". La visita dos veces al mes, para ocuparse de asuntos prácticos como el jardín, precisa en otra entrevista concedida a France Presse.
A casi una década de su huida y del suicidio de su secuestrador, Kampusch reconoce que "piensa poco en ello, porque simplemente siento que no lleva a nada". "Esa persona está muerta. Las circunstancias de entonces ya no existen. En principio, fue un día muy desagradable. Es decir, la huida fue hermosa, pero no lo fue sentarse con la policía y tener que someterme a un interrogatorio", recuerda.
Kampusch acaba de lanzar un nuevo libro -su segundo- en el que explica las dificultades a las que se ha enfrentado al volver a la vida normal. "Hace unos años, pasé por una fase en la que empecé a rechazar al mundo exterior, ese que había anhelado tanto", escribe en 10 Jahre Freiheit ("10 años de libertad"), según extractos publicados por los medios austríacos.
Desde su huida el 23 de agosto de 2006 de la casa donde la tenía retenida Priklopil -que se suicidó ese mismo día-, no todo ha sido amabilidad y simpatías hacia Kampusch. Pese a su durísima experiencia, la joven relata que ha recibido e-mails con mensajes de odio, gritos en la calle e incluso algún ataque físico. "Para algunas personas (...) yo era una provocación. Posiblemente, porque no podían entender mi forma de lidiar con mi secuestro y mi cautiverio", considera.
"No estoy enfadada. Solía estarlo, pero me di cuenta de que se puede lograr mucho más con estoicismo. La gente así no cambiará, no importa cómo me comporte con ellos", señala. No obstante, plantea que esa "gente malvada" es una "ínfima minoría". "Un montón de gente quiere abrazarme. No es genial, pero está bien, si es lo que quieren".
En su libro, Kampusch escribe cómo sufría cuando salía con sus amigas. "Ahora ya no es tan duro, pero antes pensaba realmente: 'Tienen toda la vida por delante, no les ha pasado nada'. Pueden mirar las cosas con optimismo e inocencia. Por eso me comportaba a veces como una abuela", afirma en la entrevista con La Nación.
Consultada por el diario argentino si puede realmente perdonar a su secuestrador, Kampusch responde: "Sí, claro. Porque está muerto. No hay duda de que era un criminal y no era buena persona. Quizá tenía cosas buenas, pero no era una buena persona. Para mí así es más fácil, porque uno siente que se ha hecho justicia".
Desde 2006, Kampusch ha tratado de llevar una vida normal, relacionándose con su familia, haciendo amigos y terminando el colegio, viajando y aprendiendo idiomas. Durante un tiempo tuvo su propio programa de televisión. "Soy una gran fan del siglo XX, pero soy joven y tengo que tratar con gente en el siglo XXI. Tengo que integrarme en este siglo", subraya.
Amante del cine y la música, explica a France Presse que le gustaría estudiar "sicología o quizás filosofía", y hacer más trabajo en el campo humanitario. Kampusch ha fundado un hospital infantil en Sri Lanka y ha trabajado con refugiados. Respecto a su vida afectiva, La Nación le preguntó si cree en el príncipe azul con el que sería feliz el resto de su vida. En medio de risas, responde: "Sí, claro, en un caballo blanco".
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